Octojin
El terror blanco
29-10-2024, 03:19 PM
La travesía en el bote mercante, tan silenciosa y discreta como habías planeado, da un giro inesperado cuando, a media noche, la imponente silueta de una nave de la marina aparece bloqueando el paso frente a ti. Las luces en cubierta iluminan el mar, proyectando sombras danzantes en el agua. Los marines hacen señas, indicando al mercante que dé media vuelta, y el capitán, visiblemente tenso, obedece sin cuestionar.
Regresáis hacia el muelle en silencio. En ese momento te da tiempo de mirar a tu alrededor. En total sois seis tripulantes en el bote, además del capitán. Todos parecen estar intentando procesar la situación, algunos lanzando miradas nerviosas hacia la nave de la marina y otros resignados al ver cómo su viaje sufrirá un gran retraso con aquél acontecimiento. Al llegar a la orilla, la escena que te espera no inspira confianza. Los marines han formado una línea, bloqueando cualquier posibilidad de escapar. A primera vista, todos parecen soldados rasos, uniformados y serios, pero la penumbra de la noche hace difícil distinguir más detalles. Cada marine se coloca delante de uno de los tripulantes, como si la distribución ya estuviera pensada de antemano. Al principio cuentas unos diez marines, así que como hay algunos que no tienen misión asignada, se marchan hacia la izquierda, donde hay un grupo en círculo de aún más marines. Hay algo curioso en el ambiente, una calma tensa.
Tienes la ventaja de que es de noche y los marines parecen apurados por revisar a los pasajeros. No parece que te hayan reconocido, al menos no de inmediato. Uno de ellos, el que está frente a ti, lleva un cuaderno en la mano y no parece ni siquiera dispuesto a mirarte a la cara. Alza la vista lo justo para confirmar que te tiene en frente antes de comenzar a hablar.
—Nombre y destino —murmura, sin levantar la voz y con la vista fija en el papel donde va anotando las respuestas.
Una vez des tu respuesta, la expresión de tu interlocutor no cambiará. Continuará haciendo preguntas, de manera mecánica, mientras sigue anotando en su cuaderno cualquier respuesta que le des.
—¿De dónde vienes? —pregunta luego, y te pide que indiques algún testigo que pueda corroborar tu paradero de la última media hora.
La noche sigue siendo una ventaja, y el marine, con sus ojos clavados en el papel, apenas se molesta en mirarte. Sin embargo, percibes algo extraño: el nerviosismo de otros marines, que lanzan miradas al tipo corpulento que estaba en el bote contigo y que ahora está esposado, con evidentes rastros de sangre en su ropa. Se lo llevan con la misma tranquilidad con la que te han interrogado, lo cual te sorprende; parece que su presencia fue la razón de este registro.
Una vez terminadas las preguntas, el marine cierra su cuaderno y te señala un banco junto al muelle donde otros pasajeros del bote ya están sentados, esperando instrucciones. Sin opciones de momento, lo más sensato parece ser tomar asiento y observar la escena a tu alrededor. Los marines mantienen el control con firmeza, pero hay una cierta tensión en el aire, como si la captura del hombre ensangrentado les preocupara más de lo que dejan ver. Los soldados siguen firmes en su inspección, organizados y, al menos en apariencia, discretos. Algunos murmuran entre ellos, susurrando palabras que no logras oír, pero que dejan claro que están discutiendo detalles sobre el prisionero.
El tipo que te ha interrogado habla con uno bastante más alto, de entorno a dos metros veinte, o dos metros treinta. Parece ser el superior, porque si te fijas, todos los que interrogan acaban yendo a él. El chaval del cuaderno te apunta con el dedo un par de veces, ¿acaso no sabe que eso está feo? Vaya tela. Nuestros impuestos acaban en la marina, y no les deben enseñar un mínimo de respeto... Pero bueno, eso es otro tema. El caso es que tras señalarte varias veces, el tipo alto te mira también, alternando la vista en ti y en el cuaderno.
Si miras al hombre esposado, que sigue el procedimiento sin ofrecer resistencia, notarás cómo su expresión es estoica, como si ya estuviera acostumbrado a este tipo de situaciones. Te preguntas si realmente él era la causa de que detuvieran el bote o si hay algo más en juego ahí, algo que la marina no ha revelado aún.
Esperas pacientemente en el banco, percibiendo los pasos de los soldados que se mueven de un lado a otro. Aunque estás cerca del foco de atención, la oscuridad sigue siendo una aliada, y la marina no parece haber notado la recompensa sobre tu cabeza.
El ambiente sigue siendo cauteloso, pero la orden de retirada es clara. Al menos por ahora, no eres el centro de la atención. No sabes qué es lo que ha hecho ese hombre corpulento, pero sin duda le debes una. Un marine se acerca a ti, no es el del cuaderno, pero es uno que quizá hayas visto interrogando a otro. Aunque conforme está más cerca, ves que no es directamente a ti a quien se dirige, sino al grupo.
—Caballeros, esperen un minuto más, estamos comprobando un par de cosas y ya estaréis en libertad. La marina les obsequiará con un ticket que podéis canjear en la posada "La bella durmiente", que está a cien metros de aquí. E intentaremos hablar con el propietario del barco para que os deje ir en el siguiente viaje, disculpen las molestias.
Y tras ello, se alejará de nuevo hacia el grupo de marines, que parecen esperarle y le dan un par de golpecitos en la espalda. Está claro que es un novato, o lo tratan como tal.
Sabes que esta noche ha quedado marcada, y aunque el espectáculo haya concluido por el momento, la isla seguirá siendo el escenario de tus próximos movimientos.
Regresáis hacia el muelle en silencio. En ese momento te da tiempo de mirar a tu alrededor. En total sois seis tripulantes en el bote, además del capitán. Todos parecen estar intentando procesar la situación, algunos lanzando miradas nerviosas hacia la nave de la marina y otros resignados al ver cómo su viaje sufrirá un gran retraso con aquél acontecimiento. Al llegar a la orilla, la escena que te espera no inspira confianza. Los marines han formado una línea, bloqueando cualquier posibilidad de escapar. A primera vista, todos parecen soldados rasos, uniformados y serios, pero la penumbra de la noche hace difícil distinguir más detalles. Cada marine se coloca delante de uno de los tripulantes, como si la distribución ya estuviera pensada de antemano. Al principio cuentas unos diez marines, así que como hay algunos que no tienen misión asignada, se marchan hacia la izquierda, donde hay un grupo en círculo de aún más marines. Hay algo curioso en el ambiente, una calma tensa.
Tienes la ventaja de que es de noche y los marines parecen apurados por revisar a los pasajeros. No parece que te hayan reconocido, al menos no de inmediato. Uno de ellos, el que está frente a ti, lleva un cuaderno en la mano y no parece ni siquiera dispuesto a mirarte a la cara. Alza la vista lo justo para confirmar que te tiene en frente antes de comenzar a hablar.
—Nombre y destino —murmura, sin levantar la voz y con la vista fija en el papel donde va anotando las respuestas.
Una vez des tu respuesta, la expresión de tu interlocutor no cambiará. Continuará haciendo preguntas, de manera mecánica, mientras sigue anotando en su cuaderno cualquier respuesta que le des.
—¿De dónde vienes? —pregunta luego, y te pide que indiques algún testigo que pueda corroborar tu paradero de la última media hora.
La noche sigue siendo una ventaja, y el marine, con sus ojos clavados en el papel, apenas se molesta en mirarte. Sin embargo, percibes algo extraño: el nerviosismo de otros marines, que lanzan miradas al tipo corpulento que estaba en el bote contigo y que ahora está esposado, con evidentes rastros de sangre en su ropa. Se lo llevan con la misma tranquilidad con la que te han interrogado, lo cual te sorprende; parece que su presencia fue la razón de este registro.
Una vez terminadas las preguntas, el marine cierra su cuaderno y te señala un banco junto al muelle donde otros pasajeros del bote ya están sentados, esperando instrucciones. Sin opciones de momento, lo más sensato parece ser tomar asiento y observar la escena a tu alrededor. Los marines mantienen el control con firmeza, pero hay una cierta tensión en el aire, como si la captura del hombre ensangrentado les preocupara más de lo que dejan ver. Los soldados siguen firmes en su inspección, organizados y, al menos en apariencia, discretos. Algunos murmuran entre ellos, susurrando palabras que no logras oír, pero que dejan claro que están discutiendo detalles sobre el prisionero.
El tipo que te ha interrogado habla con uno bastante más alto, de entorno a dos metros veinte, o dos metros treinta. Parece ser el superior, porque si te fijas, todos los que interrogan acaban yendo a él. El chaval del cuaderno te apunta con el dedo un par de veces, ¿acaso no sabe que eso está feo? Vaya tela. Nuestros impuestos acaban en la marina, y no les deben enseñar un mínimo de respeto... Pero bueno, eso es otro tema. El caso es que tras señalarte varias veces, el tipo alto te mira también, alternando la vista en ti y en el cuaderno.
Si miras al hombre esposado, que sigue el procedimiento sin ofrecer resistencia, notarás cómo su expresión es estoica, como si ya estuviera acostumbrado a este tipo de situaciones. Te preguntas si realmente él era la causa de que detuvieran el bote o si hay algo más en juego ahí, algo que la marina no ha revelado aún.
Esperas pacientemente en el banco, percibiendo los pasos de los soldados que se mueven de un lado a otro. Aunque estás cerca del foco de atención, la oscuridad sigue siendo una aliada, y la marina no parece haber notado la recompensa sobre tu cabeza.
El ambiente sigue siendo cauteloso, pero la orden de retirada es clara. Al menos por ahora, no eres el centro de la atención. No sabes qué es lo que ha hecho ese hombre corpulento, pero sin duda le debes una. Un marine se acerca a ti, no es el del cuaderno, pero es uno que quizá hayas visto interrogando a otro. Aunque conforme está más cerca, ves que no es directamente a ti a quien se dirige, sino al grupo.
—Caballeros, esperen un minuto más, estamos comprobando un par de cosas y ya estaréis en libertad. La marina les obsequiará con un ticket que podéis canjear en la posada "La bella durmiente", que está a cien metros de aquí. E intentaremos hablar con el propietario del barco para que os deje ir en el siguiente viaje, disculpen las molestias.
Y tras ello, se alejará de nuevo hacia el grupo de marines, que parecen esperarle y le dan un par de golpecitos en la espalda. Está claro que es un novato, o lo tratan como tal.
Sabes que esta noche ha quedado marcada, y aunque el espectáculo haya concluido por el momento, la isla seguirá siendo el escenario de tus próximos movimientos.