Alguien dijo una vez...
Donquixote Doflamingo
¿Los piratas son malos? ¿Los marines son los buenos? ¡Estos términos han cambiado siempre a lo largo de la historia! ¡Los niños que nunca han visto la paz y los niños que nunca han visto la guerra tienen valores diferentes! ¡Los que están en la cima determinan lo que está bien y lo que está mal! ¡Este lugar es un terreno neutral! ¿Dicen que la Justicia prevalecerá? ¡Por supuesto que lo hará! ¡Gane quién gane esta guerra se convertirá en la Justicia!
[Aventura] [T5] Las malas compañías.
Atlas
Nowhere | Fénix
Off


La huida del puerto es una auténtica odisea. Por suerte, te preocupaste de mapear adecuadamente la zona antes de que toda la jarana comenzase. Ese dominio del terreno y tu capacidad de percibir antes de llegar a ver te son de gran ayuda. De hecho, de no ser por eso lo más probable es que la extenuación que arrastras te hubiesen llevado de cabeza a una de las patrullas. Y así sí que habrías tenido un problema de los grandes. Sea como sea, te deslizas por callejones y pasadizos medio olvidados y abandonados. En más de una ocasión puedes oír pisadas de potenciales enemigos que pasan más cerca de lo que te gustaría, pero afortunadamente alcanzas el Hope y consigues poner la mercancía a salvo. Minipunto para ti.

Aun así, un nuevo problema se te presenta a la hora de intentar abrir la dichosa cúpula. El contenido es valioso y frágil, por lo que en primer lugar intentas desmontarla con una mezcla de mañana y suavidad, así como buscar posibles mecanismos que permitan abrirla de forma no violenta. Sin embargo, no es hasta tu tercera idea que das con la tecla. Como buen material plástico que es, cuando logras que alcance la temperatura indicada se vuelve más débil y maleable. Las uniones comienzan a ser menos resistentes y la propia cúpula se vuelve hasta cierto punto deformable. Tras mucho trabajar sobre la susodicha, finalmente abres un hueco lo suficientemente grande como para extraer el contenido.



Ninguno de los guardias se opone a que el muchacho haga lo que le has ordenado. Hay que reconocer que tu discurso al menos les ha generado curiosidad. Por el momento no les pareces alguien peligroso o que vaya buscando gresca, por lo que deciden escucharte. Como dices, el botones vuelve con una de las esculturas y, cuando se la enseñas, a los de seguridad, se te quedan mirando sin pronunciar una sola palabra. Cualquiera diría que están valorando qué hacer, pero tu ultimátum tampoco les deja mucho tiempo para pensar.

—Un segundo, caballero —dice entonces uno de ellos al tiempo que se lleva una mano a la oreja—. Buenas noches. Sí, necesitamos que venga un segundo a la puerta. —Alguien parece hablar con cierto tono airado al otro lado—. Trae unas esculturas —murmura—. Las hemos visto. Si son falsas, están muy bien conseguidas, pero no tiene entrada y no sabemos si dejarle pasar... Aquí le esperamos.

Cuanto la conversación acaba el sujeto te pide que tapes el busto y lo vuelvas a guardar, así como que esperes unos minutos hasta que llegue alguien. Ese alguien aparece unos quince minutos después, esos minutos que los que se sienten por encima gustan en robara a las vidas de los demás por pura prepotencia y arrogancia. Aun así, es un señor bastante educado:

—Buenas noches, caballero. Mi nombre es Maurice Guillain —dice al tiempo que extiende una mano en tu dirección con ánimo de estrechar la tuya—. Estos señores me han comunicado que tiene usted algo que quiere que vea; ¿me permite?
Apariencia aproximada de Maurice Guillain


Una vez le entregues la muestra, podrás ver cómo abre los ojos hasta límites insospechados. Mira alternativamente al busto y a ti, olvidándose por un momento de dónde está y sacándolo de las telas en las que lo llevas envuelto. Lo miras desde todos los ángulos y posiciones, deteniéndose en puntos y detalles que causan que se sorprenda aún más. Supongo que tú estás tan perdido como yo, pero el caso es que el tipo sabe perfectamente qué es lo que tiene entre manos. Es por ello que, tras hacerte entrega de tu mercancía con sumo cuidado, se dirige a los vigilantes de seguridad:

—Este señor no puede faltar en el encuentro artístico que esta noche tiene lugar en el  interior del casino, caballeros, así que les ruego que le permitan el paso.

Efectivamente, los guardias de seguridad se hacen a un lado y permiten que pases junto a tu mercancía. Maurice va un paso por delante de ti. Parece haberse desprendido de toda esa pedantería y en cierto modo intenta complacerte con una educación y una amabilidad exageradas. En el proceso, al introducirse en el hall se dirige hacia unas escaleras laterales situadas a la derecha que descienden hasta un nivel inferior.

Allí os topáis con un gran corredor con suelo de moqueta color carmín y paredes forradas en papel con motivos dorados y plata. No hay ni una mota de polvo independientemente de dónde mires. Además, el largo pasillo consta de nada menos que seis puertas —tres a cada lado— bastante separadas entre sí. Te conduce hasta una de ellas; más concretamente la del medio entre las situadas a la derecha. Una vez en el interior, te encuentras una estancia de unos doscientos metros cuadrados, perfectamente cuadrada y con suelo y paredes idénticos a los del corredor. Sendas lámparas de araña repletas de cristales finamente labrados cuelgan del techo. Asimismo, un cuarteto de cuerda ameniza la velada desde una pequeña tarima situada en un lateral.

Aproximadamente dos docenas de personas charlan sin escándalo entre sí. Media docena de camareros extremadamente protocolarios llevan bandejas con copas de champagne del bueno de un lado para otro, estando siempre donde tienen que estar pero sin interrumpir ni molestar a nadie. De vez en cuando, pequeñas degustaciones tremendamente elaboradas acompañan al licor en una reunión donde no hay ni una sola persona sin gran relevancia en su campo. Al menos eso aparentan, claro. Justo al lado de la puerta accesoria hay un señor mayor que en voz baja y de manera extremadamente eficiente coordina a los camareros —hola, Boniface—.

Al margen del ambiente, por la zona hay distribuidas obras de arte de diversos estilos. Puedes apreciar diferentes cuadros pintados de formas que incluso se podrían calificar como opuestas en cuanto a estilo, esculturas que alcanzan el techo y obras de arte más conceptuales —incomprensibles si quieres— repartidas por la estancia.

—Coloque sus piezas allí, por favor —te indica Maurice, señalando una posición vacía a unos cinco metros del cuarteto de cuerda.

En cuanto lo hagas, podrás apreciar que un par de hombres que conversan con una señora de avanzada edad con pinta de pudiente reparan en ti. Uno de ellos lleva un esmoquin negro con pajarita del mismo color y camisa blanca. El otro, por su parte, apesta a aristócrata desde la puerta. Ambos interrumpen de inmediato la conversación con la mujer de manera educada y se dirigen a ti, escrutando cada detalle de los bustos. Maurice, por su parte, asiente convencido de que ellos están viendo y evaluando lo mismo que él.

—Don Leroy von Doi tenía entendido que estas piezas pertenecían a la colección del personal del barón Stroisand —dice el que sin duda es el mayordomo—, pero supone que debe haber sido una confusión por su parte. Supone que los años no pasan en vano para nadie. —A pesar de ser el mayordomo quien habla, es el hombre pudiente el que suelta una pequeña y señorial carcajada ante su ocurrencia, aunque no la ha pronunciado él—. ¿Cuál es su nombre, caballero?

Al margen de la conversación que empieces a mantener con esta pareja de hombres, si es que quieres mantenerla, hay algunos sujetos que también podrían llamar tu atención en un momento dado. Uno de ellos es un hombre de rasgos orientales que emplea una vestimenta que combina a la perfección con sus facciones. También hay un grupo de tres personas —dos mujeres y un hombre— que visten una suerte de capas o uniformes color arena. Estos tres están un poco más apartados del resto, pero tampoco se mantienen aislados del todo. Es verdad que su atuendo contrasta un poco con el de las personas que te rodean, pero bueno.
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