¿Sabías que…?
... Garp declaró que se había comido 842 donas sin dormir ni descansar porque estaba tratando de batir un récord mundial. ¿Podrás superarlo?
[Aventura] [T5] Todo o nada. De vuelta en el Baratie
Octojin
El terror blanco
Mañana del día 31 de Verano del año 724


Apenas se ha levantado el sol cuando los primeros rayos se cuelan por la escotilla de tu habitación en el Baratie, iluminando la piel curtida de un hombre acostumbrado a que el día empiece con el choque de acero o con el rugir del viento en cubierta, no con esta calma de restaurante en alta mar. Sin embargo, hoy es distinto. La brisa de la mañana se siente tranquila, y el Baratie te ha acogido como un extraño huésped de honor, premiando tu esfuerzo —y el de tu grupo— con una generosa oferta de comida y descanso a bordo. Tal vez los cocineros no olvidaron tu "intervención" en el restaurante la última noche, y aunque el lugar tiene sus propias reglas y orden, se siente que aquí hay un respeto entre guerreros.

Despiertas con el eco de los primeros pasos sobre la madera vieja y el crujir de la cubierta que anuncia un día en pleno apogeo. Aunque lo haces con ciertas dificultades y te notas algo raro. Sigues ligeramente somnoliento, y eso te hace estar un poco más torpe. Al salir de la habitación, el aroma a sal marina se mezcla con el de los primeros fogones, y conforme desciendes hacia la cubierta, el bullicio empieza a crecer. El clima es fresco, perfecto para despejar la cabeza de cualquier guerrero, y la luz es apenas lo suficientemente suave para que los ojos se adapten sin arder. A no ser que lo mires un par de minutos fijamente, en ese caso este narrador no se responsabiliza del daño que te pueda hacer.

Quizá decidas tomarte un momento para observar el barco, como quien evalúa un campo de batalla, aunque lo que tienes delante es una escena de lo más pacífica. Quizá la única similitud es el choque de aceros, pero en vez de espadas son cuchillos y tenedores.

A medida que avanzas por la terraza, notas que el Baratie es un hervidero de actividad, especialmente a estas horas de la mañana. Los camareros van y vienen, esquivando a los clientes con la precisión de quien ha pasado años en eso, y los comensales –piratas, marines de bajo perfil, y algún que otro civil aventurero– conversan y ríen sin parar. Tú mismo notas algunas miradas furtivas de curiosidad hacia tu figura imponente; no es raro, después de todo, eres casi como una fortaleza de cinco metros de puro músculo, moviéndote entre mesas como si pertenecieras más a una historia épica que a este restaurante. Y lo de puro músculo es en serio eh. Joder, estás cachas tío.

En las mesas, los platos ya empiezan a llenarse de alimentos generosos y bastante apetecibles. Hay carnes asadas, salsas espesas, y pescados enteros aún humeantes; los aromas inundan el ambiente, y es probable que tu estómago ya esté exigiendo una ración generosa. Y cuando digo generosa me quedo corto. Y encima gratis... Ojalá ser tú en este momento.

Al otro lado de la barra, uno de los chefs parece supervisarlo todo con una sonrisa traviesa. Su amplia intuición ejerce de guía. Cada vez que un plato llega a la barra, lo toca apenas un segundo y da una instrucción clara, como si su sentido del olfato y el tacto fueran los de un cazador rastreando presas en medio de un banquete.

Pero hoy hay algo especial en el ambiente, algo que no es común en las mesas y que tú puedes detectar con facilidad: la calma antes de la tormenta. Algunos comensales intentan disimular su inquietud mirando hacia sus platos o hacia el mar, y te queda claro que este restaurante no es solo un lugar de paso para ellos, sino una especie de zona neutral, un lugar donde hasta enemigos jurados pueden compartir la mesa… al menos hasta que llegue el momento de enfrentar sus destinos en alta mar.

Desde tu posición ves como gente de distinta índole charla animadamente, disfrutando de la paz que ofrece el Baratie. Quizá es esa la verdadera magia que tiene el sitio: un espacio donde hombres y mujeres pueden compartir una ración de paz temporal, incluso si en cualquier momento alguno decide lanzar el primer golpe.

Y es entonces cuando un pequeño camarero, un chiquillo que no parece haber pasado los quince, se te acerca con una timidez que te provoca una risa interna. Sostiene una bandeja con una jarra de cerveza espumosa y una sonrisa temblorosa, como si esperara que, en cualquier momento, fueras a pedirle una misión suicida en lugar de una bebida. Te deja la jarra en la mesa más cercana, inclinándose casi como si temiera molestar demasiado.

—Aquí… señor… todo suyo— dice, y antes de que puedas agradecerle, sale disparado hacia la cocina.

Los otros comensales te miran con curiosidad, algunos con respeto, otros con la discreta fascinación que parece despertar en cualquiera alguien de tu tamaño y porte. Eres el "Stormbreaker", el buccaneer que ha causado una buena dosis de revuelo en estas aguas, y tu reputación, aunque parcialmente camuflada por tu rol en el restaurante, sigue siendo visible en las miradas de aquellos que saben quién eres realmente. O quizá sólo les impresionan tus músculos y realmente no saben quién eres. Pero es que joder, qué músculos.

El murmullo de voces a tu alrededor se vuelve casi hipnótico, como el rumor constante de olas chocando contra un acantilado. Algunos ríen con estrépito, otros cuchichean secretos que tal vez nunca verán la luz del día, y el Baratie, con sus muelles plegables y su estructura que desafía toda lógica marinera, se siente como una mezcla de santuario y trinchera en el mar. Los cocineros van y vienen con bandejas llenas, y por momentos parece una coreografía perfectamente ensayada; la agilidad del chef jefe y sus compañeros en la cocina es evidente, y cada plato que sale a las mesas lo hace con la precisión de un golpe maestro.

Quizá decidas coger la cerveza que el chaval te ha ofrecido. Incluso veas buena opción sentarte en una mesa. Yo creo que es una buena opción. Tienes toda la carta a tu disposición al módico precio de cero berris. Yo que tú aprovechaba el bug, la verdad.

Si decides tomar la cerveza, notarás cómo te baja con el frescor de un río helado, y te invadirá una especie de nostalgia. No podrás evitar recordar las tierras de Elbaf, las ceremonias, los viejos cantos, las noches de historias sobre guerreros y deidades. Pero ahí, en medio del Baratie, esa nostalgia parece cobrar vida en la calma del vaivén del barco, en los aromas y sonidos de un ambiente lleno de vida. Es una paz extraña, una que te recuerda que hasta el más curtido de los guerreros necesita un respiro.

El sol sigue elevándose, y el ritmo frenético del Baratie continúa sin detenerse, como si el barco mismo estuviera vivo, alimentándose del bullicio y las risas. Clientes de todos los rincones del mar disfrutan de sus comidas, y tú, por un momento, eres parte de este caos organizado, como si fueras otro de los tantos habitantes temporales del Baratie. Tal vez aquí, en este oasis flotante, incluso alguien como tú puede encontrar un fragmento de serenidad en medio del constante estruendo de tu vida de guerrero.

Entonces, una chica rubia, alta de unos veintipocos años se acerca a ti con una pequeña libreta, perguntándote si quieres algo de comer. Vamos tío, este es tu momento. Pruébalo todo.

Abreee
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[T5] Todo o nada. De vuelta en el Baratie - por Octojin - 29-10-2024, 07:38 PM

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