Octojin
El terror blanco
31-10-2024, 10:34 AM
Te acercas al kiosko del muelle, donde el aroma del café parece envolverte en un suave despertar que te recuerda lo que es sentir la sobriedad, una sensación casi extraña después de tanto tiempo inmerso en nubes de alcohol. Ufff... No sé yo si te apetecerá un poquito de baileys para manchar ese café. Bueno, no, has sido fuerte, no te voy yo ahora a meter presión en este sentido. El pescador te observa con curiosidad, sin perder ni un detalle, mientras toma una taza y vierte con sumo cuidado el café caliente que le pediste. Te ofrece también un azucarillo, aunque quizá hoy prefieres el café amargo. ¿No sientes que ya llevas suficiente dulzura en las venas tras tantas jarras de ron? Bueno no sé, no te voy a juzgar.
Mientras esperas, notas una pequeña pila de revistas en el kiosko. Algunas se ven algo polvorientas, pero otras, especialmente las dedicadas a las noticias locales, están en perfecta condición. A medida que te vas fijando, puedes ver una revista de actualidad, y en su portada ves el titular: Oykot en Auge: La revolución y sus héroes. Puede que te pique la curiosidad y decidas echar un vistazo en lo que el café se enfría un poco. Quizá para tu sorpresa, encuentras un artículo que menciona las últimas hazañas de las brigadas revolucionarias. Hay fotos de algunos de tus compañeros, aunque las tomaron en algún punto del camino a la victoria, donde todos posan sin saberlo y sin el menor rastro de sobriedad. Te hace sonreír ver que al menos esta vez la ciudad reconoce vuestro esfuerzo.
El resto de revistas no parecen tan actuales. Hay una de deportes que parece interesante. Por cierto, qué irónico que sería que alguien como tú, con tus dotes de bebedor profesional y tus increíbles treinta centímetros de puro vigor, tuviera interés en competiciones deportivas, ¿no? Pero bueno, si lo tienes, verás que el equipo local de Oykot de balonpié ha perdido 3-0 por no presentarse al último partido, mientras que el de baloncesto va líder en su liga.
Con el café en la mano, el pescador te da las gracias por tu paciencia. Si das un primer sorbo, notarás que ya no está tan caliente como para evitar tomarlo, así que disfruta. El sabor amargo y fuerte del café parece calar hasta lo más profundo, despertando sentidos que habías dejado entumecidos durante semanas de embriaguez. La sensación es potente, casi reveladora; es como si ese sorbo de café te trajera algo de la lucidez que habías perdido.
Intentando recordar dónde está la maldita cartera, la escena de las últimas noches de juerga en la taberna reaparece en tu mente como un relámpago. Recuerdas el desmadre, los bailes con un estilo cuestionable —pero divertidísimo, esas imágenes no se borran fácilmente de la mente— y, ahora lo entiendes, también el momento en que debió haberse caído. Quizá es hora de ir a la taberna a por ella.
Si decides encaminarte hacia allí, te encontrarás con un ambiente algo más tranquilo. La taberna está casi vacía, a excepción de un hombre que ocupa una de las mesas, perdido en sus pensamientos. Seguramente sea buena idea revisar el área donde estuviste, recordando la escena con tanto detalle como el humo de la embriaguez te lo permite. Quizá si te agachas, ah, perdona. A ti no te haría falta agacharte. Bueno, si buscas debajo de las sillas y mesas por las cuales estuviste quizá... No, no hay nada. La cartera parece haber desaparecido. Miras hacia la dependienta, quien te observa con expresión escéptica, claramente recordando tus "buenas maneras" de días pasados.
¿Cómo te van a olvidar? Fuiste el alma de la fiesta. Si te acercas a ella, la mujer te mirará con una mezcla de fastidio y resignación.
—Ah, así que tú también perdiste algo —responde sin amabilidad alguna—. Tu grupito dejó aquí más de lo que se llevó. Un verdadero espectáculo.
Sin decir más, se dirige a la parte trasera y regresa con una caja a duras penas. La coloca sobre la barra, casi tirándola, y te la abre. Lo que ves dentro es una colección variopinta: hay una pesada pieza de hierro que probablemente pertenezca a Ragn, un top cuya dueña solo puedes imaginar, y varios objetos metálicos rotos. ¿Pero quién pierde un top en una fiesta? En fin, sois un grupo raro, pero... ¿Tan raro? La cosa no queda ahí, hay aún más objetos. Entre ellos, vislumbras otra cartera bastante más grande que no es la tuya, pero con un vistazo más atento encuentras finalmente la que buscabas. Es pequeña, más de lo que recordabas, y te preguntas cómo puede contener todo lo que necesitas. Yo también me lo pregunto.
La dependienta, sin esperar más, se da media vuelta y se marcha, dejándote libre para tomar lo que necesites de la caja. Quizá es mejor que lo tomes tu a que venga otro a por ello. O no, tú decides. Cuando hayas terminado, seguramente decidas salir de la taberna. Eso si quieres mantener tu cuerpo libre del alcohol, claro. En caso contrario... ¿Has visto esa nueva botella de whisky que luce en la parte alta de la barra? Joder, un whisky refinado y cálido que entraría como... No, no puede entrar. Va, tú puedes. Sal de la taberna.
Al salir, te encuentras con una anciana que camina hacia ti a paso lento y decidido. Tiene una mirada que parece atravesarte, como si te juzgara por cada uno de tus años de borrachera y todas tus decisiones erradas.
—Tú, jovencito, necesitas un cambio —te dice con voz severa y pausada—. Llevas al diablo dentro, ¿lo sabías? Te vi en esta taberna estos días, y créeme, bebías como si quisieras ahogar el mundo entero.
La mujer te entrega una pequeña tarjeta, en la que puedes leer una dirección y un nombre. Te dice que es la organización de su hijo, y que se puso a llorar al verte hace unos días. Por lo visto le fastidiásteis la cena. ¿Quién va a cenar y no a emborracharse a esa taberna? Culpa suya me imagino. En fin, tú sabrás si te quedas mirando la tarjeta en silencio o le recriminas su actitud. La cosa es que el gesto de la mujer parece sincero. Yo también creo que tienes un poco al demonio dentro.
En tu mente, surge una pregunta que se vuelve más fuerte con cada paso que das: ¿y si de verdad es hora de un cambio?
Mientras esperas, notas una pequeña pila de revistas en el kiosko. Algunas se ven algo polvorientas, pero otras, especialmente las dedicadas a las noticias locales, están en perfecta condición. A medida que te vas fijando, puedes ver una revista de actualidad, y en su portada ves el titular: Oykot en Auge: La revolución y sus héroes. Puede que te pique la curiosidad y decidas echar un vistazo en lo que el café se enfría un poco. Quizá para tu sorpresa, encuentras un artículo que menciona las últimas hazañas de las brigadas revolucionarias. Hay fotos de algunos de tus compañeros, aunque las tomaron en algún punto del camino a la victoria, donde todos posan sin saberlo y sin el menor rastro de sobriedad. Te hace sonreír ver que al menos esta vez la ciudad reconoce vuestro esfuerzo.
El resto de revistas no parecen tan actuales. Hay una de deportes que parece interesante. Por cierto, qué irónico que sería que alguien como tú, con tus dotes de bebedor profesional y tus increíbles treinta centímetros de puro vigor, tuviera interés en competiciones deportivas, ¿no? Pero bueno, si lo tienes, verás que el equipo local de Oykot de balonpié ha perdido 3-0 por no presentarse al último partido, mientras que el de baloncesto va líder en su liga.
Con el café en la mano, el pescador te da las gracias por tu paciencia. Si das un primer sorbo, notarás que ya no está tan caliente como para evitar tomarlo, así que disfruta. El sabor amargo y fuerte del café parece calar hasta lo más profundo, despertando sentidos que habías dejado entumecidos durante semanas de embriaguez. La sensación es potente, casi reveladora; es como si ese sorbo de café te trajera algo de la lucidez que habías perdido.
Intentando recordar dónde está la maldita cartera, la escena de las últimas noches de juerga en la taberna reaparece en tu mente como un relámpago. Recuerdas el desmadre, los bailes con un estilo cuestionable —pero divertidísimo, esas imágenes no se borran fácilmente de la mente— y, ahora lo entiendes, también el momento en que debió haberse caído. Quizá es hora de ir a la taberna a por ella.
Si decides encaminarte hacia allí, te encontrarás con un ambiente algo más tranquilo. La taberna está casi vacía, a excepción de un hombre que ocupa una de las mesas, perdido en sus pensamientos. Seguramente sea buena idea revisar el área donde estuviste, recordando la escena con tanto detalle como el humo de la embriaguez te lo permite. Quizá si te agachas, ah, perdona. A ti no te haría falta agacharte. Bueno, si buscas debajo de las sillas y mesas por las cuales estuviste quizá... No, no hay nada. La cartera parece haber desaparecido. Miras hacia la dependienta, quien te observa con expresión escéptica, claramente recordando tus "buenas maneras" de días pasados.
¿Cómo te van a olvidar? Fuiste el alma de la fiesta. Si te acercas a ella, la mujer te mirará con una mezcla de fastidio y resignación.
—Ah, así que tú también perdiste algo —responde sin amabilidad alguna—. Tu grupito dejó aquí más de lo que se llevó. Un verdadero espectáculo.
Sin decir más, se dirige a la parte trasera y regresa con una caja a duras penas. La coloca sobre la barra, casi tirándola, y te la abre. Lo que ves dentro es una colección variopinta: hay una pesada pieza de hierro que probablemente pertenezca a Ragn, un top cuya dueña solo puedes imaginar, y varios objetos metálicos rotos. ¿Pero quién pierde un top en una fiesta? En fin, sois un grupo raro, pero... ¿Tan raro? La cosa no queda ahí, hay aún más objetos. Entre ellos, vislumbras otra cartera bastante más grande que no es la tuya, pero con un vistazo más atento encuentras finalmente la que buscabas. Es pequeña, más de lo que recordabas, y te preguntas cómo puede contener todo lo que necesitas. Yo también me lo pregunto.
La dependienta, sin esperar más, se da media vuelta y se marcha, dejándote libre para tomar lo que necesites de la caja. Quizá es mejor que lo tomes tu a que venga otro a por ello. O no, tú decides. Cuando hayas terminado, seguramente decidas salir de la taberna. Eso si quieres mantener tu cuerpo libre del alcohol, claro. En caso contrario... ¿Has visto esa nueva botella de whisky que luce en la parte alta de la barra? Joder, un whisky refinado y cálido que entraría como... No, no puede entrar. Va, tú puedes. Sal de la taberna.
Al salir, te encuentras con una anciana que camina hacia ti a paso lento y decidido. Tiene una mirada que parece atravesarte, como si te juzgara por cada uno de tus años de borrachera y todas tus decisiones erradas.
—Tú, jovencito, necesitas un cambio —te dice con voz severa y pausada—. Llevas al diablo dentro, ¿lo sabías? Te vi en esta taberna estos días, y créeme, bebías como si quisieras ahogar el mundo entero.
La mujer te entrega una pequeña tarjeta, en la que puedes leer una dirección y un nombre. Te dice que es la organización de su hijo, y que se puso a llorar al verte hace unos días. Por lo visto le fastidiásteis la cena. ¿Quién va a cenar y no a emborracharse a esa taberna? Culpa suya me imagino. En fin, tú sabrás si te quedas mirando la tarjeta en silencio o le recriminas su actitud. La cosa es que el gesto de la mujer parece sincero. Yo también creo que tienes un poco al demonio dentro.
En tu mente, surge una pregunta que se vuelve más fuerte con cada paso que das: ¿y si de verdad es hora de un cambio?