Octojin
El terror blanco
31-10-2024, 02:32 PM
Mientras terminas de hablar, el grupo se queda en silencio. Al principio, te parece que todos están atentos, pero pronto notas cómo sus ojos empiezan a brillar de otra forma: no es admiración ni empatía, sino algo más básico y primitivo… deseo. Para ellos, tus palabras han sido como una suave melodía que despierta los recuerdos de noches de tragos y juerga. Incluso puedes ver cómo alguien, sentado frente a ti, tiene la boca literalmente abierta, y, para tu sorpresa, ¡está salivando! Quizá, después de esta aventura, no sólo te conozcan como "Tofun el largo", sino también como "Tofun el calienta-hígados".
De repente, uno de los presentes, el hombre más alejado de ti, se derrumba de la silla y empieza a golpear el suelo con furia contenida. Puedes ver en sus golpes la ira de alguien que se da por vencido. Joder, le has tocado muy dentro a ese tío.
— ¡Créame el ron más dulce que haya probado, o mátame ya! ¡No aguanto más en esta mierda de sitio! —grita entre dientes, con una rabia que parece apuntar a la frustración de estar allí, privado de aquel dulce veneno que ahora has descrito con tanto detalle.
Justo en ese momento, un tipo corpulento aparece en la sala desde el fondo. Es evidente que el tipo intenta apresurarse, pero su complexión no se lo permite y se mueve torpemente. Se acerca al hombre que sigue golpeando el suelo, lo sujeta con firmeza y se lo lleva fuera, camino a otra sala, mientras su compañero de batalla sigue protestando. Antes de desaparecer, el hombre corpulento te lanza una mirada algo severa, pero el joven con quien hablaste al principio asiente y, con voz suave, se dirige a ti.
— Perdona por esto, Tofun. Y perdonad todos los demás. Jowen aún no está listo para estas historias. Cada uno tiene su manera de contar las cosas, y debemos entender que algunos son demasiado... Descriptivos. Pero gracias por compartir tu experiencia.
Es posible que te quedes un poco perplejo, mientras vuelves la vista a los demás miembros del grupo. Si bien todo parece retomar la calma, el ambiente ha cambiado: las miradas nerviosas de tus compañeros son claras señales de que la tentación ha despertado en más de uno. Ves a algunos rascarse con insistencia, otros tamborilean con las uñas en los reposabrazos de las sillas, y alguien incluso se lleva los dedos a la boca, mordisqueándoselos mientras mantiene la mirada fija en el suelo. Vaya panorama has despertado. No es que esa sala antes fuese la alegría de la huerta pero ahora...
Empiezan a retomar las confesiones, aunque después del incidente, quizá tu atención empieza a flaquear. Las historias te resultan un tanto repetitivas, un desfile de batallas contra el alcohol que, aunque entiendes, te saben insulsas comparadas con la aventura de tu propia vida. Es que tu vida ha sido bastante intensa, ¿no crees? Es en ese momento cuando tu mirada se desliza hacia un tipo sentado dos sillas a tu derecha. Está nervioso, y sus dedos se mueven con destreza hacia una petaca incrustada en el bolsillo de su americana raída. De forma discreta, lleva una pajita a la boca y da pequeños sorbos que, a juzgar por su expresión de alivio, le devuelven la calma en medio de la tormenta que todos parecen experimentar.
Es entonces cuando el ruido de tres golpes en la puerta resuena en la sala, un sonido tan brusco y violento que interrumpe las confesiones de golpe. El tipo corpulento que había sacado a Jowen hace unos minutos se dirige a la puerta con el ceño fruncido, pero, antes de que pueda abrir, algo sucede: la puerta se abre de golpe, y el tipo corpulento sale despedido hacia atrás, estampándose contra la pared con un estruendo que hace que todos en el círculo se sobresalten. El tipo cae inconsciente y todos los allí presentes dudáis de lo que estáis viendo. La cosa es que ahora no le podéis echar la culpa al alcohol. Al menos no todos.
En el umbral de la puerta, tres hombres de aspecto agresivo, vestidos con trajes oscuros y gestos autoritarios, entran con pasos firmes y miradas encendidas de ira. Uno de ellos señala directamente al joven que te había dado la bienvenida.
— ¡Quenpin, cabrón, nos has vuelto a robar todo el alcohol del almacén! ¡Te vimos, no puedes negarlo! —brama el hombre, avanzando hacia el centro del círculo con los otros dos detrás.
El joven, a quien aparentemente llaman Quenpin, se queda sin palabras, alza las manos en un gesto que busca calmar los ánimos. Pero el resto del grupo le mira con sorpresa, y algo de recelo, esperando que se explique. Por un segundo, todos los ojos están sobre él, incrédulos y tensos, como si la idea de que él también pudiera estar atrapado en la misma adicción fuera demasiado impactante.
Quenpin intenta defenderse, con la voz temblorosa y quedándose totalmente quieto, como si la situación le hubiese sobrepasado.
—No… no es lo que creen. ¡Esto… esto es por el bien del grupo! —balbucea, buscando una explicación que no parece tener mucha credibilidad.
Los tres hombres lo rodean, y uno de ellos le dice en tono burlón:
— ¿Por el bien del grupo? ¿Qué vas a hacer con tanto alcohol? ¿Acaso no eres también un borracho? ¡Confiesa ya!
El ambiente en el salón es de pura tensión. ¿Qué diablos está pasando? Cada mirada está fija en Quenpin. Parecía ser una persona comprometida con la sobriedad, y parece que el grupo se está dando cuenta de que, en ese lugar, nada es tan blanco o negro como pensabas. Aunque es posible que se le esté juzgando un poco pronto, no sé. De todos modos, puedes apreciar que el futuro de Quenpin pinta más oscuro que aquél vodka negro que probaste una vez con bastante hielo y a palo seco. Joder, me está apeteciendo hasta a mi.
De repente, uno de los presentes, el hombre más alejado de ti, se derrumba de la silla y empieza a golpear el suelo con furia contenida. Puedes ver en sus golpes la ira de alguien que se da por vencido. Joder, le has tocado muy dentro a ese tío.
— ¡Créame el ron más dulce que haya probado, o mátame ya! ¡No aguanto más en esta mierda de sitio! —grita entre dientes, con una rabia que parece apuntar a la frustración de estar allí, privado de aquel dulce veneno que ahora has descrito con tanto detalle.
Justo en ese momento, un tipo corpulento aparece en la sala desde el fondo. Es evidente que el tipo intenta apresurarse, pero su complexión no se lo permite y se mueve torpemente. Se acerca al hombre que sigue golpeando el suelo, lo sujeta con firmeza y se lo lleva fuera, camino a otra sala, mientras su compañero de batalla sigue protestando. Antes de desaparecer, el hombre corpulento te lanza una mirada algo severa, pero el joven con quien hablaste al principio asiente y, con voz suave, se dirige a ti.
— Perdona por esto, Tofun. Y perdonad todos los demás. Jowen aún no está listo para estas historias. Cada uno tiene su manera de contar las cosas, y debemos entender que algunos son demasiado... Descriptivos. Pero gracias por compartir tu experiencia.
Es posible que te quedes un poco perplejo, mientras vuelves la vista a los demás miembros del grupo. Si bien todo parece retomar la calma, el ambiente ha cambiado: las miradas nerviosas de tus compañeros son claras señales de que la tentación ha despertado en más de uno. Ves a algunos rascarse con insistencia, otros tamborilean con las uñas en los reposabrazos de las sillas, y alguien incluso se lleva los dedos a la boca, mordisqueándoselos mientras mantiene la mirada fija en el suelo. Vaya panorama has despertado. No es que esa sala antes fuese la alegría de la huerta pero ahora...
Empiezan a retomar las confesiones, aunque después del incidente, quizá tu atención empieza a flaquear. Las historias te resultan un tanto repetitivas, un desfile de batallas contra el alcohol que, aunque entiendes, te saben insulsas comparadas con la aventura de tu propia vida. Es que tu vida ha sido bastante intensa, ¿no crees? Es en ese momento cuando tu mirada se desliza hacia un tipo sentado dos sillas a tu derecha. Está nervioso, y sus dedos se mueven con destreza hacia una petaca incrustada en el bolsillo de su americana raída. De forma discreta, lleva una pajita a la boca y da pequeños sorbos que, a juzgar por su expresión de alivio, le devuelven la calma en medio de la tormenta que todos parecen experimentar.
Es entonces cuando el ruido de tres golpes en la puerta resuena en la sala, un sonido tan brusco y violento que interrumpe las confesiones de golpe. El tipo corpulento que había sacado a Jowen hace unos minutos se dirige a la puerta con el ceño fruncido, pero, antes de que pueda abrir, algo sucede: la puerta se abre de golpe, y el tipo corpulento sale despedido hacia atrás, estampándose contra la pared con un estruendo que hace que todos en el círculo se sobresalten. El tipo cae inconsciente y todos los allí presentes dudáis de lo que estáis viendo. La cosa es que ahora no le podéis echar la culpa al alcohol. Al menos no todos.
En el umbral de la puerta, tres hombres de aspecto agresivo, vestidos con trajes oscuros y gestos autoritarios, entran con pasos firmes y miradas encendidas de ira. Uno de ellos señala directamente al joven que te había dado la bienvenida.
— ¡Quenpin, cabrón, nos has vuelto a robar todo el alcohol del almacén! ¡Te vimos, no puedes negarlo! —brama el hombre, avanzando hacia el centro del círculo con los otros dos detrás.
El joven, a quien aparentemente llaman Quenpin, se queda sin palabras, alza las manos en un gesto que busca calmar los ánimos. Pero el resto del grupo le mira con sorpresa, y algo de recelo, esperando que se explique. Por un segundo, todos los ojos están sobre él, incrédulos y tensos, como si la idea de que él también pudiera estar atrapado en la misma adicción fuera demasiado impactante.
Quenpin intenta defenderse, con la voz temblorosa y quedándose totalmente quieto, como si la situación le hubiese sobrepasado.
—No… no es lo que creen. ¡Esto… esto es por el bien del grupo! —balbucea, buscando una explicación que no parece tener mucha credibilidad.
Los tres hombres lo rodean, y uno de ellos le dice en tono burlón:
— ¿Por el bien del grupo? ¿Qué vas a hacer con tanto alcohol? ¿Acaso no eres también un borracho? ¡Confiesa ya!
El ambiente en el salón es de pura tensión. ¿Qué diablos está pasando? Cada mirada está fija en Quenpin. Parecía ser una persona comprometida con la sobriedad, y parece que el grupo se está dando cuenta de que, en ese lugar, nada es tan blanco o negro como pensabas. Aunque es posible que se le esté juzgando un poco pronto, no sé. De todos modos, puedes apreciar que el futuro de Quenpin pinta más oscuro que aquél vodka negro que probaste una vez con bastante hielo y a palo seco. Joder, me está apeteciendo hasta a mi.