Umibozu
El Naufragio
28-10-2024, 09:06 PM
La situación proseguía caótica. Cada flanco de batalla era una guerra en sí misma y la caballería había llegado para, no solo golpear con fuerza, sino derribar por completo al enemigo, que no era otro que las guardias de élite del reinado de Oykot y su guardia real. La Marina también había hecho acto de presencia, uniéndose a nuestra causa… más o menos. Tofun continuaba combatiendo fervientemente. No podía verlo, pero sí podía ver caer noqueados a los guardias aparentemente fulminados de la nada. También continuaban combatiendo codo con codo con los balleneros el lobo, el polluelo que había venido a derribar la presa y tan buenos cuidados me había dedicado y una joven rubia de armas tomar. Mientras tanto mi papel estaba siendo de apoyo. Habiendo acaparado toda la atención y papel principal en la destrucción de la presa era momento de ceder protagonismo. Mi tamaño servía como vía de escape para todo aquel que quisiera poner pies en polvorosa o acudir al castillo a ayudar en su conquista aprovechando el desconcierto que el humo y la Marina habían causado. El largo del nuevo cauce medía exactamente mi longitud, o lo que acababa de ser bautizado como una medida métrica de longitud, un Umibozu.
-Depende de lo que haya comido ese día-lurk - fue la respuesta a tan peculiar pregunta. No podía esperar menos de alguien igualmente peculiar.
Habiendo ya llevado a la otra orilla al mapache malhablado y al tipo de la máscara y preguntas escatológicas regresé al campo de batalla. Nadie más parecía estar dispuesto a abandonar esa orilla. No falta que hizo. Un comunicado de la caída del castillo puso fin a las ya sobrepasadas fuerzas de Oykot. Combatir contra unos civiles fornidos pero sin adiestramiento en combate como eran los balleneros era una cosa. Otra muy distinta era hacerlo contra ellos, parte del ejercito revolucionario (aunque fuéramos los más raros de toda la facción) y a un grupo de marines aliados. No solo les sobrepasabamos en número, sino que también ahora en fuerza bruta.
Completada la misión era momento de encauzar la situación. La presa había sido destruida, pero quizás sería interesante reconstruirla y ceder el control y gestión a los balleneros. Derrocado el orden y mando, tocaba hacerse cargo de la situación e instaurar un nuevo régimen. Restituir el control y poder a los verdaderos dueños de la Isla: civiles y balleneros. La gente que de verdad luchaba día a día por mantener a su gente, familia y a toda la Isla en funcionamiento. Eso, por supuesto, era labor de otros. El papeleo no era lo mío, no esperaba que jamás lo fuera. Mientras que otros se encargaban de ello yo pasaba los días en el agua, inspeccionado los alrededores y corrientes para plasmarlos en mis mapas, celebrando la victoria con mis compañeros de revolución y con los balleneros que, al menos durante un tiempo, podrían respetar tranquilos sin el yugo del sometimiento sobre sus hombros. El plan de El Largo había funcionado. No como se esperaba y de manera incomprensible, había funcionado y eso era lo verdaderamente importante.
La conquista de Oykot iniciaba un nuevo capítulo en mi vida. Suponía mi ingreso y alistamiento oficial en el Ejército Revolucionario y esperaba que gracias a él, también significara más pronto que tarde el final de otro capítulo de mi vida: la búsqueda de Timsy. Mientras tanto, en el impas entre que ocurría y no, tan solo me quedaba disfrutar de la victoria y de la satisfacción de haber conseguido para las gentes de Oykot lo que la vida no me dio a mí años atrás y el azar me devolvió: la libertad.
-Depende de lo que haya comido ese día-lurk - fue la respuesta a tan peculiar pregunta. No podía esperar menos de alguien igualmente peculiar.
Habiendo ya llevado a la otra orilla al mapache malhablado y al tipo de la máscara y preguntas escatológicas regresé al campo de batalla. Nadie más parecía estar dispuesto a abandonar esa orilla. No falta que hizo. Un comunicado de la caída del castillo puso fin a las ya sobrepasadas fuerzas de Oykot. Combatir contra unos civiles fornidos pero sin adiestramiento en combate como eran los balleneros era una cosa. Otra muy distinta era hacerlo contra ellos, parte del ejercito revolucionario (aunque fuéramos los más raros de toda la facción) y a un grupo de marines aliados. No solo les sobrepasabamos en número, sino que también ahora en fuerza bruta.
Completada la misión era momento de encauzar la situación. La presa había sido destruida, pero quizás sería interesante reconstruirla y ceder el control y gestión a los balleneros. Derrocado el orden y mando, tocaba hacerse cargo de la situación e instaurar un nuevo régimen. Restituir el control y poder a los verdaderos dueños de la Isla: civiles y balleneros. La gente que de verdad luchaba día a día por mantener a su gente, familia y a toda la Isla en funcionamiento. Eso, por supuesto, era labor de otros. El papeleo no era lo mío, no esperaba que jamás lo fuera. Mientras que otros se encargaban de ello yo pasaba los días en el agua, inspeccionado los alrededores y corrientes para plasmarlos en mis mapas, celebrando la victoria con mis compañeros de revolución y con los balleneros que, al menos durante un tiempo, podrían respetar tranquilos sin el yugo del sometimiento sobre sus hombros. El plan de El Largo había funcionado. No como se esperaba y de manera incomprensible, había funcionado y eso era lo verdaderamente importante.
La conquista de Oykot iniciaba un nuevo capítulo en mi vida. Suponía mi ingreso y alistamiento oficial en el Ejército Revolucionario y esperaba que gracias a él, también significara más pronto que tarde el final de otro capítulo de mi vida: la búsqueda de Timsy. Mientras tanto, en el impas entre que ocurría y no, tan solo me quedaba disfrutar de la victoria y de la satisfacción de haber conseguido para las gentes de Oykot lo que la vida no me dio a mí años atrás y el azar me devolvió: la libertad.