Octojin
El terror blanco
28-10-2024, 07:00 PM
Octojin estaba en tensión, con los sentidos alerta mientras los tiradores en cubierta apuntaban en dirección a los gyojins que se encontraba liberando. Su primer impulso fue posicionarse entre los cautivos y el peligro, listo para recibir los disparos si era necesario, pero entonces un destello lo distrajo. En un instante, Atlas apareció desde lo alto, envuelto en llamas azuladas y transformado en una imponente criatura alada. El tiburón apenas tuvo tiempo para procesar lo que estaba viendo cuando Atlas descendió en picado, aterrizando sobre la cubierta con un impacto brutal y dejando obnubilado al habitante del mar.
El tiburón apenas podía creer lo que veía. Atlas se extendió en una postura defensiva, cubriendo a todos los gyojins con sus alas, y en el momento en que los disparos comenzaron, la andanada de balas fue absorta por sus alas y atravesaron su cuerpo en una danza de fuego y metal. Sin embargo, casi al instante, las heridas desaparecían bajo el efecto de su habilidad curativa, las llamas azuladas cerraban cada orificio al contacto con una agilidad envidiable. Era como si las balas no pudieran tocarlo, y aquella imagen de invulnerabilidad dejó a Octojin impresionado. Si él tuviera esa habilidad... Nadie podría tumbarle jamás.
“Este tipo… es increíble” pensó para sí mismo, asombrado por la determinación y el poder de Atlas.
Con la cobertura asegurada, Octojin se puso en movimiento, acatando las indicaciones de Atlas de hacer un agujero en el casco para liberar a los gyojins. Sin perder tiempo, arremetió contra la madera con sus puños reforzados con haki, haciéndola astillarse bajo el impacto. Con cada golpe, el casco del barco cedía, y en pocos segundos logró abrir un boquete lo suficientemente amplio como para que los cautivos pudieran escapar al mar directamente. Los gyojins que aún tenían bridas en las muñecas se acercaron a él y, sin dejar de estar alerta, Octojin rompió cada atadura con rápidos movimientos, liberándolos de una vez por todas.
— ¡Al agua, rápido! — les instó, con la vista fija en los tiradores mientras algunos gyojins saltaron por el boquete que había creado. Al ver que todos estaban ya a salvo, se giró hacia Atlas y le dedicó un asentimiento decidido — Todo listo. Ahora es nuestro momento de ir a por esos tiradores. Me quedo los más cercanos, los de la derecha, ve tú a los alejados de la izquierda, que tardarás menos.
Y, sin esperar una respuesta, Octojin emergió de la zona cubierta por las alas de Atlas y se lanzó hacia el primer grupo de tiradores. Sus músculos se tensaron mientras avanzaba, manteniendo el haki de armadura en sus puños, y el impulso de sus piernas lo catapultó con una velocidad feroz. Al llegar junto a uno de los enemigos, soltó un golpe directo sobre su rostro que impactó con una fuerza brutal, derribando al tirador y lanzándolo varios metros hacia atrás. Antes de que el resto pudiera reaccionar, Octojin ya había alcanzado al siguiente, lanzándole una patada descendente que lo hizo desplomarse contra el suelo de madera con un crujido resonante. Y, seguidamente y con una fluidez que denotaba los años de práctica con el karate, lanzó un puñetazo sobre el caído a la altura del pecho, dejándolo inconsciente.
Sin embargo, los tiradores no se quedaron de brazos cruzados. Algunos lograron apuntarle y disparar en cuanto notaron su presencia, mientras que otros ganaban algo de tiempo mientras recargaban munición, pero con la vista en el escualo. Octojin sintió el ardor de una bala rasgándole el costado y otra perforándole el brazo derecho, pero apenas le prestó atención. Su adrenalina estaba por las nubes, y cada herida lo impulsaba a seguir luchando con más ferocidad. El habitante del mar gruñó entre dientes, mientras avanzaba hacia los siguientes tiradores, notando cómo un hilo de sangre iba dejando un rastro en su cuerpo que evidenciaba que la pelea iba en serio. Cada vez que se movía lo hacía con la mayor agilidad que podía, a gran velocidad y realizando movimientos erráticos que dificultasen el tiro a los tiradores.
La cubierta se convirtió en un campo de caos. Octojin, con su imponente figura, se movía con rapidez entre los enemigos, esquivando algunos disparos y resistiendo otros, lanzando golpes que dejaban fuera de combate a cada tirador que se cruzaba en su camino. Ni siquiera había sido consciente de que eran tantos, al verdad. La sangre le corría por el brazo herido y sentía el escozor en el costado, pero su enfoque estaba fijo en reducir el número de enemigos y proteger a Atlas y a los gyojins que escapaban. Que por cierto, ¿hacia dónde se dirigirían? Si eran inteligentes, irían hacia la base, donde estaban el resto. Pero el no haberles dicho nada seguramente fuese un error. Ojalá que no fuese uno fatal.
En un momento de pausa, echó un vistazo hacia Atlas, que estaba danzando con su katana mientras tenía a algunos tiradores disparándole en vano. La resistencia de su compañero, así como su compromiso con proteger a los gyojins, le inspiraba hasta unos niveles que no se terminaba de creer. Aquello no era solo una misión; era una batalla de vida o muerte, y cada uno de ellos estaba dando lo mejor para asegurar que esos cautivos regresaran al mar donde pertenecían. Quitándolos de las garras de aquella terrible organización que no tenía pinta de querer cesar sus operaciones con seres vivos. Quizá los gyojins eran solo una de las tantas especies con las que comercializaban. ¿Quién diablos compraría esa mercancía? ¿Para qué? Eran preguntas sin respuesta en la cabeza del tiburón, que negó un par de veces con la cabeza para volver a centrarse en el combate.
Octojin volvió a la carga, arrasando con los últimos tiradores que quedaban en su rango. Uno de ellos intentó recargar su arma, pero el gyojin se lanzó sobre él y lo derribó con un potente puñetazo, dejándolo inconsciente de un solo golpe. Tanto odio y tan poca puntería. El escualo
escupió algo de sangre, observando a los enemigos desparramados por la cubierta, incapacitados o rindiéndose.
Con la situación en la cubierta relativamente controlada, Octojin retrocedió hasta el boquete en el casco, lanzando una última mirada al mar donde los gyojins ya no se encontraban visibles, probablemente en la seguridad de las aguas profundas. Satisfecho, levantó la vista hacia Atlas, cuya presencia había sido vital en aquella operación, y buscaría si necesitaba ayuda. El tiburón estaba herido, pero satisfecho. Habían conseguido parar el primer golpe de aquellos piratas. Y, con suerte, sería el único. Aunque el viejo que había intentado negociar con ellos tenía aspecto de sabérselas todas, y algo le decía al gyojin que aquello no acababa así. Aunque ojalá se equivocase.
El tiburón apenas podía creer lo que veía. Atlas se extendió en una postura defensiva, cubriendo a todos los gyojins con sus alas, y en el momento en que los disparos comenzaron, la andanada de balas fue absorta por sus alas y atravesaron su cuerpo en una danza de fuego y metal. Sin embargo, casi al instante, las heridas desaparecían bajo el efecto de su habilidad curativa, las llamas azuladas cerraban cada orificio al contacto con una agilidad envidiable. Era como si las balas no pudieran tocarlo, y aquella imagen de invulnerabilidad dejó a Octojin impresionado. Si él tuviera esa habilidad... Nadie podría tumbarle jamás.
“Este tipo… es increíble” pensó para sí mismo, asombrado por la determinación y el poder de Atlas.
Con la cobertura asegurada, Octojin se puso en movimiento, acatando las indicaciones de Atlas de hacer un agujero en el casco para liberar a los gyojins. Sin perder tiempo, arremetió contra la madera con sus puños reforzados con haki, haciéndola astillarse bajo el impacto. Con cada golpe, el casco del barco cedía, y en pocos segundos logró abrir un boquete lo suficientemente amplio como para que los cautivos pudieran escapar al mar directamente. Los gyojins que aún tenían bridas en las muñecas se acercaron a él y, sin dejar de estar alerta, Octojin rompió cada atadura con rápidos movimientos, liberándolos de una vez por todas.
— ¡Al agua, rápido! — les instó, con la vista fija en los tiradores mientras algunos gyojins saltaron por el boquete que había creado. Al ver que todos estaban ya a salvo, se giró hacia Atlas y le dedicó un asentimiento decidido — Todo listo. Ahora es nuestro momento de ir a por esos tiradores. Me quedo los más cercanos, los de la derecha, ve tú a los alejados de la izquierda, que tardarás menos.
Y, sin esperar una respuesta, Octojin emergió de la zona cubierta por las alas de Atlas y se lanzó hacia el primer grupo de tiradores. Sus músculos se tensaron mientras avanzaba, manteniendo el haki de armadura en sus puños, y el impulso de sus piernas lo catapultó con una velocidad feroz. Al llegar junto a uno de los enemigos, soltó un golpe directo sobre su rostro que impactó con una fuerza brutal, derribando al tirador y lanzándolo varios metros hacia atrás. Antes de que el resto pudiera reaccionar, Octojin ya había alcanzado al siguiente, lanzándole una patada descendente que lo hizo desplomarse contra el suelo de madera con un crujido resonante. Y, seguidamente y con una fluidez que denotaba los años de práctica con el karate, lanzó un puñetazo sobre el caído a la altura del pecho, dejándolo inconsciente.
Sin embargo, los tiradores no se quedaron de brazos cruzados. Algunos lograron apuntarle y disparar en cuanto notaron su presencia, mientras que otros ganaban algo de tiempo mientras recargaban munición, pero con la vista en el escualo. Octojin sintió el ardor de una bala rasgándole el costado y otra perforándole el brazo derecho, pero apenas le prestó atención. Su adrenalina estaba por las nubes, y cada herida lo impulsaba a seguir luchando con más ferocidad. El habitante del mar gruñó entre dientes, mientras avanzaba hacia los siguientes tiradores, notando cómo un hilo de sangre iba dejando un rastro en su cuerpo que evidenciaba que la pelea iba en serio. Cada vez que se movía lo hacía con la mayor agilidad que podía, a gran velocidad y realizando movimientos erráticos que dificultasen el tiro a los tiradores.
La cubierta se convirtió en un campo de caos. Octojin, con su imponente figura, se movía con rapidez entre los enemigos, esquivando algunos disparos y resistiendo otros, lanzando golpes que dejaban fuera de combate a cada tirador que se cruzaba en su camino. Ni siquiera había sido consciente de que eran tantos, al verdad. La sangre le corría por el brazo herido y sentía el escozor en el costado, pero su enfoque estaba fijo en reducir el número de enemigos y proteger a Atlas y a los gyojins que escapaban. Que por cierto, ¿hacia dónde se dirigirían? Si eran inteligentes, irían hacia la base, donde estaban el resto. Pero el no haberles dicho nada seguramente fuese un error. Ojalá que no fuese uno fatal.
En un momento de pausa, echó un vistazo hacia Atlas, que estaba danzando con su katana mientras tenía a algunos tiradores disparándole en vano. La resistencia de su compañero, así como su compromiso con proteger a los gyojins, le inspiraba hasta unos niveles que no se terminaba de creer. Aquello no era solo una misión; era una batalla de vida o muerte, y cada uno de ellos estaba dando lo mejor para asegurar que esos cautivos regresaran al mar donde pertenecían. Quitándolos de las garras de aquella terrible organización que no tenía pinta de querer cesar sus operaciones con seres vivos. Quizá los gyojins eran solo una de las tantas especies con las que comercializaban. ¿Quién diablos compraría esa mercancía? ¿Para qué? Eran preguntas sin respuesta en la cabeza del tiburón, que negó un par de veces con la cabeza para volver a centrarse en el combate.
Octojin volvió a la carga, arrasando con los últimos tiradores que quedaban en su rango. Uno de ellos intentó recargar su arma, pero el gyojin se lanzó sobre él y lo derribó con un potente puñetazo, dejándolo inconsciente de un solo golpe. Tanto odio y tan poca puntería. El escualo
escupió algo de sangre, observando a los enemigos desparramados por la cubierta, incapacitados o rindiéndose.
Con la situación en la cubierta relativamente controlada, Octojin retrocedió hasta el boquete en el casco, lanzando una última mirada al mar donde los gyojins ya no se encontraban visibles, probablemente en la seguridad de las aguas profundas. Satisfecho, levantó la vista hacia Atlas, cuya presencia había sido vital en aquella operación, y buscaría si necesitaba ayuda. El tiburón estaba herido, pero satisfecho. Habían conseguido parar el primer golpe de aquellos piratas. Y, con suerte, sería el único. Aunque el viejo que había intentado negociar con ellos tenía aspecto de sabérselas todas, y algo le decía al gyojin que aquello no acababa así. Aunque ojalá se equivocase.