Silver
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29-10-2024, 02:34 PM
Al ingresar en el salón, Silver sintió la calidez artificial de las luces y el suave rumor de conversaciones que llenaban el ambiente. El lugar rebosaba opulencia, con los cristales de las lámparas de araña reflejando los destellos de las joyas y los trajes elegantes de los presentes. Mantuvo su expresión segura, casi indiferente, como si aquel ambiente fuera habitual para él.
Acompañado de Maurice, quien lo escoltaba con una reverencia exagerada, avanzó hasta un espacio despejado cerca del cuarteto de cuerdas. Syxel desató la tela que cubría uno de los bustos y lo colocó con cuidado en la plataforma señalada, girándolo levemente para que captara la luz perfecta. Satisfecho con la presentación, repitió el proceso con cada pieza, proyectando la imagen de alguien que respetaba el valor de su mercancía.
No tardaron en fijarse en él. Entre los primeros en notar su llegada se encontraban dos hombres: uno, con un esmoquin negro y pajarita a juego, observaba cada busto con ojos sagaces y calculadores; el otro, vestido con prendas que gritaban aristocracia, estudiaba cada movimiento del capitán con expresión intrigada. Ambos interrumpieron de inmediato su conversación con una mujer, avanzando hacia él con estudiada elegancia.
El hombre con pajarita carraspeó sutilmente y, con voz neutra, formuló una pregunta que parecía flotar entre cortesía y evaluación, al tiempo que sus ojos recorrían cada detalle de las esculturas. Silver le dedicó una mirada de enigmática cordialidad antes de responder.
—Silver D. Syxel —se presentó sin añadir más, disfrutando de la leve sorpresa reflejada en el rostro de ambos hombres al escuchar su nombre. Tras una pausa calculada, añadió—: Digamos que mi colección no se encuentra entre las habituales, y por ello consideré adecuado compartirla con quienes saben reconocer una verdadera pieza de valor.
El hombre del esmoquin sostuvo la mirada de Silver con una expresión que denotaba algo entre curiosidad y cálculo. Antes de poder emitir respuesta alguna, el mayordomo se giró hacia Maurice, y el tono de reproche en sus palabras quedó en el aire, dirigiéndose con formalidad contenida hacia su acompañante.
Sin inmutarse, Maurice inclinó la cabeza en un gesto apenas perceptible y dio un paso atrás, dejando la conversación en manos de Syxel . Este último mantuvo su tono firme, dirigiendo la vista hacia los bustos expuestos:
—No es mi estilo adentrarme en los detalles de procedencia en cada transacción —murmuró con un deje de ironía—. Pero diré que hay una historia fascinante detrás de estas esculturas... hacerme con ellas fue toda una batalla.
La aparente seguridad de Silver parecía captar la atención de los presentes, y el silencio que siguió hizo más profunda la expectativa en el ambiente. Mientras aguardaba la reacción de ambos hombres, dirigió una mirada rápida al entorno: un hombre de rasgos orientales se mantenía en un rincón de la sala, observando de lejos, al igual que un trío de personas vestidos con capas de tono arena, cuya atención velada delataba cierta experiencia en este tipo de transacciones. Si bien no se acercaron, su presencia captó la atención del capitán.
Regresando la vista a sus interlocutores, Syxel aguardó, esperando con una calma férrea sus próximas palabras o cualquier gesto de aprobación. La satisfacción de un buen despliegue aún le invadía, y con un paso sutil hacia atrás, cedió el espacio para que la evaluación continuara.
—Espero que disfrutemos de la velada, caballeros, y que mis aportaciones cumplan con sus expectativas —dijo finalmente, dejando que sus palabras se impregnaran en el aire, con la confianza de quien sabe que, en efecto, sus piezas habían dejado huella.
Acompañado de Maurice, quien lo escoltaba con una reverencia exagerada, avanzó hasta un espacio despejado cerca del cuarteto de cuerdas. Syxel desató la tela que cubría uno de los bustos y lo colocó con cuidado en la plataforma señalada, girándolo levemente para que captara la luz perfecta. Satisfecho con la presentación, repitió el proceso con cada pieza, proyectando la imagen de alguien que respetaba el valor de su mercancía.
No tardaron en fijarse en él. Entre los primeros en notar su llegada se encontraban dos hombres: uno, con un esmoquin negro y pajarita a juego, observaba cada busto con ojos sagaces y calculadores; el otro, vestido con prendas que gritaban aristocracia, estudiaba cada movimiento del capitán con expresión intrigada. Ambos interrumpieron de inmediato su conversación con una mujer, avanzando hacia él con estudiada elegancia.
El hombre con pajarita carraspeó sutilmente y, con voz neutra, formuló una pregunta que parecía flotar entre cortesía y evaluación, al tiempo que sus ojos recorrían cada detalle de las esculturas. Silver le dedicó una mirada de enigmática cordialidad antes de responder.
—Silver D. Syxel —se presentó sin añadir más, disfrutando de la leve sorpresa reflejada en el rostro de ambos hombres al escuchar su nombre. Tras una pausa calculada, añadió—: Digamos que mi colección no se encuentra entre las habituales, y por ello consideré adecuado compartirla con quienes saben reconocer una verdadera pieza de valor.
El hombre del esmoquin sostuvo la mirada de Silver con una expresión que denotaba algo entre curiosidad y cálculo. Antes de poder emitir respuesta alguna, el mayordomo se giró hacia Maurice, y el tono de reproche en sus palabras quedó en el aire, dirigiéndose con formalidad contenida hacia su acompañante.
Sin inmutarse, Maurice inclinó la cabeza en un gesto apenas perceptible y dio un paso atrás, dejando la conversación en manos de Syxel . Este último mantuvo su tono firme, dirigiendo la vista hacia los bustos expuestos:
—No es mi estilo adentrarme en los detalles de procedencia en cada transacción —murmuró con un deje de ironía—. Pero diré que hay una historia fascinante detrás de estas esculturas... hacerme con ellas fue toda una batalla.
La aparente seguridad de Silver parecía captar la atención de los presentes, y el silencio que siguió hizo más profunda la expectativa en el ambiente. Mientras aguardaba la reacción de ambos hombres, dirigió una mirada rápida al entorno: un hombre de rasgos orientales se mantenía en un rincón de la sala, observando de lejos, al igual que un trío de personas vestidos con capas de tono arena, cuya atención velada delataba cierta experiencia en este tipo de transacciones. Si bien no se acercaron, su presencia captó la atención del capitán.
Regresando la vista a sus interlocutores, Syxel aguardó, esperando con una calma férrea sus próximas palabras o cualquier gesto de aprobación. La satisfacción de un buen despliegue aún le invadía, y con un paso sutil hacia atrás, cedió el espacio para que la evaluación continuara.
—Espero que disfrutemos de la velada, caballeros, y que mis aportaciones cumplan con sus expectativas —dijo finalmente, dejando que sus palabras se impregnaran en el aire, con la confianza de quien sabe que, en efecto, sus piezas habían dejado huella.