Percival Höllenstern
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28-10-2024, 11:40 PM
(Última modificación: 29-10-2024, 12:05 AM por Percival Höllenstern.)
Komula, con una sonrisa que no abandonaba sus labios oscuros, observó el gesto desafiante de Byron. Parecía que la joven pirata tenía más agallas de lo que había supuesto en un principio. Llenó el ambiente de un humo denso, exhalando la primera bocanada de su cigarro mientras entrecerraba los ojos, mirando directamente al muchacho.
—Ah, muchacho, todo o nada, ¿eh? —dijo con voz grave y sedosa, sus ojos amarillos brillando con un destello juguetón—. Si apuestas así, más te vale estar listo para lo peor... o para lo mejor. Estoy dentro, pero... duplico la apuesta. ¿Qué dices, un millón más? Ya sabes lo que dicen, quien no arriesga, no gana. ¡Y yo creo que va a salir un 11!
Li-Shin Qie, por su parte, permanecía en silencio, pero sus ojos no dejaban de escudriñar a Byron, midiendo cada movimiento de sus dedos, cada inhalación de su pipa. El aire cargado de humo y tensión apenas parecía afectarle. Finalmente, con su voz suave y seductora, habló:
—La suma es impar. Apuesto otro millón. Veamos si la fortuna te sonríe o te abandona esta vez. Pero recuerda, la suerte es una amante caprichosa, Byron.
Sorvolo, siempre confiado y relajado, tomó su sombrero y lo colocó con gracia en el respaldo de su silla antes de reírse por lo bajo. Se inclinó hacia adelante, apoyando ambos codos en la mesa y observó a Byron con sus ojos cansados y afilados.
—Par o impar, chico... —dijo mientras lanzaba sus fichas sobre la mesa con un gesto despreocupado—. Yo también digo que son pares. Pero esta vez, doblo mi apuesta. Otro millón al fuego. Y no te preocupes por el timo, si pierdes, lo harás por tus propios medios. La casa no necesita truco cuando el destino juega de su lado.
Los tres apostadores quedaron en silencio tras sus palabras, esperando con sus miradas clavadas en el cubilete que ocultaba la suerte de Byron, cada uno inmerso en sus propias expectativas y estrategias. El destino, como siempre, estaba en el aire.
Entonces, se obró el milagro Y Byron ganó la apuesta, donde el resto de competidores se desprendían a regañadientes del dinero, que se partía a partes iguales entre nuestro apostador de cabello violeta y el cowboy moderno.
—¡Me toca ahora a mí lanzar los dados, chico!—dijo el vaquero sin pistola mostrando una sonrisa que hacía asomar un diente en un metal precioso y no tan abundante, kairoseki, con un fulgor momentáneo que se tornó dorado por el color de las luces de la estancia. —Ahora podría ser interesante esa apuesta que tanto comentabas, Komula, ya que te estás quedando sin dinero— comentó finalmente.
El Koala a regañadientes sacó un maletín pequeño de tonalidad rojiza y lo expuso encima de la mesa, mientras se encendía otro cigarrillo, y mostraba cara de jugador empedernido que no sabe cuando parar.
— La apuesta mínima que acepto son 20 millones. ¡Estáis avisados!
Entonces, Sorvolo, con un grandioso juego de manos donde comenzó a rotar los dados por sus dedos biónicos, hizo un rápido movimiento al aire y de un rápido giro de muñeca, encerró el resultado.
— 12
— 5
— 7
—Ah, muchacho, todo o nada, ¿eh? —dijo con voz grave y sedosa, sus ojos amarillos brillando con un destello juguetón—. Si apuestas así, más te vale estar listo para lo peor... o para lo mejor. Estoy dentro, pero... duplico la apuesta. ¿Qué dices, un millón más? Ya sabes lo que dicen, quien no arriesga, no gana. ¡Y yo creo que va a salir un 11!
Li-Shin Qie, por su parte, permanecía en silencio, pero sus ojos no dejaban de escudriñar a Byron, midiendo cada movimiento de sus dedos, cada inhalación de su pipa. El aire cargado de humo y tensión apenas parecía afectarle. Finalmente, con su voz suave y seductora, habló:
—La suma es impar. Apuesto otro millón. Veamos si la fortuna te sonríe o te abandona esta vez. Pero recuerda, la suerte es una amante caprichosa, Byron.
Sorvolo, siempre confiado y relajado, tomó su sombrero y lo colocó con gracia en el respaldo de su silla antes de reírse por lo bajo. Se inclinó hacia adelante, apoyando ambos codos en la mesa y observó a Byron con sus ojos cansados y afilados.
—Par o impar, chico... —dijo mientras lanzaba sus fichas sobre la mesa con un gesto despreocupado—. Yo también digo que son pares. Pero esta vez, doblo mi apuesta. Otro millón al fuego. Y no te preocupes por el timo, si pierdes, lo harás por tus propios medios. La casa no necesita truco cuando el destino juega de su lado.
Los tres apostadores quedaron en silencio tras sus palabras, esperando con sus miradas clavadas en el cubilete que ocultaba la suerte de Byron, cada uno inmerso en sus propias expectativas y estrategias. El destino, como siempre, estaba en el aire.
Entonces, se obró el milagro Y Byron ganó la apuesta, donde el resto de competidores se desprendían a regañadientes del dinero, que se partía a partes iguales entre nuestro apostador de cabello violeta y el cowboy moderno.
—¡Me toca ahora a mí lanzar los dados, chico!—dijo el vaquero sin pistola mostrando una sonrisa que hacía asomar un diente en un metal precioso y no tan abundante, kairoseki, con un fulgor momentáneo que se tornó dorado por el color de las luces de la estancia. —Ahora podría ser interesante esa apuesta que tanto comentabas, Komula, ya que te estás quedando sin dinero— comentó finalmente.
El Koala a regañadientes sacó un maletín pequeño de tonalidad rojiza y lo expuso encima de la mesa, mientras se encendía otro cigarrillo, y mostraba cara de jugador empedernido que no sabe cuando parar.
— La apuesta mínima que acepto son 20 millones. ¡Estáis avisados!
Entonces, Sorvolo, con un grandioso juego de manos donde comenzó a rotar los dados por sus dedos biónicos, hizo un rápido movimiento al aire y de un rápido giro de muñeca, encerró el resultado.
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