Alistair
Mochuelo
31-10-2024, 09:32 AM
—Día 36 de Verano, Año 724—
Desde que había escuchado de ella, Momobami había conseguido hechizar la atención del revolucionario para ser incapaz de mirar a otro lado mientras estuviese en su inmediata proximidad; un lugar repleto de criaturas únicas, vegetación que ningún biólogo había tenido el privilegio de estudiar detenidamente -seguramente más de uno habría intentado y encontrado un destino que a muchos les erizaría la piel- y un sinfín de rumores circulando en los susurros que cargaba el viento, salidos de las bocas de los vivos como de los difuntos por partes iguales. Tenebroso, si no invocase con aún mas fuerza un poderoso sentido de la aventura.
Recién estaba de regreso a la embarcación en la que llegó, la que cargaba con los integrantes de los grupos revolucionarios encargados de liberar Oykot algunos días atrás. Un suceso histórico, que solo podía celebrarse con una fiesta de idéntica magnitud. Pero su primera expedición en la isla selvática fue... insatisfactoria, a falta de una única palabra que mejor describiera la triste situación que enfrentó. ¡Los rumores le habían timado muy fuerte! Rumores que hablaban de una planta mítica en lo profundo de la selva, un tesoro para cualquier practicante de la medicina que quisiera crear un elixir capaz de sanar las más comprometedoras heridas. Y su guardiana, una bestia bicéfala que había acabado con la vida de cada aventurero que se acercaba, o de al menos pegarle el susto de su vida como para que su alma tomara forma física y escapara por su boca. ¡Todo una mentira! Ni siquiera quería entrar en detalles profundos, pues la sola idea le dejaba un mal sabor de boca que no había experimentado hace mucho tiempo.
No, no quería acabar el día de esa manera. No podía, y se rehusaba de forma vehemente a dejar que ese precioso día de verano se quedara en una mala experiencia. Casi parecía un crío con la forma testaruda en la que perseguía una nueva aventura, algo que sobrescribiera su decepción con ese mítico y atesorado subidón de adrenalina al haber vivido un día turbulento e interesante a partes iguales.
Por esa misma razón, Alistair nuevamente empezó a cazar rumores locales hasta que por fin consiguió dar con algo. Un proceso que le tardaría algunas horas, pero que parecía haber pagado en generosas regalías. Las lenguas curiosas hablaban de una extraña cueva en el corazón de Momobami, algo que por razones que superaban su recopilación de información -otra forma de decir que había hecho el trabajo a medias y lo desconocía- parecía haber despertado cierto revuelo en la escasa población local. Querían llegar a ella antes que los demás en esa metafórica carrera, algo que la delataba como un lugar especial.
Después de todo, llegar a un lugar que se sentaba cómodamente en el centro preciso de la isla que contenía suficiente fauna para arrancarle las extremidades a alguien nada más adentrarse en los primeros metros no lo hacía particularmente fácil, y aún menos alentador. Lo que sea que se sentara en el corazón de Momobami contaba con una excelente barrera natural para alejar a los más avaros sin la habilidad -o el dinero- para respaldarse.
Equipándose con sus vestimentas habituales y su emblemático Haori con patrón de llamas, de fácil lavado una vez regresara de su expedición por la jungla, y una irregular mezcla de objetos empacados en su mochila que comprendían desde paquetes de alimento hasta una granada de humo, se embarcaría en su segunda expedición del día. Y cómo no, las tres katanas colgando del lado izquierdo de su cintura, que le acompañaban a todas partes.
Tan pronto llegó a la Bahía de los Olvidados, los ojos del chico pasearían por el sitio en busca de escanear rápidamente el lugar; si algo aprendió de esa primera ocasión, era que preguntar por la información que requería era sorprendentemente efectivo, un acercamiento directo y simple que, además, contaba con muy poco riesgo de salida; lo peor que podía suceder era que le diesen una negativa, y acabara justo donde empezó.
De su rápido vistazo a la bahía, tres personalidades en la zona resaltaron por encima de los demás. Parecían curtidos en varias batallas, hasta el que llevaba una sartén de desmedidas proporciones como arma. ¡Gran sujeto! O al menos eso era lo que pensó; si había un conocimiento que fallase pocas veces, es que la mayoría de personas con preferencias tan particulares siempre tenían una historia qué contar y una personalidad interesante a juego. ¡Quizá hasta una risa de lo más peculiar!
Alistair se acercó de frente al grupo de tres a paso relajado, con las manos bien visibles a sus costados, buscando cortar cualquier posibilidad de hostilidad desde el primer momento. Cargar con tres filos en su cintura no ayudaba, así que tendría que compensarlo con un tono amigable y un lenguaje corporal que demostrara ser inofensivo para ellos, aún si realmente no fuese el caso con la velocidad de desenfunde que el arte de la espada le había enseñado a base de prueba y error.
— ¡Hola, caballeros! — Arrojó las primeras palabras con una sonrisa, amistoso. — ¿Tienen un minuto o dos para ayudar a un foráneo un tanto perdido? — Esperó unos segundos en busca de dudas, o de una reacción desfavorable a solventar. De recibirlo de buena manera o simplemente un silencio que también podía esperar, continuaría. — He escuchado algunos rumores por la isla, rumores sobre una... "cueva extraña", que estoy interesado en ver con mis propios ojos. Díganme, ¿hay algo que sepan al respecto y que estarían dispuestos a compartir? — Ni corto ni perezoso, sin pelo alguno en la lengua. El Lunarian tenía un hábito de ser bastante directo cuando buscaba preguntar algo, y por la otra cara de la moneda, se le daba mal ser lo suficientemente maquiavélico como para sonsacar información por debajo de la mesa, aunque podía llegar a serlo si había una necesidad imperativa de por medio. En el resto de situaciones, prefería llevar la verdad colgada en la manga, jamás oculta bajo una expresión falsa.