Silver
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01-11-2024, 02:49 PM
Bahía de los Olvidados, Isla Momobami
Día 36 de Verano del año 724
Día 36 de Verano del año 724
El interior de la taberna era un refugio de sombras y murmullos. Las velas parpadeaban en sus candelabros improvisados, proyectando figuras irregulares en las paredes de madera desgastada. El lugar olía a humedad, alcohol barato y algo más rancio que no resultaba fácil de identificar. En un rincón, un grupo de hombres discutía en voz baja, con miradas de reojo que inspeccionaban a cada nuevo visitante con cautela. Las figuras encorvadas y las capuchas que escondían rostros no facilitaban el distinguir un rostro amigable de uno hostil, pero Alistair supo que, si alguien podía llevarlo hasta la Selva Profunda, probablemente estuviera entre estos hombres.
Por un instante, su apariencia lunarian y la envergadura de sus alas atrajeron algunas miradas, pero pronto los ojos se desviaron con indiferencia. Parece que era mejor no interesarse demasiado en los extraños en la Bahía de los Olvidados.
Alistair avanzó hasta la barra, donde un tabernero de mirada cansada y rostro cubierto de cicatrices limpiaba, más por costumbre que por higiene, un vaso astillado. El revolucionario intercambió un par de palabras breves, ofreciendo algunas monedas para ganarse la confianza del hombre. Con una inclinación de cabeza, el tabernero le indicó a un hombre encorvado en una esquina, quien parecía observarlo desde hacía un rato.
Se acercó a él, y tras algunos intentos para obtener información útil sobre la jungla y la planta, el hombre finalmente dejó escapar una carcajada ronca.
—Así que eres otro loco que busca un mito… —susurró, con voz cargada de sarcasmo y desconfianza—. Te llevaré, pero te advierto: nada bueno sale de esas tierras. Puedo acercarte al lugar donde crece la planta, pero si lo que dicen es cierto, es una bestia salvaje la que marca el territorio. Una vez allí, el resto corre por tu cuenta.
El guía, un sujeto de rostro curtido y con una cicatriz que le cruzaba la mejilla, era conocido entre los locales por sus aventuras en la jungla. Los pocos que lo conocían lo llamaban "Rats", un apodo nacido de su habilidad para moverse sin ser notado entre la espesura y su inclinación a sacar beneficio en situaciones difíciles. Después de unas palabras y algunos billetes adicionales, Rats se levantó y asintió con la cabeza.
—Nos vamos en cuanto estés listo, muchacho. Pero te advierto, más te vale que seas rápido y silencioso si quieres sobrevivir —dijo, lanzando una última mirada seria a Alistair antes de dirigirse hacia la puerta.
Selva Profunda, Isla Momobami
Día 36 de Verano del año 724
Día 36 de Verano del año 724
La vegetación de la Selva Profunda parecía devorar el camino a medida que se adentraban, cerrándose alrededor de ellos como una muralla verde. La humedad era densa, y las hojas goteaban en una constante que creaba un ritmo opresivo en el ambiente. La luz apenas se filtraba entre las copas de los árboles, proyectando sombras largas y retorcidas que daban a la selva una apariencia de otro mundo.
Rats avanzaba en silencio, sus pasos apenas audibles mientras cortaba con una daga las lianas que se interponían en el camino. Cada tanto, Alistair notaba sus ojos atentos, como si esperara algún signo de peligro inminente. La jungla parecía viva, y Alistair captó de reojo la forma de un par de aves de plumaje brillante que los observaban desde las alturas. Pero los colores vibrantes de los animales y las plantas parecían esconder algo más siniestro.
—Escucha —susurró Rats, deteniéndose de repente y alzando la mano para que Alistair hiciera lo mismo—. ¿Lo oyes?
A su alrededor, el canto de los insectos y el susurro de las hojas al viento eran el único sonido. Pero pronto, el revolucionario percibió algo más: un silencio gradual, como si la vida de la selva se extinguiera por momentos. Las aves se habían callado, y el ambiente estaba tan quieto que el propio susurro de Rats parecía resonar en el aire.
—Eso significa que estamos cerca —murmuró el guía—. Las criaturas aquí son sensibles a su presencia. No que será realmente, pero esa cosa ahuyenta a todo ser vivo que se cruce en su camino.
Finalmente, el suelo empezó a inclinarse hacia abajo, y entre las raíces de los árboles y las rocas cubiertas de musgo, un claro comenzó a abrirse a lo lejos. En el centro, una especie de oquedad se hundía en el suelo, rodeada de arbustos y enredaderas retorcidas que parecían girar en espiral hacia adentro, como una invitación a descender.
Había una esencia en el aire, una fragancia dulce y penetrante que parecía provenir de alguna planta cercana. Alistair pudo distinguir una vegetación más frondosa y de aspecto vibrante en las cercanías de la oquedad, hojas verdes y lustrosas que reflejaban la luz, como si estuvieran bañadas en un rocío brillante. Podría ser la planta que buscaba, pero había algo… algo inquietante en la quietud y en la disposición de las raíces y enredaderas que bordeaban el lugar.
Rats se detuvo en el borde del claro y susurró, apenas audible:
—Ahí es. Pero no pienso acercarme más. Esa cosa… esa criatura que llaman la Devoradora… suele rondar por aquí. Si el rumor es cierto, puede que ya nos haya notado.
El silencio regresó, tan espeso como la niebla que había dejado atrás en la Bahía de los Olvidados. Ahora, era Alistair quien debía decidir el siguiente paso.