Balagus
-
29-10-2024, 11:41 PM
(Última modificación: 29-10-2024, 11:43 PM por Balagus.
Razón: Añadir el acto de comer un pedazo de carne seca al resumen.
)
Balagus resoplaba con fuerza para tratar de aplacar su enfado mientras acompañaba a su capitán a las profundidades de la siniestra bodega. Las deformes estatuas de madera no le ayudaban para nada, y entre el tintineo constante de las botellas desperdigadas por el suelo, el olor penetrante y desagradable que despedía un artefacto hallado junto a un cuerpo que tuvo que sortear, se sentía como una olla a punto de desbordar.
Dicho y hecho: dispuesto a descargar parte de su frustración con el desagradable mobiliario local, armó un brazo para descargar un pesado revés contra una de las tallas, pero se detuvo al ver a su capitán detenido, observando algo con atención. Algo a lo que intentaba de calmar, y a lo que se estaba presentando.
El oni arqueó una ceja y, por arte de costumbre, tomó, sin darse cuenta, uno de los pedazos de carne seca que guardaba en un saquito en el interior de su enorme cinto de piel, para echárselo a la boca de inmediato. Allí, bien resguardados, parecían no haberse estropeado por culpa del vino envenenado, y a Balagus le calmaban levemente sus nervios. Al final, sólo consiguió que estuviese a poco de atragantarse al ver la supuesta mercancía.
Una sirena, no había duda. Incluso alguien tan iletrado y tan desconocedor de la cultura común y popular del mundo había oído de criaturas así antes. Su primera reacción, por supuesto, fue de desconfianza y alerta, pero todo en aquella joven parecía gritar a los cuatro vientos la palabra “terror”.
Pero había allí algo más. Mientras Silver trataba de sacarle alguna información, su contramaestre se fijó brevemente en los nudillos de la chica, y su mirada se tornó automáticamente hacia la pared. Moviéndose para no interponerse con nadie, estudió con interés la pared que debía de haber sido golpeada, usando sus conocimientos de carpintería para tratar de entender si era una salida oculta, si daba a otra parte del barco o al mar, y cuánto les podría costar derribarla.
No fue un análisis exhaustivo: pronto fue interrumpido por su capitán, quien les mandaba a él y a Marvolath de vuelta para hacer guardia, bajo la advertencia de que alguien más había entrado al barco, y que era peligroso. Sólo por la inflexión de su voz y por la breve mirada que cruzaron, el gigantón supo que Silver estaba genuina y sinceramente preocupado por lo que estuviera por venir. Y el contramaestre había aprendido que, si su capitán se mostraba abiertamente preocupado con él sobre alguna cuestión concreta, es que realmente algo terrible estaba por ocurrir.
Con un asentimiento, Balagus se levantó y retrocedió hasta las escaleras que les habían traído, buscando mientras tanto una posible, aunque improbable, falla estructural o decorativa que pudiera servirle allí como ruta de escape alternativa, o arma para golpear, o derrumbar, mejor, a quien fuera que viniera. Una viga debilitada, una reacción en cadena de las tallas de madera… incluso una posible vía de agua bien dirigida hacia las escaleras le serviría para rechazar un ataque y ganar tiempo. En ningún momento soltó su fiel hacha de guerra, que aferraba con fuerza, incluso al ver pasar de nuevo a Dharkel, todavía desnudo, frente a ellos, con unas nuevas muy similares a las que ya sabían.
Dicho y hecho: dispuesto a descargar parte de su frustración con el desagradable mobiliario local, armó un brazo para descargar un pesado revés contra una de las tallas, pero se detuvo al ver a su capitán detenido, observando algo con atención. Algo a lo que intentaba de calmar, y a lo que se estaba presentando.
El oni arqueó una ceja y, por arte de costumbre, tomó, sin darse cuenta, uno de los pedazos de carne seca que guardaba en un saquito en el interior de su enorme cinto de piel, para echárselo a la boca de inmediato. Allí, bien resguardados, parecían no haberse estropeado por culpa del vino envenenado, y a Balagus le calmaban levemente sus nervios. Al final, sólo consiguió que estuviese a poco de atragantarse al ver la supuesta mercancía.
Una sirena, no había duda. Incluso alguien tan iletrado y tan desconocedor de la cultura común y popular del mundo había oído de criaturas así antes. Su primera reacción, por supuesto, fue de desconfianza y alerta, pero todo en aquella joven parecía gritar a los cuatro vientos la palabra “terror”.
Pero había allí algo más. Mientras Silver trataba de sacarle alguna información, su contramaestre se fijó brevemente en los nudillos de la chica, y su mirada se tornó automáticamente hacia la pared. Moviéndose para no interponerse con nadie, estudió con interés la pared que debía de haber sido golpeada, usando sus conocimientos de carpintería para tratar de entender si era una salida oculta, si daba a otra parte del barco o al mar, y cuánto les podría costar derribarla.
No fue un análisis exhaustivo: pronto fue interrumpido por su capitán, quien les mandaba a él y a Marvolath de vuelta para hacer guardia, bajo la advertencia de que alguien más había entrado al barco, y que era peligroso. Sólo por la inflexión de su voz y por la breve mirada que cruzaron, el gigantón supo que Silver estaba genuina y sinceramente preocupado por lo que estuviera por venir. Y el contramaestre había aprendido que, si su capitán se mostraba abiertamente preocupado con él sobre alguna cuestión concreta, es que realmente algo terrible estaba por ocurrir.
Con un asentimiento, Balagus se levantó y retrocedió hasta las escaleras que les habían traído, buscando mientras tanto una posible, aunque improbable, falla estructural o decorativa que pudiera servirle allí como ruta de escape alternativa, o arma para golpear, o derrumbar, mejor, a quien fuera que viniera. Una viga debilitada, una reacción en cadena de las tallas de madera… incluso una posible vía de agua bien dirigida hacia las escaleras le serviría para rechazar un ataque y ganar tiempo. En ningún momento soltó su fiel hacha de guerra, que aferraba con fuerza, incluso al ver pasar de nuevo a Dharkel, todavía desnudo, frente a ellos, con unas nuevas muy similares a las que ya sabían.