Atlas
Nowhere | Fénix
31-10-2024, 02:05 AM
Decides, con muy buen criterio si me permites el comentario, seguir las instrucciones del experimentado tabernero. Pocos oídos en todo Rostock habrán escuchado más cosas que los suyos. Si algo proporciona su oficio es la capacidad de juzgar bien a las personas, de valerse de la primera impresión que alguien genera para dar un veredicto respecto a lo que se puede esperar de él o ella. Quizás sea por eso por lo que ha decidido darte la pista. A lo mejor piensa que alguien como tú merece ser depositario de su confianza, que tu tesón y tu buen hacer serán suficientes para acabar con una hipotética amenaza antes de que sospechen que él ha podido decir algo. Aunque esto no dejan de ser meras suposiciones, claro. A lo mejor simplemente quería que te fueras de su negocio y dejaras libre el sitio que estabas ocupando en la barra. Sólo tus siguientes pasos podrán decirlo.
Te encaminas hacia el puerto, reparando en el aire jovial con el que juegan unos niños. ¡Qué feliz sería el mundo si lo miráramos todo con sus ojos!, ¿verdad? Aunque, por otro lado, los niños viven en el hoy y el ahora y no suelen tener demasiada capacidad de previsión. En ese hipotético mundo de piruleta, ¿seríamos capaces de prosperar a largo plazo? ¿Quién se haría cargo de todo cuando una catástrofe natural sucediese? Bueno, perdona, que me pierdo en mis pensamientos y me salgo de la historia. Volvemos al puerto.
Allí hay una actividad notable a la hora que es. Los pescadores ya han regresado hace un buen rato de faenar, aunque los más rezagados aún no han terminado de descargar los pescados aún en movimiento de sus embarcaciones. Los que llevan más tiempo ya los llevan en cajas a las pescaderías familiares, donde los venden para ganarse el pan y el sustento. Puedes ver personas de todas las edades. Lo más experimentados enseñan a los más jóvenes a recoger y guardar las redes, reconocer las piezas de más calidad y todo lo relacionado con el negocio del mar. En medio de tanto ajetreo, con un murmullo constante e incomprensible de fondo, una conversación llama tu atención. Te aproximas con cuidado, manteniéndote detrás de un muro para así evitar que te vean.
—Pues sí, sólo tienes que cortar un rábano entero en vez de medio. Queda un poco más espero, pero el sabor es mucho más intenso y merece la pena. También depende del gusto de cada uno, claro, pero yo te digo como a mí me gusta.
Vaya, parece que te has equivocado de conversación. No obstante, en medio de tu desilusión, si te da por alzar la vista y dirigirla allí donde la marejada choca contra la madera y la piedra en la zona sur de la isla, podrás atisbar a un grupo de tres sujetos sospechosos. No ocultan especialmente sus caras ni llevan ropa que griten "delincuente" a los cuatro vientos, pero lucen una expresión seria, concentrada y en cierto modo desafiante que contraste con el ambiente distendido que genera el resto de viandantes. Entonces, tras intercambiar algunas palabras entre sí, se dan la vuelta, se alejan del mar y se introducen en una pequeña choza cercana que sirve para guardar y mantener a salvo aparejos de pesca y demás utensilios necesarios para los pescadores. Los ventanucos que tiene en sus paredes permanecen abiertos para que el olor a mar no se quede impregnado permanentemente en las paredes. Si te acercas disimuladamente tal vez puedas escuchar:
—Podía haber ido mejor, pero no fue mal.
—Fueron dos, ¿no?
—Sí, dos. Dicen que estuvieron cerca de ser tres, pero la próxima vez no fallaremos y les enseñaremos a esos desgraciados quienes son los verdaderos dueños y señores de Kilombo.
—¿Se podrá entrar de nuevo? Lo más normal sería que reforzaran la seguridad durante la noche.
—Todo eso está arreglado. Tú no te preocupes y prepárate.
¿Qué hacer ahora? Puedes intentar entrar por sorpresa y atraparles, aunque el suboficial te indicó que no entrases en conflicto, ¿no? Por otro lado, nada te asegura que vayas a ser capaz de atraparles y darles caza sin que escapen. En ese caso no sabemos si volverías a verles siquiera. Por otro lado, está la posibilidad de retornar e informar acerca de lo que has averiguado. En tu mano queda decidir cuál es la mejor opción, que podría ser ninguna de éstas. A lo mejor la clave reside en coger una buena red y lanzarte al mar a pescar truchas, ¿quién sabe?
Te encaminas hacia el puerto, reparando en el aire jovial con el que juegan unos niños. ¡Qué feliz sería el mundo si lo miráramos todo con sus ojos!, ¿verdad? Aunque, por otro lado, los niños viven en el hoy y el ahora y no suelen tener demasiada capacidad de previsión. En ese hipotético mundo de piruleta, ¿seríamos capaces de prosperar a largo plazo? ¿Quién se haría cargo de todo cuando una catástrofe natural sucediese? Bueno, perdona, que me pierdo en mis pensamientos y me salgo de la historia. Volvemos al puerto.
Allí hay una actividad notable a la hora que es. Los pescadores ya han regresado hace un buen rato de faenar, aunque los más rezagados aún no han terminado de descargar los pescados aún en movimiento de sus embarcaciones. Los que llevan más tiempo ya los llevan en cajas a las pescaderías familiares, donde los venden para ganarse el pan y el sustento. Puedes ver personas de todas las edades. Lo más experimentados enseñan a los más jóvenes a recoger y guardar las redes, reconocer las piezas de más calidad y todo lo relacionado con el negocio del mar. En medio de tanto ajetreo, con un murmullo constante e incomprensible de fondo, una conversación llama tu atención. Te aproximas con cuidado, manteniéndote detrás de un muro para así evitar que te vean.
—Pues sí, sólo tienes que cortar un rábano entero en vez de medio. Queda un poco más espero, pero el sabor es mucho más intenso y merece la pena. También depende del gusto de cada uno, claro, pero yo te digo como a mí me gusta.
Vaya, parece que te has equivocado de conversación. No obstante, en medio de tu desilusión, si te da por alzar la vista y dirigirla allí donde la marejada choca contra la madera y la piedra en la zona sur de la isla, podrás atisbar a un grupo de tres sujetos sospechosos. No ocultan especialmente sus caras ni llevan ropa que griten "delincuente" a los cuatro vientos, pero lucen una expresión seria, concentrada y en cierto modo desafiante que contraste con el ambiente distendido que genera el resto de viandantes. Entonces, tras intercambiar algunas palabras entre sí, se dan la vuelta, se alejan del mar y se introducen en una pequeña choza cercana que sirve para guardar y mantener a salvo aparejos de pesca y demás utensilios necesarios para los pescadores. Los ventanucos que tiene en sus paredes permanecen abiertos para que el olor a mar no se quede impregnado permanentemente en las paredes. Si te acercas disimuladamente tal vez puedas escuchar:
—Podía haber ido mejor, pero no fue mal.
—Fueron dos, ¿no?
—Sí, dos. Dicen que estuvieron cerca de ser tres, pero la próxima vez no fallaremos y les enseñaremos a esos desgraciados quienes son los verdaderos dueños y señores de Kilombo.
—¿Se podrá entrar de nuevo? Lo más normal sería que reforzaran la seguridad durante la noche.
—Todo eso está arreglado. Tú no te preocupes y prepárate.
¿Qué hacer ahora? Puedes intentar entrar por sorpresa y atraparles, aunque el suboficial te indicó que no entrases en conflicto, ¿no? Por otro lado, nada te asegura que vayas a ser capaz de atraparles y darles caza sin que escapen. En ese caso no sabemos si volverías a verles siquiera. Por otro lado, está la posibilidad de retornar e informar acerca de lo que has averiguado. En tu mano queda decidir cuál es la mejor opción, que podría ser ninguna de éstas. A lo mejor la clave reside en coger una buena red y lanzarte al mar a pescar truchas, ¿quién sabe?