Atlas
Nowhere | Fénix
28-10-2024, 03:47 PM
Una vez todos estuvimos seguros de qué debíamos hacer, después de repasar el plan de acción en varias ocasiones, finalmente nos dirigimos a nuestros puestos. Yo me armé de toda la paciencia que fui capaz de reunir y me quité de en medio tal y como habíamos acordado. Tendría que gestionar un sinfín de dudas e incertidumbre mientras los seres de escamas rastreaban el fondo marino y las zonas clave cercanas. Mientras eso sucedía, yo sólo podría esperar y rezar para que nada malo les sucediera. ¿Era aquello útil? Lo desconocía, pero daño no podía hacer.
Apenas habían pasado unos minutos cuando recibí la primera comunicación de Octojin. No había hecho ningún descubrimiento, pero había algo en las profundidades que no era normal. Había algo raro, fuera de lo habitual, que le hacía estar intranquilo. Nunca había estado a esa profundidad y nunca podría, por lo que no podía entender a qué se refería, pero asumí sus palabras como mía y sus sensaciones como hechos irrefutables. Otra cosa no, pero el gyojin tenía un sexto sentido en lo referente al mundo subacuático que era digno de estudio.
De nuevo, silencio y más espera. La paciencia como escudo y la tensión como arma. Respiré profundamente, permaneciendo oculto y caminando hacia el norte cuanto me permitió el peñasco. Caminé durante varios minutos, los cuales realmente habría sobrevolado en unos segundos si me hubiese quedado en el mismo lugar. Aquel movimiento no aportaba absolutamente nada, pero menos ayudaría quedándome quieto. Mis pies acababan de llegar al límite de las rocas cuando Octojin se comunicó de nuevo conmigo.
—Estoy en camino —dije al tiburón al tiempo que me precipitaba al vacío. En pleno vuelo mi cuerpo comenzó a arder de manera salvaje, envuelto en llamas azuladas con reflejos anaranjados que sirvieron de vientre para un colosal ave fénix. Cuatro metros de largo y no menos de seis de envergadura comenzaron a sobrevolar el mar a toda velocidad. Mis colas ondeaban a mis espaldas y el viento golpeaba mi rostro con furia, pero menos de la que yo tenía reservada para esos malnacidos—. Necesito que hagas alguna señal, hay muchas piedras —añadí sin dejar de mirar los peñascos y la superficie del mar.
Eso dije, pero no hizo falta, cuando quise darme cuenta un estruendo llegó hasta mí desde el mar. Descendí varios metros, comprobando que, efectivamente, la fuente era un barco que se bamboleaba de manera antinatural. El único responsable posible de eso era mi compañero, así que hice una última y rápida comunicación a través del Den Den Mushi antes de lanzarme a la ofensiva.
—Hemos localizado al enemigo, Tiberius. Tú y los tuyos os podéis retirar. No queremos más víctimas.
—Vale —respondió—, pero algunos de los chicos han encontrado más barcos apostados cerca. No parecen tener gyojin cautivos, pero están en la zona. Podrían ser refuerzos, ¿no?
—Podría ser, pero eso sólo es más motivo para que os retiréis y os pongáis a salvo.
Acto seguido corté la comunicación y, esta vez sí, me propuse inutilizar el barco desde arriba con el mismo tesón que Octojin empleaba desde abajo. La caída fue en picado y con las alas completamente plegadas a ambos lados de mi cuerpo. Me precipité como una exhalación, como una bomba cargada de furia y afán vengativo, pero cuando finalmente emergí desde lo alto me vi obligado a variar en parte lo que tenía pensado hacer.
Octojin estaba junto a los suyos y aparentemente había comenzado a liberarlos, pero algo se había torcido. En las cercanías, un sinfín de tiradores apuntaban hacia el grupo con las armas cargadas y el dedo en el gatillo. Un tipo en cubierta, que debía ser el líder de aquella sección, alzaba una mano con clara intención de coordinar los disparos. Eso sí que no.
Mi intención inicial había sido aterrizar con todo sobre la cubierta, dejando que mis alas desgarrasen el vientre del navío y que mis garras se clavasen hasta lo más profundo de su seno. Sin embargo, aquella situación revestía una complejidad mayor y me tuve que amoldar. Emití un agudo chillido de ave desde las alturas, atrayendo por un momento la atención de cuantos estaban allí. Fue sólo un instante, porque una voz de mando enseguida devolvió a todo el mundo a lo que estaba haciendo. Pero fue suficiente. Aterricé en la cubierta, hundiendo mis garras cuanto pude en la madera y favoreciendo que el suelo colapsase y que los seres abisales cayesen en las profundidades del barco. Por mi parte, me situé sobre ellos con las desplegada y formando una suerte de semicúpula con mis alas y el resto de mi cuerpo. No sucedería nada si me llevaba algún tiro que otro —más allá del dolor, claro— y de ese modo me podría asegurar de que estuviesen a salvo.
Efectivamente, a la orden de 'fuego' los percutores de las armas comenzaron a trabajar y el acero comenzó a golpear mi cuerpo a una velocidad desorbitada. No obstante, apenas aparecían las heridas las llamas azuladas las arropaban y mecían con su cálido abrazo. Los orificios abiertos en mi anatomía de ave cerraban tan pronto eran abiertos, llegando a dar la sensación de que mi cuerpo era atravesado sin que las balas realmente me hiriesen. Nada más lejos de la realidad, claro, pero no sería yo quien le restase mito a mi habilidad en una situación tan delicada y peliaguda como aquélla.
—Haced un agujero en el casco y escapad por mar, rápido —dije sin moverme de mi posición—. Una vez estéis fuera de aquí, Octojin y yo nos encargaremos de ellos.
Conforme iba hablando, me iba reposicionando para asegurarme de que mi cuerpo tapase por completo todo lo que sucedía en el agujero que había abierto en la superficie del barco. El estruendo de las órdenes y los disparos incesantes dificultaría que los enemigos escuchasen cómo la madera se quebraba —o eso esperaba— y, con algo de suerte, para cuando nos diésemos la vuelta y comenzásemos a pelear los gyojin ya se habrían ido y ellos ni se habrían enterado.
Apenas habían pasado unos minutos cuando recibí la primera comunicación de Octojin. No había hecho ningún descubrimiento, pero había algo en las profundidades que no era normal. Había algo raro, fuera de lo habitual, que le hacía estar intranquilo. Nunca había estado a esa profundidad y nunca podría, por lo que no podía entender a qué se refería, pero asumí sus palabras como mía y sus sensaciones como hechos irrefutables. Otra cosa no, pero el gyojin tenía un sexto sentido en lo referente al mundo subacuático que era digno de estudio.
De nuevo, silencio y más espera. La paciencia como escudo y la tensión como arma. Respiré profundamente, permaneciendo oculto y caminando hacia el norte cuanto me permitió el peñasco. Caminé durante varios minutos, los cuales realmente habría sobrevolado en unos segundos si me hubiese quedado en el mismo lugar. Aquel movimiento no aportaba absolutamente nada, pero menos ayudaría quedándome quieto. Mis pies acababan de llegar al límite de las rocas cuando Octojin se comunicó de nuevo conmigo.
—Estoy en camino —dije al tiburón al tiempo que me precipitaba al vacío. En pleno vuelo mi cuerpo comenzó a arder de manera salvaje, envuelto en llamas azuladas con reflejos anaranjados que sirvieron de vientre para un colosal ave fénix. Cuatro metros de largo y no menos de seis de envergadura comenzaron a sobrevolar el mar a toda velocidad. Mis colas ondeaban a mis espaldas y el viento golpeaba mi rostro con furia, pero menos de la que yo tenía reservada para esos malnacidos—. Necesito que hagas alguna señal, hay muchas piedras —añadí sin dejar de mirar los peñascos y la superficie del mar.
Eso dije, pero no hizo falta, cuando quise darme cuenta un estruendo llegó hasta mí desde el mar. Descendí varios metros, comprobando que, efectivamente, la fuente era un barco que se bamboleaba de manera antinatural. El único responsable posible de eso era mi compañero, así que hice una última y rápida comunicación a través del Den Den Mushi antes de lanzarme a la ofensiva.
—Hemos localizado al enemigo, Tiberius. Tú y los tuyos os podéis retirar. No queremos más víctimas.
—Vale —respondió—, pero algunos de los chicos han encontrado más barcos apostados cerca. No parecen tener gyojin cautivos, pero están en la zona. Podrían ser refuerzos, ¿no?
—Podría ser, pero eso sólo es más motivo para que os retiréis y os pongáis a salvo.
Acto seguido corté la comunicación y, esta vez sí, me propuse inutilizar el barco desde arriba con el mismo tesón que Octojin empleaba desde abajo. La caída fue en picado y con las alas completamente plegadas a ambos lados de mi cuerpo. Me precipité como una exhalación, como una bomba cargada de furia y afán vengativo, pero cuando finalmente emergí desde lo alto me vi obligado a variar en parte lo que tenía pensado hacer.
Octojin estaba junto a los suyos y aparentemente había comenzado a liberarlos, pero algo se había torcido. En las cercanías, un sinfín de tiradores apuntaban hacia el grupo con las armas cargadas y el dedo en el gatillo. Un tipo en cubierta, que debía ser el líder de aquella sección, alzaba una mano con clara intención de coordinar los disparos. Eso sí que no.
Mi intención inicial había sido aterrizar con todo sobre la cubierta, dejando que mis alas desgarrasen el vientre del navío y que mis garras se clavasen hasta lo más profundo de su seno. Sin embargo, aquella situación revestía una complejidad mayor y me tuve que amoldar. Emití un agudo chillido de ave desde las alturas, atrayendo por un momento la atención de cuantos estaban allí. Fue sólo un instante, porque una voz de mando enseguida devolvió a todo el mundo a lo que estaba haciendo. Pero fue suficiente. Aterricé en la cubierta, hundiendo mis garras cuanto pude en la madera y favoreciendo que el suelo colapsase y que los seres abisales cayesen en las profundidades del barco. Por mi parte, me situé sobre ellos con las desplegada y formando una suerte de semicúpula con mis alas y el resto de mi cuerpo. No sucedería nada si me llevaba algún tiro que otro —más allá del dolor, claro— y de ese modo me podría asegurar de que estuviesen a salvo.
Efectivamente, a la orden de 'fuego' los percutores de las armas comenzaron a trabajar y el acero comenzó a golpear mi cuerpo a una velocidad desorbitada. No obstante, apenas aparecían las heridas las llamas azuladas las arropaban y mecían con su cálido abrazo. Los orificios abiertos en mi anatomía de ave cerraban tan pronto eran abiertos, llegando a dar la sensación de que mi cuerpo era atravesado sin que las balas realmente me hiriesen. Nada más lejos de la realidad, claro, pero no sería yo quien le restase mito a mi habilidad en una situación tan delicada y peliaguda como aquélla.
—Haced un agujero en el casco y escapad por mar, rápido —dije sin moverme de mi posición—. Una vez estéis fuera de aquí, Octojin y yo nos encargaremos de ellos.
Conforme iba hablando, me iba reposicionando para asegurarme de que mi cuerpo tapase por completo todo lo que sucedía en el agujero que había abierto en la superficie del barco. El estruendo de las órdenes y los disparos incesantes dificultaría que los enemigos escuchasen cómo la madera se quebraba —o eso esperaba— y, con algo de suerte, para cuando nos diésemos la vuelta y comenzásemos a pelear los gyojin ya se habrían ido y ellos ni se habrían enterado.