Octojin
El terror blanco
28-10-2024, 03:24 PM
Octojin escuchó en silencio las palabras de Asradi, sintiendo el peso de su dolor y la incertidumbre que envolvía sus sueños compartidos. A cada palabra de la sirena, algo dentro de él se encogía, pero también se llenaba de determinación. La suavidad de su toque, el brillo apenas contenido en sus ojos, todo eso reforzaba lo que sentía por ella. A pesar de la tristeza que destilaban sus palabras, había una luz en sus miradas, una fuerza que él estaba dispuesto a sostener a toda costa. La fuerza que lo podía todo.
—En la Marina me darán un Den Den Mushi —dijo, forzando una sonrisa más confiada—. Es lo primero que hacen, o eso me han contado. Así que claro que podremos hablar, el único lío será encontrar el número del otro. No se me ocurre cómo hacerlo, pero seguro que damos con la tecla. —La idea de poder escuchar su voz cuando no estuvieran juntos le daba una especie de alivio, aunque solo fuera un poco. Era una sensación de confort el solo imaginarlo, por lo que entendió que, de lograrlo, sería un alivio tremendo. Un sitio al que acudir cuando lo necesitara.
Cuando Asradi lo detuvo con ese tirón en la mano y le preguntó si aquello era realmente lo que él deseaba, Octojin sintió un torbellino de emociones. Por un momento, quedó inmóvil, casi petrificado, mirándola con intensidad mientras intentaba ordenar unas ideas que, por otro lado, parecían totalmente ingobernables. No se había esperado esa pregunta, y tampoco la respuesta que brotaba de sus labios casi sin pensarlo. ¿Por qué se empeñaba en protegerle? ¿Acaso no había visto lo que era capaz de hacer? Juntos eran mucho más de lo que podían ser por separado. Pero las situaciones mandan, y en ocasiones, por mucho que la unión haga la fuerza, la fuerza realmente está en la soledad de quien siente lo que está ocurriendo en su interior. Y en el interior de la sirena estaban ocurriendo muchas cosas. Y, desgraciadamente, no todas buenas.
—No digas esas tonterías, Asradi —respondió, con voz más suave y un brillo en los ojos que delataba la profundidad de lo que sentía—. Tú eres todo lo que me hace feliz. Un problema, por muy grande que sea, no se interpondrá entre nosotros. Ni ahora ni nunca.
Sin más, la rodeó con sus brazos, afianzando sus manos en su cintura y acercándola aún más hacia él. Le dio un par de besos en la mejilla, queriendo que comprendiera lo importante que era para él. A veces las palabras no decían todo lo que uno sentía, y eran los gestos los que daban significado a esas palabras. Como la vez que Octojin le dió un bofetón a su amigo Luke por continuar una broma en exceso. Le había avisado varias veces que debía parar, porque le ofendía la comparación entre una piedra marina que habían visto y la forma de su cabeza, y al final tuvo que aplicar la fuerza, o lo que es lo mismo, un gesto, para darle a esas palabras el significado que realmente tenían. Vaya contraste entre una historia y otra, ¿eh? Pues así es la vida. Contrastes.
—No vuelvas a pensar eso, ¿vale? Lo único que me pone triste es no poder ayudarte más —le susurró, incapaz de disimular la emoción que brillaba en sus ojos. Las palabras de ella resonaban en su mente, y mientras la abrazaba, se prometió hacer todo lo que estuviera a su alcance para que nada ni nadie rompiera aquel lazo.
Finalmente, ambos bajaron juntos a las calles de Loguetown. A medida que avanzaban, el ruido y el bullicio de la gente llenaban el aire. El sol estaba ya en lo alto, iluminando las fachadas de los edificios y haciendo que el entorno se sintiera cálido y vibrante. Vendedores ambulantes ofrecían frutas, especias, y mercancías variadas, y había un constante ir y venir de personas, algunas comprando, otras regateando, y muchas simplemente paseando. La brisa del mar traía consigo el olor a sal, mezclándose con el aroma a comida de las tabernas cercanas. Una mezcla de olores que hacía que cualquiera se llenase los pulmones de aire y se parase unos segundos a contemplar aquello. No era un paisaje perfecto, ni mucho menos. Tampoco una isla idílica. Era el ajetreo del día a día que podía llegar a enamorarte si lo veías con la perspectiva correcta.
Pronto, encontraron una taberna acogedora en una esquina menos transitada. Dentro, el ambiente era cálido y relajado, con mesas de madera y una decoración simple pero agradable. Eligieron una mesa en un rincón, donde la luz apenas se colaba a través de las ventanas pequeñas, dándole al lugar un toque íntimo. Tras pedir un plato de carne, Octojin se recostó en el respaldo, dejándose caer en un breve momento de reflexión. Desconectó por un momento, y no escuchó ni lo que la sirena había pedido. Cerró los ojos unos segundos, en los cuales estuvo solo, en completo silencio.
El silencio que se instaló entre ellos era cómodo para él, aunque cargado de emociones no dichas. Pensó en las palabras de Asradi, en sus miedos y en su deseo de huir de todo lo que los separaba. Había algo de valentía en su fuerza, en su esperanza por un futuro donde ambos pudieran estar juntos, pero sin ella sentirse atrapada. Sin darse cuenta, apretó los puños bajo la mesa, como si canalizara en ese pequeño gesto su determinación. Y abrió los ojos, viendo a aquella preciosidad que había llegado como un torbellino a cambiar su vida. Ya nada sería igual, pero qué importaba eso si el premio era estar a su lado.
—En la Marina me darán un Den Den Mushi —dijo, forzando una sonrisa más confiada—. Es lo primero que hacen, o eso me han contado. Así que claro que podremos hablar, el único lío será encontrar el número del otro. No se me ocurre cómo hacerlo, pero seguro que damos con la tecla. —La idea de poder escuchar su voz cuando no estuvieran juntos le daba una especie de alivio, aunque solo fuera un poco. Era una sensación de confort el solo imaginarlo, por lo que entendió que, de lograrlo, sería un alivio tremendo. Un sitio al que acudir cuando lo necesitara.
Cuando Asradi lo detuvo con ese tirón en la mano y le preguntó si aquello era realmente lo que él deseaba, Octojin sintió un torbellino de emociones. Por un momento, quedó inmóvil, casi petrificado, mirándola con intensidad mientras intentaba ordenar unas ideas que, por otro lado, parecían totalmente ingobernables. No se había esperado esa pregunta, y tampoco la respuesta que brotaba de sus labios casi sin pensarlo. ¿Por qué se empeñaba en protegerle? ¿Acaso no había visto lo que era capaz de hacer? Juntos eran mucho más de lo que podían ser por separado. Pero las situaciones mandan, y en ocasiones, por mucho que la unión haga la fuerza, la fuerza realmente está en la soledad de quien siente lo que está ocurriendo en su interior. Y en el interior de la sirena estaban ocurriendo muchas cosas. Y, desgraciadamente, no todas buenas.
—No digas esas tonterías, Asradi —respondió, con voz más suave y un brillo en los ojos que delataba la profundidad de lo que sentía—. Tú eres todo lo que me hace feliz. Un problema, por muy grande que sea, no se interpondrá entre nosotros. Ni ahora ni nunca.
Sin más, la rodeó con sus brazos, afianzando sus manos en su cintura y acercándola aún más hacia él. Le dio un par de besos en la mejilla, queriendo que comprendiera lo importante que era para él. A veces las palabras no decían todo lo que uno sentía, y eran los gestos los que daban significado a esas palabras. Como la vez que Octojin le dió un bofetón a su amigo Luke por continuar una broma en exceso. Le había avisado varias veces que debía parar, porque le ofendía la comparación entre una piedra marina que habían visto y la forma de su cabeza, y al final tuvo que aplicar la fuerza, o lo que es lo mismo, un gesto, para darle a esas palabras el significado que realmente tenían. Vaya contraste entre una historia y otra, ¿eh? Pues así es la vida. Contrastes.
—No vuelvas a pensar eso, ¿vale? Lo único que me pone triste es no poder ayudarte más —le susurró, incapaz de disimular la emoción que brillaba en sus ojos. Las palabras de ella resonaban en su mente, y mientras la abrazaba, se prometió hacer todo lo que estuviera a su alcance para que nada ni nadie rompiera aquel lazo.
Finalmente, ambos bajaron juntos a las calles de Loguetown. A medida que avanzaban, el ruido y el bullicio de la gente llenaban el aire. El sol estaba ya en lo alto, iluminando las fachadas de los edificios y haciendo que el entorno se sintiera cálido y vibrante. Vendedores ambulantes ofrecían frutas, especias, y mercancías variadas, y había un constante ir y venir de personas, algunas comprando, otras regateando, y muchas simplemente paseando. La brisa del mar traía consigo el olor a sal, mezclándose con el aroma a comida de las tabernas cercanas. Una mezcla de olores que hacía que cualquiera se llenase los pulmones de aire y se parase unos segundos a contemplar aquello. No era un paisaje perfecto, ni mucho menos. Tampoco una isla idílica. Era el ajetreo del día a día que podía llegar a enamorarte si lo veías con la perspectiva correcta.
Pronto, encontraron una taberna acogedora en una esquina menos transitada. Dentro, el ambiente era cálido y relajado, con mesas de madera y una decoración simple pero agradable. Eligieron una mesa en un rincón, donde la luz apenas se colaba a través de las ventanas pequeñas, dándole al lugar un toque íntimo. Tras pedir un plato de carne, Octojin se recostó en el respaldo, dejándose caer en un breve momento de reflexión. Desconectó por un momento, y no escuchó ni lo que la sirena había pedido. Cerró los ojos unos segundos, en los cuales estuvo solo, en completo silencio.
El silencio que se instaló entre ellos era cómodo para él, aunque cargado de emociones no dichas. Pensó en las palabras de Asradi, en sus miedos y en su deseo de huir de todo lo que los separaba. Había algo de valentía en su fuerza, en su esperanza por un futuro donde ambos pudieran estar juntos, pero sin ella sentirse atrapada. Sin darse cuenta, apretó los puños bajo la mesa, como si canalizara en ese pequeño gesto su determinación. Y abrió los ojos, viendo a aquella preciosidad que había llegado como un torbellino a cambiar su vida. Ya nada sería igual, pero qué importaba eso si el premio era estar a su lado.