Octojin
El terror blanco
30-10-2024, 09:56 AM
La sonrisa de Octojin se ensanchó al ver la reacción de Asradi al probar la carne de su plato. Había sido una buena elección, y la alegría de la sirena era evidente. Sin embargo, no pudo evitar sentir una pizca de celos cuando, con naturalidad y sin pedir permiso, Asradi se llevó otro trozo. Mientras la veía disfrutar, Octojin levantó una mano, llamando al camarero para que le trajeran otro pedazo más. No podía negarse al encanto de verla probar su plato, pero tampoco quería quedarse con las ganas de saborearlo.
Cuando el camarero partió, Asradi le ofreció un trozo de su carne, que aceptó con gusto. Al morder, Octojin notó la diferencia: la carne tenía un toque jugoso y un sabor natural que lo sorprendió. A diferencia de la que él había pedido, no estaba tan especiada, por lo que eso le permitió disfrutar más del sabor auténtico de la carne. Sin duda estaba muy buena también, así que el gyojin sonrió, consciente de que habían acertado con sus elecciones.
—Tienes razón, Asradi. Esta carne es deliciosa, y el sabor es más limpio, sin tantas especias. Es un poco diferente, pero me gusta. —Sonrió, y pudo ver cómo ella también disfrutaba de su reacción.
Ambos alzaron sus jarras, entre risas y miradas compartidas, chocándolas en un brindis lleno de esperanza y alegría. Para Octojin, aquel brindis era algo más que un simple gesto. Era un recordatorio de todos los momentos que habían compartido, de las risas y las aventuras que habían vivido, y del tiempo que aún anhelaba pasar a su lado. Levantó su jarra con orgullo y miró a Asradi, con la promesa de aquel reencuentro resonando en su mente.
Tras el brindis que vino y cuando pronunció esas palabras sinceras, no pudo evitar recordar algunos de sus primeros encuentros, cuando la vida les parecía tan complicada y los problemas venían unos detrás de otros. La sirena siempre le recordaba aquella historia con cierta tristeza, alegando que había estado a punto de morir. Él siempre pensó que estaba exagerando, pero lo cierto es que aquél veneno que corría por su cuerpo en momobami debió ser ciertamente peligroso. Sin embargo, no era su día. Se encontró con su ángel de la guardia, Asradi, que le salvó aplicando sus técnicas de medicina. La vida cambia con el simple paso del tiempo. En un momento estás a golpes con bestias, y en otros, como el actual, compartiendo ese momento de paz al lado de quien quieres.
Ambos estaban sumergidos en la comida, compartiendo carcajadas y relatos. Era como si el tiempo hubiera decidido dejar de pasar tan rápido y detenerse, permitiéndoles disfrutar de cada segundo. La conversación fluyó con naturalidad, y Octojin se sentía cada vez más agradecido por haber tenido la oportunidad de conocer a alguien tan especial. Aquel día, en la taberna, era un recuerdo más que guardaría para siempre en su corazón, en el hueco dedicado para Asradi.
El camarero llegó finalmente con el nuevo trozo de carne que había pedido, y Octojin lo miró como si fuera un tesoro. Sonriendo, cortó un trozo y se lo ofreció a Asradi, compartiendo una vez más su alegría con ella.
—¿Quieres otro trozo más?—le dijo con voz juguetona— Quizá te hayas quedado con hambre.
Cuando terminaron de comer, Octojin pidió la cuenta y, en un gesto decidido, sacó el dinero para pagar. Sabía que aquellos momentos eran preciosos y que quería ser él quien los recordara como el anfitrión de esa despedida especial. Miró a Asradi con una sonrisa pícara mientras guardaba el recibo.
—Esta vez invito yo —declaró con orgullo—, pero solo si me prometes algo —Sus ojos brillaron al encontrarse con los de ella—. La próxima vez que nos veamos, te tocará a ti. Y espero que encuentres un lugar tan bueno como este.
Octojin sabía que, aunque sus caminos los llevaran por rumbos distintos, aquella promesa los conectaría hasta el próximo encuentro. Y lo haría más pronto que tarde, lo tenía más que claro. El tiburón dejó una generosa propina, quizá más propia el estado de ánimo en el que se encontraba que de la atención en sí, y tras ello, sonrió a la sirena. Con un gesto de gratitud y cariño, ambos se dirigieron a la salida de la taberna, disfrutando de la cálida luz de la tarde.
Al salir, Octojin respiró profundamente, sintiendo el aire fresco y el sol sobre su piel. Su corazón latía con fuerza, y notó un nudo en el estómago al pensar en el inevitable momento de la despedida. Sabía que no podía evitarlo, pero eso no lo hacía menos doloroso. Miró a Asradi, quien parecía igual de inmersa en sus pensamientos, y decidió aprovechar esos últimos minutos juntos. Paso su brazo por el hombro de la pelinegra como buenamente pudo teniendo en cuenta la diferencia de altura, y tras ello, la miró directamente.
—¿Te queda algo por hacer en la isla? —preguntó, con una voz suave, como si quisiera alargar el momento.
La mirada que estaba empleando era una con una mezcla de expresión de ternura y tristeza, y es que era más que claro que en ese momento tenía una de las batallas más complicadas con las que jamás había lidiado. Estaba luchando contra la idea de separarse de su gran amor. Su corazón dolía, y supo en ese instante que, aunque la despedida fuera inevitable, su promesa de reencuentro era la esperanza que lo mantendría en pie.
Caminaron juntos por las calles, sin rumbo fijo, simplemente disfrutando de la compañía del otro. Octojin deseaba que ese paseo no tuviera fin, que el tiempo pudiera detenerse para permitirles vivir eternamente en aquel instante. Pero sabía que, como todas las cosas buenas, ese momento también tendría que terminar. Y ese sería también, en parte, el encanto del momento. A veces la vida nos depara jugadas que no entendemos, pero con el tiempo, acaban teniendo un sentido.
El nudo en su estómago se apretó aún más, y sintió el peso de las palabras que quería decirle. Sabía que nada podría expresar completamente lo que sentía, y las palabras no terminaban de salir. Tomó su mano, apretándola con fuerza. Con un último gesto, se ladeó hacia ella, depositando un suave beso en su mejilla. La promesa de regresar estaba implícita en su sonrisa, y entonces sintió una calidez en su corazón al ver la seguridad en sus ojos. Quizá aquello le ayudó a sentirse algo mejor, aunque solo fuera por un breve momento.
El tiburón esperaría a ver si la sirena tenía algo más que hacer o no, pero lo cierto es que las últimas horas juntos se agotaban, y eso no era nada fácil de digerir. Seguiría fingiendo esa sonrisa y buen humor a pesar de estar totalmente roto por dentro. Ya habría tiempo para llorar a solas.
Cuando el camarero partió, Asradi le ofreció un trozo de su carne, que aceptó con gusto. Al morder, Octojin notó la diferencia: la carne tenía un toque jugoso y un sabor natural que lo sorprendió. A diferencia de la que él había pedido, no estaba tan especiada, por lo que eso le permitió disfrutar más del sabor auténtico de la carne. Sin duda estaba muy buena también, así que el gyojin sonrió, consciente de que habían acertado con sus elecciones.
—Tienes razón, Asradi. Esta carne es deliciosa, y el sabor es más limpio, sin tantas especias. Es un poco diferente, pero me gusta. —Sonrió, y pudo ver cómo ella también disfrutaba de su reacción.
Ambos alzaron sus jarras, entre risas y miradas compartidas, chocándolas en un brindis lleno de esperanza y alegría. Para Octojin, aquel brindis era algo más que un simple gesto. Era un recordatorio de todos los momentos que habían compartido, de las risas y las aventuras que habían vivido, y del tiempo que aún anhelaba pasar a su lado. Levantó su jarra con orgullo y miró a Asradi, con la promesa de aquel reencuentro resonando en su mente.
Tras el brindis que vino y cuando pronunció esas palabras sinceras, no pudo evitar recordar algunos de sus primeros encuentros, cuando la vida les parecía tan complicada y los problemas venían unos detrás de otros. La sirena siempre le recordaba aquella historia con cierta tristeza, alegando que había estado a punto de morir. Él siempre pensó que estaba exagerando, pero lo cierto es que aquél veneno que corría por su cuerpo en momobami debió ser ciertamente peligroso. Sin embargo, no era su día. Se encontró con su ángel de la guardia, Asradi, que le salvó aplicando sus técnicas de medicina. La vida cambia con el simple paso del tiempo. En un momento estás a golpes con bestias, y en otros, como el actual, compartiendo ese momento de paz al lado de quien quieres.
Ambos estaban sumergidos en la comida, compartiendo carcajadas y relatos. Era como si el tiempo hubiera decidido dejar de pasar tan rápido y detenerse, permitiéndoles disfrutar de cada segundo. La conversación fluyó con naturalidad, y Octojin se sentía cada vez más agradecido por haber tenido la oportunidad de conocer a alguien tan especial. Aquel día, en la taberna, era un recuerdo más que guardaría para siempre en su corazón, en el hueco dedicado para Asradi.
El camarero llegó finalmente con el nuevo trozo de carne que había pedido, y Octojin lo miró como si fuera un tesoro. Sonriendo, cortó un trozo y se lo ofreció a Asradi, compartiendo una vez más su alegría con ella.
—¿Quieres otro trozo más?—le dijo con voz juguetona— Quizá te hayas quedado con hambre.
Cuando terminaron de comer, Octojin pidió la cuenta y, en un gesto decidido, sacó el dinero para pagar. Sabía que aquellos momentos eran preciosos y que quería ser él quien los recordara como el anfitrión de esa despedida especial. Miró a Asradi con una sonrisa pícara mientras guardaba el recibo.
—Esta vez invito yo —declaró con orgullo—, pero solo si me prometes algo —Sus ojos brillaron al encontrarse con los de ella—. La próxima vez que nos veamos, te tocará a ti. Y espero que encuentres un lugar tan bueno como este.
Octojin sabía que, aunque sus caminos los llevaran por rumbos distintos, aquella promesa los conectaría hasta el próximo encuentro. Y lo haría más pronto que tarde, lo tenía más que claro. El tiburón dejó una generosa propina, quizá más propia el estado de ánimo en el que se encontraba que de la atención en sí, y tras ello, sonrió a la sirena. Con un gesto de gratitud y cariño, ambos se dirigieron a la salida de la taberna, disfrutando de la cálida luz de la tarde.
Al salir, Octojin respiró profundamente, sintiendo el aire fresco y el sol sobre su piel. Su corazón latía con fuerza, y notó un nudo en el estómago al pensar en el inevitable momento de la despedida. Sabía que no podía evitarlo, pero eso no lo hacía menos doloroso. Miró a Asradi, quien parecía igual de inmersa en sus pensamientos, y decidió aprovechar esos últimos minutos juntos. Paso su brazo por el hombro de la pelinegra como buenamente pudo teniendo en cuenta la diferencia de altura, y tras ello, la miró directamente.
—¿Te queda algo por hacer en la isla? —preguntó, con una voz suave, como si quisiera alargar el momento.
La mirada que estaba empleando era una con una mezcla de expresión de ternura y tristeza, y es que era más que claro que en ese momento tenía una de las batallas más complicadas con las que jamás había lidiado. Estaba luchando contra la idea de separarse de su gran amor. Su corazón dolía, y supo en ese instante que, aunque la despedida fuera inevitable, su promesa de reencuentro era la esperanza que lo mantendría en pie.
Caminaron juntos por las calles, sin rumbo fijo, simplemente disfrutando de la compañía del otro. Octojin deseaba que ese paseo no tuviera fin, que el tiempo pudiera detenerse para permitirles vivir eternamente en aquel instante. Pero sabía que, como todas las cosas buenas, ese momento también tendría que terminar. Y ese sería también, en parte, el encanto del momento. A veces la vida nos depara jugadas que no entendemos, pero con el tiempo, acaban teniendo un sentido.
El nudo en su estómago se apretó aún más, y sintió el peso de las palabras que quería decirle. Sabía que nada podría expresar completamente lo que sentía, y las palabras no terminaban de salir. Tomó su mano, apretándola con fuerza. Con un último gesto, se ladeó hacia ella, depositando un suave beso en su mejilla. La promesa de regresar estaba implícita en su sonrisa, y entonces sintió una calidez en su corazón al ver la seguridad en sus ojos. Quizá aquello le ayudó a sentirse algo mejor, aunque solo fuera por un breve momento.
El tiburón esperaría a ver si la sirena tenía algo más que hacer o no, pero lo cierto es que las últimas horas juntos se agotaban, y eso no era nada fácil de digerir. Seguiría fingiendo esa sonrisa y buen humor a pesar de estar totalmente roto por dentro. Ya habría tiempo para llorar a solas.