Tofun
El Largo
31-10-2024, 03:07 PM
La petición del hombre me sorprendió, y una chispa de alegría brotó en mí. Casi sucumbí a la tentación de comenzar a crear el alcohol que tanto deseaba, imaginando el sabor, el aroma, la calidez que brindaría a sus paladares. Sin embargo, justo en ese momento, el fornido guardaespaldas irrumpió en la sala y se llevó a Jowen de manera brusca. Me quedé estupefacto, sin saber qué decir o pensar.
El nerviosismo se apoderó de mí, llevándome de vuelta a la incómoda realidad de la sala. El resto del grupo continuó compartiendo sus historias, cada una más sombría que la anterior. La terapia, en lugar de parecer un intento de dejar el alcohol, se sentía como un llamado a volver a las viejas andadas. Era aburrido, como si estuviéramos atrapados en un ciclo de desesperación y autoindulgencia.
En medio de la monotonía, noté a un pícaro que bebía discretamente de su petaca con una pajita. Sonreí al mirarlo; era astuto, sabía cómo manejar la situación. No podía culparlo. Con un gesto casi involuntario, me rasqué la cabeza, sintiendo una punzada de intriga. La idea de imitarlo cruzó mi mente, pero la voz de la razón me recordaba que estaba aquí para cambiar, no para caer en viejas tentaciones. Sudaba frio, era horrible.
Pero justo cuando pensaba en ello, se produjo una interrupción que sacudió la sala. Tres hombres de aspecto agresivo entraron, derribando la puerta con una fuerza descomunal y, por extensión, también al guardaespaldas. Solo alguien de gran fuerza podría haber derribado a aquel tipo. Avanzaron con pasos firmes, señalando a Quenpin, acusándolo de robar alcohol del almacén. El líder del grupo, también con un aire de adicción en su mirada, parecía estar allí para hacer justicia de alguna manera.
La confusión me envolvió. ¿Qué estaba ocurriendo? Este lugar, que había prometido ser un refugio, ahora se convertía en un campo de batalla de viejas luchas y secretos oscuros. La línea entre el bien y el mal se desdibujaba aún más, y, en ese momento, me pregunté si realmente había llegado al lugar correcto para cambiar mi vida. Me puse en pie, la indignación salió dentro de mí, y señalé a Quenpin con un dedo tembloroso. Apenas llevaba unos momentos en el grupo y todavía no conocía bien a nadie, pero el tirón de la abstinencia me hacía sentir como si fuera el protagonista de una película.
— ¡Canta, Quenpin! — Exclamé, mi voz resonando en la sala, llena de una energía que no sabía que tenía. — Di la verdad. Si no lo haces ahora, será demasiado tarde. ¡Hazlo!
Mis palabras parecían provocar un silencio momentáneo, un eco de mi frustración que se instaló en el aire. Mientras lo decía, no pude evitar mirar de reojo al grupo que había irrumpido en el edificio. Tres hombres con un aura de amenaza que se movían con la seguridad de aquellos que sabían que tenían el control. Una idea cruzó por mi mente: ¿acaso no serían los propietarios de la nueva taberna de Oykot, "El Largo"? Si era así, me encontraría en su bando, al menos en espíritu. La necesidad de justicia y la protección del grupo parecían entrelazarse en mi mente, y mi corazón latía con fuerza mientras aguardaba la respuesta de Quenpin.
El nerviosismo se apoderó de mí, llevándome de vuelta a la incómoda realidad de la sala. El resto del grupo continuó compartiendo sus historias, cada una más sombría que la anterior. La terapia, en lugar de parecer un intento de dejar el alcohol, se sentía como un llamado a volver a las viejas andadas. Era aburrido, como si estuviéramos atrapados en un ciclo de desesperación y autoindulgencia.
En medio de la monotonía, noté a un pícaro que bebía discretamente de su petaca con una pajita. Sonreí al mirarlo; era astuto, sabía cómo manejar la situación. No podía culparlo. Con un gesto casi involuntario, me rasqué la cabeza, sintiendo una punzada de intriga. La idea de imitarlo cruzó mi mente, pero la voz de la razón me recordaba que estaba aquí para cambiar, no para caer en viejas tentaciones. Sudaba frio, era horrible.
Pero justo cuando pensaba en ello, se produjo una interrupción que sacudió la sala. Tres hombres de aspecto agresivo entraron, derribando la puerta con una fuerza descomunal y, por extensión, también al guardaespaldas. Solo alguien de gran fuerza podría haber derribado a aquel tipo. Avanzaron con pasos firmes, señalando a Quenpin, acusándolo de robar alcohol del almacén. El líder del grupo, también con un aire de adicción en su mirada, parecía estar allí para hacer justicia de alguna manera.
La confusión me envolvió. ¿Qué estaba ocurriendo? Este lugar, que había prometido ser un refugio, ahora se convertía en un campo de batalla de viejas luchas y secretos oscuros. La línea entre el bien y el mal se desdibujaba aún más, y, en ese momento, me pregunté si realmente había llegado al lugar correcto para cambiar mi vida. Me puse en pie, la indignación salió dentro de mí, y señalé a Quenpin con un dedo tembloroso. Apenas llevaba unos momentos en el grupo y todavía no conocía bien a nadie, pero el tirón de la abstinencia me hacía sentir como si fuera el protagonista de una película.
— ¡Canta, Quenpin! — Exclamé, mi voz resonando en la sala, llena de una energía que no sabía que tenía. — Di la verdad. Si no lo haces ahora, será demasiado tarde. ¡Hazlo!
Mis palabras parecían provocar un silencio momentáneo, un eco de mi frustración que se instaló en el aire. Mientras lo decía, no pude evitar mirar de reojo al grupo que había irrumpido en el edificio. Tres hombres con un aura de amenaza que se movían con la seguridad de aquellos que sabían que tenían el control. Una idea cruzó por mi mente: ¿acaso no serían los propietarios de la nueva taberna de Oykot, "El Largo"? Si era así, me encontraría en su bando, al menos en espíritu. La necesidad de justicia y la protección del grupo parecían entrelazarse en mi mente, y mi corazón latía con fuerza mientras aguardaba la respuesta de Quenpin.