Atlas
Nowhere | Fénix
28-10-2024, 01:57 PM
Fuera como fuese, después de la primera parte de la operación habíamos averiguado que tenían una suerte de base de operaciones en una zona cercana. Si no era tal cosa, al menos habían estado operando desde allí las últimas semanas. En consecuencia, habíamos vuelto sobre nuestros pasos para buscar al resto de miembros de la brigada y así poder zanjar el asunto de una vez por todas. Con Camille al timón del barco, el grupo al completo había sido encargado de la misión que teníamos entre manos. Por desgracia, debido a lo convulso de la situación política en Oykot y la importante presencia del Ejército Revolucionario en la isla, varios de nosotros —la mayoría— se habían tenido que quedar protegiendo el barco. Sin embargo, habiendo decidido ya que en cuanto acabásemos con esos tipos regresaríamos a Loguetown, el grupo al completo se pudo incorporar a la operación.
Lo del grupo incluía a Alexandra, una nueva recluta que compartía características con el tiburón y con otros integrantes como Masao, Ray, Taka o yo mismo. No hacía demasiado que estaba con nosotros, pero si por algo nos caracterizábamos era por acoger bien a los que eran como nosotros: raros.
¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí, por el racimo de uvas! Nuestro objetivo realmente no estaba demasiado lejos de Oykot. El problema era que habíamos salido teniendo en cuenta sobre todo la discreción del momento, no el más idóneo desde el punto de vista ambiental y climatológico. Al menos algo así me había parecido entenderle a Camille, porque yo solo distinguía entre cielo azul y cielo gris. En cualquier caso, ni siquiera eso había podido ver, porque habíamos partido por la noche y con un viento que luego resultaría ser preocupante. Apenas pusimos la quilla en alta mar el oleaje se volvió agresivo y violento, tanto que hizo parecer los enfados monumentales de Octojin meras pataletas de caballito de mar. El barco se sacudía sin misericordia y los elementos que no estaban bien atados y fijados volaban de un lugar para otro. Hacían falta muchas manos diestras y fuertes en cubierta para evitar que el navío se fuese a pique. Las de Camille al timón, por ejemplo, o las de Octojin atajando cualquier desperfecto mínimamente relevante que creía identificar.
Yo me podía caer al mar, no tenía dotes para la navegación y a duras penas era capaz de hacer un nudo que soportase más que un soplido. ¿Qué hice? Honor a mi más bella costumbre: aludiendo que caerme al mar sería algo nefasto para mí y potencialmente letal, me refugié en lo más hondo del navío, puse los pies en alto y dejé que la mar embravecida me meciese. No conseguí dormirme, claro, porque el traqueteo era incompatible con el descanso, pero en una hamaca tendida entre dos listones en la bodega dejé el tiempo pasar.
No salí hasta que el bamboleo fue mucho menos intenso y el ruido fuera me indicó que habíamos atracado. Camille y Octojin lucían exhaustos y estresados al extremo, así que procuré mantener un perfil bajo por el momento por si a alguien se le ocurría recriminarme algo. ¿Acaso querrían verme ahogado en el fondo del mar? Confiaba en que no, aunque el tiburón ya había estado cerca de acabar conmigo en una ocasión no hacía demasiado tiempo.
Fuera como fuese, habíamos salido de noche y habíamos llegado de noche. Lo siguiente era decidir cuál debía ser nuestro siguiente paso. Los demás comenzaron a intercambiar opiniones. Octojin propuso lanzarnos ya a por el enemigo, algo de lo que no le podía culpar y con lo que, sinceramente, estaba de acuerdo. Ambos habíamos formado parte de las negociaciones y ambos sentíamos un asco inmenso hacia esa panda de desalmados, sobre todo hacia su anciano líder. Si alguien allí tenía más ganas que yo de acabar con esos tipos de una vez por todas sólo podía ser Octojin. Bueno, y tal vez Alexandra. No había hablado demasiado con ella hasta el momento.
—¿Tú qué opinas, Alexandra? ¿Crees que deberíamos ir directamente o esperamos a que se haga de día para poder tener más seguridad a la hora de movernos? —pregunté con una sonrisa en el rostro que pretendía transmitir simpatía. Desde luego, si era su primera misión fuera de Loguetown —a decir verdad, no lo sabía— la pobre se había estrenado a lo grande.
Camille, por su parte, acababa de hablar antes que yo y también se mostraba proclive a ponernos en marcha cuanto antes. Si por casualidad nos habían visto de algún modo, la peor idea posible era darles tiempo para prepararse. Del mismo modo, si no nos habían visto era crucial usar el factor sorpresa a nuestro favor.
Desde la proa del barco, sentado sobre una caja y mirando hacia lo que nos deparaba el islote, dejé que mi mirada reposase en los árboles situados por delante y por encima de nuestra posición. Las ramas cargadas de hojas eran agitadas de manera sinuosa por el viento, arrancando una sinfonía de vegetación rebelde que dotaba de cierto aire siniestro a la zona. Casi se podría decir que nos miraban, nos evaluaban y hasta se pensaban si era buena idea dejarnos pasar o no. Habían escogido un lugar un tanto siniestro para asentarse esos esclavistas, ¿no?
De cualquier modo, esperé a que Alexandra terminase de hablar para dar también mi opinión:
—Yo también creo que deberíamos ponernos en marcha cuanto antes. Aquí somos un blanco fácil y no sabemos qué nos puede esperar más allá de esos árboles. Si no nos han visto, debemos aprovechar el factor sorpresa, y si nos han visto, lo último que deberíamos hacer es dejarles todo el tiempo del mundo para que se preparen.
Una vez todo el mundo hubo terminado de hablar, me dirigí a la zona de los camarotes para coger mis pertenencias. Las revisé hasta en tres ocasiones en un vano intento por intentar asegurarme de que todo iría lo mejor posible. ¿Que si servía de algo? Seguramente no, pero allí había algo que no me gustaba y, al no saber qué era, tampoco tenía claro cómo enfrentarme a ello. Mientras repasaba mis pertenencias no pude evitar reparar en un pequeño espejo de mano y material para encender fuego, estando éste último allí como consecuencia de las noches que había tenido que pasar a la intemperie durante las negociaciones con los criminales. Tal vez no fuese mala idea llevarlos conmigo. Al fin y al cabo, aún tenía sitio.