Mayura Pavone
El Pavo Real del Oceano
31-10-2024, 09:41 PM
El sonido seco del disparo envolvió toda la zona antes de que si quiera Mayura pudiera procesarlo. Un dolor abrasador atravesó su muslo izquierdo, obligándolo a tambalearse y perder el equilibrio por unos instantes. Sus labios se apretaron en una línea tensa, pero no emitió un solo sonido; el orgullo y la adrenalina lo mantenían en pie. Con cada paso, la herida latía intensamente, el calor de la sangre extendiéndose por la tela de su pantalón. Sabía que detenerse significaría quedar a merced de los marines que, en cuestión de segundos, ya estarían sobre él y su inesperado compañero de fuga.
No tenía tiempo para dudar. Mantuvo el ritmo, adentrándose en los callejones oscuros, y el tipo corpulento, le seguía a duras penas a pesar de que también había recibido un disparo, parecía creer que todo era parte de algo, lo que no sabía es que el pavo solo quería su recompensa prometida. Al notar una ventana abierta en una casa cercana, Mayura gesticuló hacia ella con un movimiento urgente de la cabeza. Sin perder un segundo más, escaló con ayuda de su compañero y se coló en el interior, posteriormente para abrirle la puerta pues con un intento fallido de entrar por la ventana no hubo otra opción. No obstante, tras ambos entrar se aseguraron de cerrar con seguro tanto la puesta como la ventana, cuyo rastro de sangre en el marco fue limpiado con las mangas de su elegante túnica, uno de sus pocos y preciados tesoros restantes.
Al encontrarse en la relativa seguridad de la habitación, el dolor se volvió imposible de ignorar. Rápidamente, rasgó un trozo de tela de su camisa y lo presionó contra la herida, atando el improvisado vendaje con manos temblorosas pero firmes. Mientras ajustaba la presión, alzó la vista hacia el hombre que lo observaba con una mezcla de incertidumbre y respeto. — Supongo que no contabas con una escena tan inesperada como improvisaba mi querido... — comentó con su tono cargado de ironía, tratando de ignorar el dolor que le retumbaba en el muslo, liberando un largo suspiro para evitar gritar, siempre dejando esa pausaba característica cuando esperaba que alguien se presentase tras esas palabras que utilizó al final.
— Por ahora el plan es sobrevivir y si fallamos pues al menos nos llevaremos un buen espectáculo. —respondió con una sonrisa forzada a través de sus gestos de dolor. Culminando con el lanzamiento de una mirada desafiante hacia su compañero dejando claro que él y sus tres espadas estaban dispuestos a todo.
Antes de si quiera poder tener una respuesta, ambos oyeron el eco de pasos y órdenes en la calle. Los marines se estaban reagrupando, su líder gritando las ordenes, no había tiempo que perder. — Debemos buscar un escondite de inmediato. — murmuró apresuradamente, poniéndose de pie y apoyándose en las paredes para aliviar el peso en su pierna herida.
Avanzaron en silencio, explorando la casa juntos. Mayura se apoyaba en las paredes, sintiendo el ardor de su muslo con cada paso. El lugar estaba en penumbra, desgastado y abandonado. Aunque le cruzó por la mente buscar algo de valor, su prioridad era esconderse en algún rincón oscuro de una de las habitaciones y esperar lo que el destino les deparara.
Sabía que los marines probablemente se dividirían para revisar cada casa, lo cual significaba que, con suerte, solo uno o dos entrarían en su escondite. De ser así, aprovecharía las sombras y el silencio para emboscarlos, desenvainando sus tres espadas si alguien decidía entrar. Con la puerta y la ventana aseguradas, tendrían tiempo suficiente para escuchar cualquier intento de irrupción.
No tenía tiempo para dudar. Mantuvo el ritmo, adentrándose en los callejones oscuros, y el tipo corpulento, le seguía a duras penas a pesar de que también había recibido un disparo, parecía creer que todo era parte de algo, lo que no sabía es que el pavo solo quería su recompensa prometida. Al notar una ventana abierta en una casa cercana, Mayura gesticuló hacia ella con un movimiento urgente de la cabeza. Sin perder un segundo más, escaló con ayuda de su compañero y se coló en el interior, posteriormente para abrirle la puerta pues con un intento fallido de entrar por la ventana no hubo otra opción. No obstante, tras ambos entrar se aseguraron de cerrar con seguro tanto la puesta como la ventana, cuyo rastro de sangre en el marco fue limpiado con las mangas de su elegante túnica, uno de sus pocos y preciados tesoros restantes.
Al encontrarse en la relativa seguridad de la habitación, el dolor se volvió imposible de ignorar. Rápidamente, rasgó un trozo de tela de su camisa y lo presionó contra la herida, atando el improvisado vendaje con manos temblorosas pero firmes. Mientras ajustaba la presión, alzó la vista hacia el hombre que lo observaba con una mezcla de incertidumbre y respeto. — Supongo que no contabas con una escena tan inesperada como improvisaba mi querido... — comentó con su tono cargado de ironía, tratando de ignorar el dolor que le retumbaba en el muslo, liberando un largo suspiro para evitar gritar, siempre dejando esa pausaba característica cuando esperaba que alguien se presentase tras esas palabras que utilizó al final.
— Por ahora el plan es sobrevivir y si fallamos pues al menos nos llevaremos un buen espectáculo. —respondió con una sonrisa forzada a través de sus gestos de dolor. Culminando con el lanzamiento de una mirada desafiante hacia su compañero dejando claro que él y sus tres espadas estaban dispuestos a todo.
Antes de si quiera poder tener una respuesta, ambos oyeron el eco de pasos y órdenes en la calle. Los marines se estaban reagrupando, su líder gritando las ordenes, no había tiempo que perder. — Debemos buscar un escondite de inmediato. — murmuró apresuradamente, poniéndose de pie y apoyándose en las paredes para aliviar el peso en su pierna herida.
Avanzaron en silencio, explorando la casa juntos. Mayura se apoyaba en las paredes, sintiendo el ardor de su muslo con cada paso. El lugar estaba en penumbra, desgastado y abandonado. Aunque le cruzó por la mente buscar algo de valor, su prioridad era esconderse en algún rincón oscuro de una de las habitaciones y esperar lo que el destino les deparara.
Sabía que los marines probablemente se dividirían para revisar cada casa, lo cual significaba que, con suerte, solo uno o dos entrarían en su escondite. De ser así, aprovecharía las sombras y el silencio para emboscarlos, desenvainando sus tres espadas si alguien decidía entrar. Con la puerta y la ventana aseguradas, tendrían tiempo suficiente para escuchar cualquier intento de irrupción.