Atlas
Nowhere | Fénix
29-10-2024, 02:09 AM
Perdí la cuenta de cuántas balas perforaron mi cuerpo en la número doce. No porque hubiese decidido dejar de contar, no, sino porque comenzaron a llegar todas a la vez a un ritmo tan frenético que mi mente no alcanzaba a ponerlas en orden para contarlas. Aun así me mantuve estático en mi posición. Procuré que las alas permaneciesen expandidas cuan anchar eran, cubriendo todo el área posible para que, en efecto, Octojin abriese la ruta de escape para los suyos.
Cuando finalmente me dio el aviso de que lo había conseguido sentí un gran alivio. No sólo porque al fin me fuese a librar de recibir un balazo tras otro, que también, sino porque de una vez por todas estaría en disposición de revolverme contra ellos y darles su merecido. En mi posición no podía ver qué tenía a mis espaldas. Por ello, cuando Octojin se aseguró de que no había más cautivo por debajo de nuestra posición e hizo el reparto de objetivos, acepté su decisión como si fuera mía: para mí los de la derecha.
Serví como parapeto para que el tiburón pudiese escoger el momento y el punto exacto por el que abandonar el área de protección que le brindaba. En cuanto se hubo puesto en marcha liberé un nuevo chillido que anunciaba que estaba preparado para la batalla. Batí las alas con violencia, dejando que éstas se hundieran aún más en la cubierta de la embarcación, y volví a alzar el vuelo con una trayectoria ligeramente curva. Con ello buscaba encontrar una buena posición desde la que enfrentarme a mis oponente. Desplazándome en esa dirección, por otro lado, les obligaba a tener que seguirme con sus miradas y sus armas, lo que libraba a Octojin de convertirse en el blanco de algunos tiradores. Ya bastante tenía con los que le correspondía como para encima tener que aguantar a los míos.
Volé a alta velocidad mientras realizaba un movimiento circular y en cierto modo en envolvente en torno a los criminales. No fue hasta que estuvieron situados entre el tiburón, a lo lejos, y yo que me lancé a la ofensiva. Me posicioné a su altura y avancé hacia ellos con las alas desplegadas. En ningún momento hice esfuerzo alguno por convertirme en un blanco más difícil de acertar. No me afané por lograr que sus proyectiles no me diesen ni muchísimo menos. Por el contrario, me aseguré de que fueran capaces de hacer blanco en mí simplemente con tener un poco de puntería. ¿Que por qué? Aquellos tipos debían saber que los actos tan atroces que llevaban a cabo tenían sus consecuencias, que en el momento en que se pasasen de la raya alguien a quien no podían derrotar iría a darles una lección. En este caso ese alguien sería yo.
Las balas de acero continuaron abriendo agujeros en mi cuerpo que se cerraban a una velocidad abrumadora, con toda seguridad frustrante para quienes las disparaban. Eso sólo me empujó a seguir adelante con mis intenciones. Cuando llegué a la altura de los enemigos hice un esfuerzo consciente por desplegar mis alas al máximo. No fueron pocos los enemigos que sufrieron cortes de diversa profundidad en su cuerpo, si bien ninguno llegó a morir. Otros, por su parte, decidieron que no les merecía la pena permanecer estáticos e intentar evitar e tajo y se hicieron al mar a toda velocidad. Pero aquello no fue suficiente. Por mucho área que pudiese cubrir, los tipos estaban lo suficientemente separados como para que no les alcanzase a todos. Ello provocó que tuviese que girar sobre mí mismo para repetir la maniobra en varias ocasiones más, todas ellas con resultados similares.
No fue hasta que ni uno solo de esos tipos estuvo en condiciones de seguir luchando que finalmente me detuve, comenzando a continuación un proceso de pesca en el que mis patas fueron sacando uno a uno a los sujetos del mar. Los iba dejando sobre la cubierta, junto a Octojin, de dos en dos o de cuatro en cuatro, según a cuántos conseguía pescar. No tenía ninguna duda de que ninguno de ellos sería capaz de escapar de la vigilancia del ser de escamas o de los métodos que emplease para inmovilizarles. Aquellos criminales, como todos, debían ser detenidos, juzgados y, probablemente, condenados en base a los delitos que hubiesen cometido. No eran pocos, así que lo más probable era que no viesen la luz del sol en bastante tiempo.
—Creo que no queda ninguno de los que estaban en mi zona —dije después de realizar un par de barridos sobre el mar en torno a la zona en la que había ocultado el barco. Si alguien se había conseguido escapar, ya no podría encontrarle—, pero los veo muy tranquilos.
Al aterrizar de nuevo en la cubierta había adquirido mi forma humana, haciendo un gesto al escualo para que se aproximase a mi posición y que no nos pudiesen escuchar. Efectivamente, habían puesto resistencia pero el rescate en sí mismo no había entrañado demasiada dificultad. Vale que en otro contexto y con otras personas encargadas de la operación todo podría haber salido mucho peor, pero no era eso el asunto a tratar.
—No sé, ese tipo estuvo muy tranquilo en todo momento y esta gente tampoco parece estar demasiado preocupada. ¿Les da igual que les arresten? No lo entiendo, pero es bastante sospechoso. Ese tipo tenía muchos años encima y la cara de haberse enfrentado a todo tipo de situaciones. Además, a pesar de estar en una situación muy comprometida ¿no crees que ha aceptado una suma muy pequeña de dinero por tantos gyojins? Estoy seguro de que con eso ni siquiera cubre los gastos que haya tenido para darles caza. Tiene que haber algo más.
Siguiendo con mi razonamiento, me dirigí a la zona en la que Octojin había inmovilizado a los miembros atrapados del grupo criminal. Mi mirada pasó de uno a otro, escrutando sus rostros en busca de algo que me indicase que al menos había un atisbo de duda en ellos. Nada. Por más que miraba sólo veía fría indiferencia y tranquilidad. ¿Y si estaban así de relajados porque tenían un seguro que les cubría las espaldas? No era descabellado. De hecho, poniéndome en la cabeza del enemigo era un plan bastante inteligente. Si existía la posibilidad de jugar la partida con un comodín, ¿qué clase se tipeji sin escrúpulos no lo utilizaría?
—Hay más, ¿verdad? —salté súbitamente al tiempo que me ponía en cuclillas frente a uno de los enemigos que había saltado al mar durante mis ofensivas—. Más prisioneros ocultos en algún lugar. Estos sólo eran unos pocos y nos los habéis puesto en bandeja para poder continuar con el negocio sin que nos demos cuenta, ¿a que sí?
El hombre no respondió ni sus ojos revelaron el acierto o desatino de mi suposición. Había sido nada más y nada menos que pura intuición, aunque había quien decía que la intuición como tal no existía, sino que era la interpretación inconsciente de una serie de patrones corporales que percibíamos sin darnos cuenta. Tomando esto en cuenta, si se le daba veracidad a esa teoría, la intuición realmente sería de los elementos más empíricos a tener en cuenta a la hora de valorar una decisión o la interpretación de una conducta. Se podría decir que algo así es lo que me estaba sucediendo en aquellos momentos con aquel tipo.
Cuando finalmente me dio el aviso de que lo había conseguido sentí un gran alivio. No sólo porque al fin me fuese a librar de recibir un balazo tras otro, que también, sino porque de una vez por todas estaría en disposición de revolverme contra ellos y darles su merecido. En mi posición no podía ver qué tenía a mis espaldas. Por ello, cuando Octojin se aseguró de que no había más cautivo por debajo de nuestra posición e hizo el reparto de objetivos, acepté su decisión como si fuera mía: para mí los de la derecha.
Serví como parapeto para que el tiburón pudiese escoger el momento y el punto exacto por el que abandonar el área de protección que le brindaba. En cuanto se hubo puesto en marcha liberé un nuevo chillido que anunciaba que estaba preparado para la batalla. Batí las alas con violencia, dejando que éstas se hundieran aún más en la cubierta de la embarcación, y volví a alzar el vuelo con una trayectoria ligeramente curva. Con ello buscaba encontrar una buena posición desde la que enfrentarme a mis oponente. Desplazándome en esa dirección, por otro lado, les obligaba a tener que seguirme con sus miradas y sus armas, lo que libraba a Octojin de convertirse en el blanco de algunos tiradores. Ya bastante tenía con los que le correspondía como para encima tener que aguantar a los míos.
Volé a alta velocidad mientras realizaba un movimiento circular y en cierto modo en envolvente en torno a los criminales. No fue hasta que estuvieron situados entre el tiburón, a lo lejos, y yo que me lancé a la ofensiva. Me posicioné a su altura y avancé hacia ellos con las alas desplegadas. En ningún momento hice esfuerzo alguno por convertirme en un blanco más difícil de acertar. No me afané por lograr que sus proyectiles no me diesen ni muchísimo menos. Por el contrario, me aseguré de que fueran capaces de hacer blanco en mí simplemente con tener un poco de puntería. ¿Que por qué? Aquellos tipos debían saber que los actos tan atroces que llevaban a cabo tenían sus consecuencias, que en el momento en que se pasasen de la raya alguien a quien no podían derrotar iría a darles una lección. En este caso ese alguien sería yo.
Las balas de acero continuaron abriendo agujeros en mi cuerpo que se cerraban a una velocidad abrumadora, con toda seguridad frustrante para quienes las disparaban. Eso sólo me empujó a seguir adelante con mis intenciones. Cuando llegué a la altura de los enemigos hice un esfuerzo consciente por desplegar mis alas al máximo. No fueron pocos los enemigos que sufrieron cortes de diversa profundidad en su cuerpo, si bien ninguno llegó a morir. Otros, por su parte, decidieron que no les merecía la pena permanecer estáticos e intentar evitar e tajo y se hicieron al mar a toda velocidad. Pero aquello no fue suficiente. Por mucho área que pudiese cubrir, los tipos estaban lo suficientemente separados como para que no les alcanzase a todos. Ello provocó que tuviese que girar sobre mí mismo para repetir la maniobra en varias ocasiones más, todas ellas con resultados similares.
No fue hasta que ni uno solo de esos tipos estuvo en condiciones de seguir luchando que finalmente me detuve, comenzando a continuación un proceso de pesca en el que mis patas fueron sacando uno a uno a los sujetos del mar. Los iba dejando sobre la cubierta, junto a Octojin, de dos en dos o de cuatro en cuatro, según a cuántos conseguía pescar. No tenía ninguna duda de que ninguno de ellos sería capaz de escapar de la vigilancia del ser de escamas o de los métodos que emplease para inmovilizarles. Aquellos criminales, como todos, debían ser detenidos, juzgados y, probablemente, condenados en base a los delitos que hubiesen cometido. No eran pocos, así que lo más probable era que no viesen la luz del sol en bastante tiempo.
—Creo que no queda ninguno de los que estaban en mi zona —dije después de realizar un par de barridos sobre el mar en torno a la zona en la que había ocultado el barco. Si alguien se había conseguido escapar, ya no podría encontrarle—, pero los veo muy tranquilos.
Al aterrizar de nuevo en la cubierta había adquirido mi forma humana, haciendo un gesto al escualo para que se aproximase a mi posición y que no nos pudiesen escuchar. Efectivamente, habían puesto resistencia pero el rescate en sí mismo no había entrañado demasiada dificultad. Vale que en otro contexto y con otras personas encargadas de la operación todo podría haber salido mucho peor, pero no era eso el asunto a tratar.
—No sé, ese tipo estuvo muy tranquilo en todo momento y esta gente tampoco parece estar demasiado preocupada. ¿Les da igual que les arresten? No lo entiendo, pero es bastante sospechoso. Ese tipo tenía muchos años encima y la cara de haberse enfrentado a todo tipo de situaciones. Además, a pesar de estar en una situación muy comprometida ¿no crees que ha aceptado una suma muy pequeña de dinero por tantos gyojins? Estoy seguro de que con eso ni siquiera cubre los gastos que haya tenido para darles caza. Tiene que haber algo más.
Siguiendo con mi razonamiento, me dirigí a la zona en la que Octojin había inmovilizado a los miembros atrapados del grupo criminal. Mi mirada pasó de uno a otro, escrutando sus rostros en busca de algo que me indicase que al menos había un atisbo de duda en ellos. Nada. Por más que miraba sólo veía fría indiferencia y tranquilidad. ¿Y si estaban así de relajados porque tenían un seguro que les cubría las espaldas? No era descabellado. De hecho, poniéndome en la cabeza del enemigo era un plan bastante inteligente. Si existía la posibilidad de jugar la partida con un comodín, ¿qué clase se tipeji sin escrúpulos no lo utilizaría?
—Hay más, ¿verdad? —salté súbitamente al tiempo que me ponía en cuclillas frente a uno de los enemigos que había saltado al mar durante mis ofensivas—. Más prisioneros ocultos en algún lugar. Estos sólo eran unos pocos y nos los habéis puesto en bandeja para poder continuar con el negocio sin que nos demos cuenta, ¿a que sí?
El hombre no respondió ni sus ojos revelaron el acierto o desatino de mi suposición. Había sido nada más y nada menos que pura intuición, aunque había quien decía que la intuición como tal no existía, sino que era la interpretación inconsciente de una serie de patrones corporales que percibíamos sin darnos cuenta. Tomando esto en cuenta, si se le daba veracidad a esa teoría, la intuición realmente sería de los elementos más empíricos a tener en cuenta a la hora de valorar una decisión o la interpretación de una conducta. Se podría decir que algo así es lo que me estaba sucediendo en aquellos momentos con aquel tipo.