Octojin
El terror blanco
31-10-2024, 07:59 PM
La decisión está tomada en un instante. Desenvainas una de tus espadas aprovechando esa confusión que tú mismo creas y, con un movimiento elegante, aprovechando que el novato sigue nervioso y el superior distraído en su llamada, te acercas lo suficiente al tipo corpulento esposado. Lo haces tan fluido y elegante que da hasta gusto verte, dí que sí. En un solo gesto limpio y certero, cortas las cadenas que unen las esposas, liberándolo. Antes de que los marines reaccionen, el tipo aprovecha su recién adquirida libertad y lanza un golpe contundente al marine más cercano, derribándolo. Parece que estaba esperando ese momento.
El caos estalla de inmediato. Aprovechas la confusión y corres, sin perder el ritmo ni un segundo. Te lanzas hacia los callejones mientras el tipo fornido se echa a correr detrás de ti, como si creyese que tienes un plan. Espera, ¿no lo tienes? Mierda, se va a llevar una desilusión tremenda. Los gritos de los marines llenan el aire, y poco después, oyes el eco de disparos a tus espaldas. Una bala atraviesa el hombro de tu inesperado aliado, que suelta un grito de dolor pero sigue corriendo. Otra bala impacta en tu muslo izquierdo. Un dolor agudo y profundo te atraviesa, obligándote a tambalearte por un instante. Aprietas los dientes y continúas, consciente de que detenerte ahora sería fatal.
Como si estuvieras en una maratón, el ritmo lo es todo. Eres consciente de que los marines se están reagrupando para cerrar el perímetro, son muchos y tú uno. Bueno, dos si cuentas a tu nuevo aliado. Las sombras de la noche te ofrecen cierto refugio, pero sabes que no será suficiente si no encuentras un escondite pronto. Con la herida en el muslo, cada paso es un recordatorio del peligro, pero también te impulsa a mantenerte en movimiento. Aunque te duele, aún está caliente y la puedes mover con ciertas complicaciones, pero crees que podrás seguir corriendo un rato más.
El callejón que recorres es estrecho y oscuro, y aunque no tienes visibilidad completa, distingues dos opciones frente a ti: una casa con una ventana abierta y otra, a unos metros de distancia, cuya puerta podrías intentar forzar.
El sonido de los marines acercándose te hace tomar una decisión sin pensarlo mucho más. El dolor punzante en el muslo te hace apretar los dientes.
En cualquier caso, deberías mirarte la herida. Quizá atándote algo a la pierna y presionándolo contra la herida podrías intentar detener el sangrado. El dolor es intenso, pero la adrenalina aún corre por tus venas, y sabes que tendrás que resistir un poco más. Desde tu posición junto a la ventana de cualquiera de las dos casas, podrás escuchar a los marines organizándose en el callejón, sus voces parecen firmes y decididas.
— ¡Revisen todas las casas! No pueden estar muy lejos —ordena el superior, y puedes distinguir su voz entre el ruido de los pasos apresurados.
Cuentas con unos minutos, tal vez menos, antes de que empiecen a buscar casa por casa. La noche y tu capacidad para moverte en silencio son tus aliados, pero sabes que un descuido podría costarte caro.
El caos estalla de inmediato. Aprovechas la confusión y corres, sin perder el ritmo ni un segundo. Te lanzas hacia los callejones mientras el tipo fornido se echa a correr detrás de ti, como si creyese que tienes un plan. Espera, ¿no lo tienes? Mierda, se va a llevar una desilusión tremenda. Los gritos de los marines llenan el aire, y poco después, oyes el eco de disparos a tus espaldas. Una bala atraviesa el hombro de tu inesperado aliado, que suelta un grito de dolor pero sigue corriendo. Otra bala impacta en tu muslo izquierdo. Un dolor agudo y profundo te atraviesa, obligándote a tambalearte por un instante. Aprietas los dientes y continúas, consciente de que detenerte ahora sería fatal.
Como si estuvieras en una maratón, el ritmo lo es todo. Eres consciente de que los marines se están reagrupando para cerrar el perímetro, son muchos y tú uno. Bueno, dos si cuentas a tu nuevo aliado. Las sombras de la noche te ofrecen cierto refugio, pero sabes que no será suficiente si no encuentras un escondite pronto. Con la herida en el muslo, cada paso es un recordatorio del peligro, pero también te impulsa a mantenerte en movimiento. Aunque te duele, aún está caliente y la puedes mover con ciertas complicaciones, pero crees que podrás seguir corriendo un rato más.
El callejón que recorres es estrecho y oscuro, y aunque no tienes visibilidad completa, distingues dos opciones frente a ti: una casa con una ventana abierta y otra, a unos metros de distancia, cuya puerta podrías intentar forzar.
El sonido de los marines acercándose te hace tomar una decisión sin pensarlo mucho más. El dolor punzante en el muslo te hace apretar los dientes.
En cualquier caso, deberías mirarte la herida. Quizá atándote algo a la pierna y presionándolo contra la herida podrías intentar detener el sangrado. El dolor es intenso, pero la adrenalina aún corre por tus venas, y sabes que tendrás que resistir un poco más. Desde tu posición junto a la ventana de cualquiera de las dos casas, podrás escuchar a los marines organizándose en el callejón, sus voces parecen firmes y decididas.
— ¡Revisen todas las casas! No pueden estar muy lejos —ordena el superior, y puedes distinguir su voz entre el ruido de los pasos apresurados.
Cuentas con unos minutos, tal vez menos, antes de que empiecen a buscar casa por casa. La noche y tu capacidad para moverte en silencio son tus aliados, pero sabes que un descuido podría costarte caro.