Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
28-10-2024, 11:58 AM
(Última modificación: 28-10-2024, 12:08 PM por Camille Montpellier.
Razón: Añadir resumen
)
37 de Verano del año 724, islote próximo, Reino de Oykot.
No tenían tiempo que perder, algo de lo que habían sido conscientes horas después de haber llegado al Reino de Oykot. La L-42 se había movilizado al completo hacía dos días desde Loguetown y, una vez en su destino, Atlas y Octojin habían seguido el hilo de las sospechosas actividades que les condujeron hasta los esclavistas. Traficantes de gyojins; de seres vivos con consciencia y capacidad de raciocinio. ¿Podía haber un acto de más bajeza moral que ese? ¿Cómo podía existir gente que hiciera de las vidas de los demás su negocio? El simple hecho de pensarlo hacía que le hirviera la sangre. Cuando regresaron y les informaron, a todos les faltó tiempo para acceder y prepararse para una intervención urgente.
La situación en Oykot era complicada, especialmente para los integrantes de la Marina. Tan solo unos días atrás, habían vivido un conflicto en el que la Armada Revolucionaria había sido el agente principal. El ambiente era tenso, bajo un delicado control de los rebeldes y, por supuesto, esto implicaba que no podrían contar con refuerzos ni mucho menos apoyo desde la isla. Se habían quedado solos.
Quizá lo más prudente habría sido retirarse. Regresar rápidamente a Loguetown antes de que los revolucionarios dieran con ellos y, tal vez, solicitar refuerzos para acudir al rescate de los gyojins cautivos. Pero no era así como operaba su brigada. No podrían simplemente echar la vista a un lado y hacer como si nada de eso estuviera sucediendo, como si aquel asunto pudiera esperar. Lo más probable era que, si dejaban pasar los días, aquella célula esclavista —quizá un núcleo de una organización más grande— desapareciese del mapa sin dejar rastro. De este modo, todos habían estado de acuerdo en jugársela y salir rápidamente hacia el islote que daba refugio a los criminales, con todo lo que esto conllevaba. Por supuesto, los preparativos habían tenido que hacerse a las prisas y esto trajo consecuencias inmediatas.
La primera dificultad fue la elección de la hora de partida. El islote no se encontraba muy lejos, apenas a unos pocos kilómetros de la costa del Reino de Oykot. Sin embargo, dada la situación, no podían permitirse el lujo de escoger el momento para zarpar. Tuvieron que hacerlo en mitad de la noche, cuando habría menos ojos que pudieran detectar su movimiento. La isla debía estar infestada de rebeldes en esos momentos, así que toda precaución era poca. Aun así, había algo que preocuaba a Camille mucho más que cualquier otra cosa: las nubes negras que empezaban a cernirse sobre ellos. No tardó en confirmar sus preocupaciones, cuando las primeras gotas empezaron a descender, el viento se levantó y la mar se embraveció.
No fue del todo consciente de quiénes se quedaron en cubierta para ayudar, aunque estaba segura de que Octojin se había quedado por allí para echarle una mano y ayudar con los desperfectos que la carabela fuera sufriendo. Ella, en cuanto los vientos empezaron, se agenció una soga y la amarró cerca de la baranda del castillo que daba hacia la cubierta, anudando el otro extremo en su cintura. Las tormentas eran traicioneras, sobre todo para la timonel que no podía permitirse resguardarse bajo la cubierta. Un resbalón podía acabar con ella en el fondo del mar, y si ella caía, probablemente también lo hiciera el resto de la tripulación.
—Puñetera tormenta —bufó, apretando los dientes y sujetando con firmeza el timón.
Camille recordaría aquella corta travesía como la mayor batalla de su vida hasta la fecha. Ni siquiera el difunto Broco Lee, ex-capitán de los Piratas Veganos, había supuesto una amenaza tan grande como aquella tormenta. Puso en práctica todo cuanto había leído y aprendido en los últimos meses, ignorando el dolor de sus brazos, el frío y la ropa mojada que se le adhería al cuerpo y le calaba hasta los huesos. Todos sus sentidos se centraron en asegurarse de hacerles llegar, aunque sufrió más de un resbalón que le hizo reptar de vuelta al timón. El barco se sacudía con violencia en el oleaje, pero lo único que había en la mente de la oni era su determinación por mantener a salvo a los suyos.
Finalmente, tras lo que le pareció una verdadera eternidad, logró llevar la carabela hasta la costa del sureste del islote. Procuró dejar la embarcación donde el temporal no hiciera mella en ella, dejando que fuera Octo quien lidiase con los cabos y sus nudos después de pedirle ayuda con las velas. Cuando al fin pudo tomarse un respiro se quedó apoyada sobre el timón, con los brazos cruzados y la cabeza sobre ellos, jadeando. Le dolía todo el cuerpo y estaba segura de que se había llevado algún golpe importante, pero ya se preocuparía por eso cuando hubieran acabado su misión allí.
—¿Estáis todos bien? —inquirió, justo cuando los demás empezaron a salir a cubierta.
Una vez confirmase esto, desanudaría la soga y bajaría con ella. Tan solo tendría que bajar un momento para coger su mochila con el equipamiento que iba a llevar —y su odachi, claro—. Añadió la soga al equipo, por si esta les viniera bien. También había un farolillo con aceite que podría brindarles algo de luz si la oscuridad se cernía sobre ellos. Sin más dilación, tras escurrirse un poco el pelo, salió junto a los demás con la mochila a cuestas.
—Tampoco creo que sea muy prudente quedarnos aquí. No sabemos si nos han visto llegar o si esta cala es segura —añadió a las palabras del tiburón, echando un vistazo hacia los árboles que se alzaban más arriba—. Si la tormenta empeora, o si la marea sube o baja, podríamos tener problemas. El barco no ha quedado para muchos trotes como este, así que será mejor darse prisa.
Echó un vistazo al resto, pero en especial buscó a la pequeña Alexandra con la mirada. Hacía apenas unos días desde que se uniera a la Marina y fuera asignada a su brigada. Esa era su primera misión oficial con ellos y la cosa había empezado fuerte.