Sí, parecía que había quorum en cuanto a que lo más indicado era ponernos en marcha cuanto antes. Darles tiempo era la peor de las opciones y allí había un gyojin que podría explotar o deflagrarse espontáneamente en caso de tener que esperar un solo segundo. La primera parte de la misión no había estado desprovista de peligro y, sobre todo, de una tensión constante por la necesidad de salvar a un número indeterminado de personas. Habíamos tenido que negociar con un sinvergüenza que escondía un as bajo la manga —y qué as— para luego descubrir que tenía incluso más personas cautivas. El número no estaba definido, pero sólo de imaginarme a saber a cuántos en condiciones similares a los gyojins que ya habíamos liberado se me ponía la piel de gallina.
Los demás comenzaron a abandonar la embarcación y yo, absorto en mis pensamientos, me quedé el último. Fue apenas un segundo, por lo que no llegué a perderles de vista. Y menos mal, porque desde nuestra llegada la neblina se había ido condensando hasta formar una espesa bruma que apenas permitía ver más allá de unos cinco metros. Por desgracia, tal vez esa naturaleza dispersa mía provocaba que de vez en cuando no estuviese del todo atento a lo que tenía entre manos. Que era propenso a perderme, vaya, así que tendría que tener cuidado. Ya me había costado bastante encontrar el camino de vuelta hacía unas horas al sobrevolar los cielos —no lo había encontrado; había dado con el punto de encuentro por casualidad—.
Deambulamos unos diez minutos por una senda flanqueada por árboles de todas las formas y tamaños. La bruma difuminaba sus siluetas, que al mismo tiempo eran agitadas con furia por el viento que soplaba sin cesar. El sonido de la hojarasca al estremecerse y las ramas al chocar entre sí parecía querer comunicarse con nosotros, expulsarnos de la isla, pero teníamos algo importante de hacer. Caminaba cerca de los demás, un par de pasos por detrás pero siempre teniéndoles a la vista y al alcance de la mano. Liderar la expedición estaba más que descartado y no quería perderme.
Finalmente nos detuvimos en una encrucijada de la que nacían otros cuatro senderos. Hacia dónde iban era algo que no podíamos distinguir por culpa de la nula visibilidad, pero si algo estaba claro era que nos tendríamos que separar para cubrir todo el terreno. Siguiendo la idea de Octojin, saqué mi Den Den Mushi del bolsillo e intenté ponerme en contacto con todos y cada uno de mis compañeros. Nada nos aseguraba que en ese momento fuese a funcionar y que, más tarde, las condiciones climáticas no fuesen a influir de algún modo extraño que impidiese la comunicación, pero comprobarlo era mandatorio.
Una vez las pruebas estuvieron hechas, alcé la cabeza y miré los tres caminos. Octojin ya se había posicionado en el de la izquierda. Por mi parte, di algunos pasos hacia delante y me situé en el de en medio, volteándome a continuación hacia mis compañeros para ver quién me acompañaría. Al menos esperaba que tuviese un aceptable sentido de la orientación. Por mi parte, llevaba conmigo un dial de luz que podría sernos de utilidad en caso de que la oscuridad o la densa niebla se volviesen incluso más agresivas.
—Ya sabéis que no es raro que se me olviden las cosas —dije en voz alta—, pero si en algún momento estamos muy mal recordad que tengo esto. —Mostré el dial antes de guardarlo de nuevo en un lugar seguro—. Eso y las llamas, claro.
Mientras hablaba, respiré hondo y dejé que mi voluntad se desplegase por la zona. La cantidad de vida que había allí era bastante imponente. Algunos seres se movían por debajo de nuestra posición y otros en los alrededores. Con tanto aura en movimiento era difícil percibir demasiado acerca de ninguna de ellas. Para hacerlo tal vez me tendría que centrar algo más en cada una de ellas, pero no era el momento. Simplemente pretendía conformar una barrera, un aviso, algo que nos sirviese de protección más allá de nuestros ojos y oídos, afectados por la situación ambiental, para ponernos sobre aviso en caso de que apareciese alguna amenaza.
Los demás comenzaron a abandonar la embarcación y yo, absorto en mis pensamientos, me quedé el último. Fue apenas un segundo, por lo que no llegué a perderles de vista. Y menos mal, porque desde nuestra llegada la neblina se había ido condensando hasta formar una espesa bruma que apenas permitía ver más allá de unos cinco metros. Por desgracia, tal vez esa naturaleza dispersa mía provocaba que de vez en cuando no estuviese del todo atento a lo que tenía entre manos. Que era propenso a perderme, vaya, así que tendría que tener cuidado. Ya me había costado bastante encontrar el camino de vuelta hacía unas horas al sobrevolar los cielos —no lo había encontrado; había dado con el punto de encuentro por casualidad—.
Deambulamos unos diez minutos por una senda flanqueada por árboles de todas las formas y tamaños. La bruma difuminaba sus siluetas, que al mismo tiempo eran agitadas con furia por el viento que soplaba sin cesar. El sonido de la hojarasca al estremecerse y las ramas al chocar entre sí parecía querer comunicarse con nosotros, expulsarnos de la isla, pero teníamos algo importante de hacer. Caminaba cerca de los demás, un par de pasos por detrás pero siempre teniéndoles a la vista y al alcance de la mano. Liderar la expedición estaba más que descartado y no quería perderme.
Finalmente nos detuvimos en una encrucijada de la que nacían otros cuatro senderos. Hacia dónde iban era algo que no podíamos distinguir por culpa de la nula visibilidad, pero si algo estaba claro era que nos tendríamos que separar para cubrir todo el terreno. Siguiendo la idea de Octojin, saqué mi Den Den Mushi del bolsillo e intenté ponerme en contacto con todos y cada uno de mis compañeros. Nada nos aseguraba que en ese momento fuese a funcionar y que, más tarde, las condiciones climáticas no fuesen a influir de algún modo extraño que impidiese la comunicación, pero comprobarlo era mandatorio.
Una vez las pruebas estuvieron hechas, alcé la cabeza y miré los tres caminos. Octojin ya se había posicionado en el de la izquierda. Por mi parte, di algunos pasos hacia delante y me situé en el de en medio, volteándome a continuación hacia mis compañeros para ver quién me acompañaría. Al menos esperaba que tuviese un aceptable sentido de la orientación. Por mi parte, llevaba conmigo un dial de luz que podría sernos de utilidad en caso de que la oscuridad o la densa niebla se volviesen incluso más agresivas.
—Ya sabéis que no es raro que se me olviden las cosas —dije en voz alta—, pero si en algún momento estamos muy mal recordad que tengo esto. —Mostré el dial antes de guardarlo de nuevo en un lugar seguro—. Eso y las llamas, claro.
Mientras hablaba, respiré hondo y dejé que mi voluntad se desplegase por la zona. La cantidad de vida que había allí era bastante imponente. Algunos seres se movían por debajo de nuestra posición y otros en los alrededores. Con tanto aura en movimiento era difícil percibir demasiado acerca de ninguna de ellas. Para hacerlo tal vez me tendría que centrar algo más en cada una de ellas, pero no era el momento. Simplemente pretendía conformar una barrera, un aviso, algo que nos sirviese de protección más allá de nuestros ojos y oídos, afectados por la situación ambiental, para ponernos sobre aviso en caso de que apareciese alguna amenaza.
KENB601
KENBUNSHOKU
Haki intermedio
Tier 6
No Aprendida
9
2
Permite al usuario percibir con precisión la presencia de otros seres vivos en un área, siendo capaz de apreciar las emociones que exterioricen y de forma superficial las hostilidades que realmente tienen. Así como estimar de forma general quién es alguien más fuerte o más débil que él. Si lo activa puede anticiparse a un ataque obteniendo para ello un bono de +10 [Reflejos].
Área: [VOLx15] metros | +10 [REF]