Rostock no es una localidad demasiado grande, así que no tienes demasiados problemas para dar con el local que te ha comentado el suboficial Rodgers. Una vez en el interior, es verdad que las personas que se sientan a las mesas y la barra no tienen el mejor aspecto del mundo, pero tampoco están haciendo algo abiertamente delictivo. Te puedes aproximar al tabernero y, si pones un poco el oído, verás que mantienen conversaciones de lo más normal. Alguno habla de su última conquista, otro de su última hazaña al timón y otro... bueno, ése está demasiado borracho como para entender lo que dice. De hecho, incluso los que salen dejan saldadas sus deudas con el propietario del negocio antes de marcharse definitivamente. Nada fuera de lo común, ¿no?
Sea como sea, eres un recluta muy bien mandado y como el suboficial te ha dicho que empieces por ahí cumples sus órdenes a pies juntillas. Te diriges al tipo que se encuentra detrás de la barra, que arquea una ceja al tiempo que analiza tu figura de la cabeza a los pies. Al mismo tiempo, emplea un paño para terminar de limpiar las jarras que la gente va dejando.
—Un consejo, chico —dice al tiempo que se aproxima a ti y se inclina un poco en tu dirección para que sólo tú puedas escucharle—: Si quieres conseguir información, intenta no ir cantando a Marina desde que entras por la puerta. Has entrado y lo primero que me has dicho es que necesitas un malote que quiera hacerle cosas malas a la Marina. ¿Quién, además de un marine, podría empezar así una conversación? —continúa, alejándose entonces un poco de ti para continuar charlando de manera distraída, como si estuvieseis hablando del tiempo que ha hecho la última semana—. Pero has tenido suerte. Aunque tengáis vuestras cosas he de reconocer que todo está mucho más tranquilo desde que tenéis mayor presencia en la isla.
A continuación hace una larga pausa que se demora algunos minutos. En ese tiempo aprovecha y coloca delante de ti una jarra rebosante de cerveza, fingiendo que vuestra conversación previa ha sido para pedir un trago. Esperará a que lleves la mitad de la jarra para continuar hablando.
—Todo lo que tengo son rumores, nada más. Desde que el G-23 comenzó a controlar la actividad de los maleantes en la zona se cuidan mucho de hablar demasiado claro en lugares públicos como éste. El otro día, un grupo de cinco tipos que había bebido más de la cuenta estaba charlando en voz baja sobre un susto que le querían dar a alguien. Hablaban en voz baja, aunque con el alcohol que llevaban encima no terminaban de conseguirlo. Miraban por las ventanas por si aparecía alguien que no debiese escuchar nada y llegué a ver cómo enseñaban algunos cuchillos por debajo de la mesa. No sé nada más, pero después de eso se marcharon en dirección al puerto.