Tofun
El Largo
31-10-2024, 11:56 AM
Con una mezcla de cansancio y duda, observo el kiosko y decido explicarme.
— Ehmm, disculpe, jefe… Le pagaré más tarde, lo juro. Me he dejado la cartera en alguna parte. ¡Qué cabeza! — Dije rascándome la barba, intentando parecer sinceramente apenado. El kioskero quizás estaba acostumbrado a que los viejos lobos de mar como yo olviden más cosas de las que recuerdan.
Con el café en mano, tomo camino hacia la taberna con un paso un poco torpe pero decidido. Al llegar, me lanzo a la búsqueda. Bajo mesas, asomo la cabeza entre los bancos, busco con tanta dedicación que podría parecer que estoy en una misión. Pero nada, ni rastro de la maldita cartera. Entonces, algo incómodo y con un poco de vergüenza, me acerco a la camarera, rascándome la cabeza.
—Eh… ya sabe, esas cosas que a veces pasan. Creo que me dejé la cartera aquí en uno de esos días… digamos, de entusiasmo. — Le explico con una risa nerviosa, intentando mostrar un poco de pena.
Ella no parece particularmente impresionada. Sin decir nada, se gira y desaparece un momento, solo para volver con una caja medio destartalada. La coloca con un golpe seco sobre la barra y, mientras la abre, me quedo mirando el revoltijo de cosas dentro: un top, piezas metálicas, algo que seguro perteneció a Ragn… pero, de repente, mi mente se nubla, un vacío se abre paso entre mis pensamientos, y me quedo mirando la caja sin recordar siquiera qué estaba buscando.
¿La cartera? ¿O buscaba otra cosa? Parpadeo varias veces, desconcertado, hasta que me doy cuenta de que estoy parado en medio de la taberna, sin saber por qué. Miro alrededor, intentando recordar, pero solo siento esa extraña bruma en la cabeza, algo pesado y distante, como si el tiempo y el alcohol hubieran dejado su huella y de pronto, ya no estoy seguro de nada. [Ha saltado la tirada de Olvidadizo]
—En fin… — Murmuro, tratando de darle algún sentido a la situación, y sin más dilación, me doy media vuelta y salgo de la taberna, ligeramente desubicado, notando cómo la edad y los años de jarana empiezan a pasarme factura.
Tofun se cruza con una figura, parece la típica señora que te introduce a una quest. Observa a la anciana con una mezcla de pena y desidia, con los ojos aún un poco por el desconcierto. Sin rechistar, toma la tarjeta que le tiende, echando un vistazo rápido a las letras que le resultan extrañamente formales y solemnes. ¿Alcoholicos Anónimos? Nunca había oído hablar de aquello, pero no le parecía un mal momento para averiguarlo. Después de todo, llevaba días sintiendo que algo en su interior, fuera el demonio o fuera la Akuma, comenzaba a pesarle cada vez más.
— El diablo no entra en un cuerpo tan pequeño como el mío, señora. — Dice Tofun, medio en broma, medio en serio, dedicándole una sonrisa que apenas disimula el cansancio en sus ojos.
La anciana se va dejándolo con la tarjeta en la mano y una vaga dirección: el edificio rojo, junto a los balleneros. Tofun, algo apesadumbrado y confuso, decide seguir sus indicaciones. Al volver a la taberna, se acerca a la barra y pide hielo, sintiéndose extrañamente solemne. Si lo consigue iría hacia el edificio rojo con una mirada casi derrotada. Una vez frente al destino Tofun alzaría la vista para analizar aquel lugar en el que antes no se había fijado, busca algún detalle, inspira y después entra dejándose llevar por la situación.
— Ehmm, disculpe, jefe… Le pagaré más tarde, lo juro. Me he dejado la cartera en alguna parte. ¡Qué cabeza! — Dije rascándome la barba, intentando parecer sinceramente apenado. El kioskero quizás estaba acostumbrado a que los viejos lobos de mar como yo olviden más cosas de las que recuerdan.
Con el café en mano, tomo camino hacia la taberna con un paso un poco torpe pero decidido. Al llegar, me lanzo a la búsqueda. Bajo mesas, asomo la cabeza entre los bancos, busco con tanta dedicación que podría parecer que estoy en una misión. Pero nada, ni rastro de la maldita cartera. Entonces, algo incómodo y con un poco de vergüenza, me acerco a la camarera, rascándome la cabeza.
—Eh… ya sabe, esas cosas que a veces pasan. Creo que me dejé la cartera aquí en uno de esos días… digamos, de entusiasmo. — Le explico con una risa nerviosa, intentando mostrar un poco de pena.
Ella no parece particularmente impresionada. Sin decir nada, se gira y desaparece un momento, solo para volver con una caja medio destartalada. La coloca con un golpe seco sobre la barra y, mientras la abre, me quedo mirando el revoltijo de cosas dentro: un top, piezas metálicas, algo que seguro perteneció a Ragn… pero, de repente, mi mente se nubla, un vacío se abre paso entre mis pensamientos, y me quedo mirando la caja sin recordar siquiera qué estaba buscando.
¿La cartera? ¿O buscaba otra cosa? Parpadeo varias veces, desconcertado, hasta que me doy cuenta de que estoy parado en medio de la taberna, sin saber por qué. Miro alrededor, intentando recordar, pero solo siento esa extraña bruma en la cabeza, algo pesado y distante, como si el tiempo y el alcohol hubieran dejado su huella y de pronto, ya no estoy seguro de nada. [Ha saltado la tirada de Olvidadizo]
—En fin… — Murmuro, tratando de darle algún sentido a la situación, y sin más dilación, me doy media vuelta y salgo de la taberna, ligeramente desubicado, notando cómo la edad y los años de jarana empiezan a pasarme factura.
Tofun se cruza con una figura, parece la típica señora que te introduce a una quest. Observa a la anciana con una mezcla de pena y desidia, con los ojos aún un poco por el desconcierto. Sin rechistar, toma la tarjeta que le tiende, echando un vistazo rápido a las letras que le resultan extrañamente formales y solemnes. ¿Alcoholicos Anónimos? Nunca había oído hablar de aquello, pero no le parecía un mal momento para averiguarlo. Después de todo, llevaba días sintiendo que algo en su interior, fuera el demonio o fuera la Akuma, comenzaba a pesarle cada vez más.
— El diablo no entra en un cuerpo tan pequeño como el mío, señora. — Dice Tofun, medio en broma, medio en serio, dedicándole una sonrisa que apenas disimula el cansancio en sus ojos.
La anciana se va dejándolo con la tarjeta en la mano y una vaga dirección: el edificio rojo, junto a los balleneros. Tofun, algo apesadumbrado y confuso, decide seguir sus indicaciones. Al volver a la taberna, se acerca a la barra y pide hielo, sintiéndose extrañamente solemne. Si lo consigue iría hacia el edificio rojo con una mirada casi derrotada. Una vez frente al destino Tofun alzaría la vista para analizar aquel lugar en el que antes no se había fijado, busca algún detalle, inspira y después entra dejándose llevar por la situación.