Takahiro
La saeta verde
01-11-2024, 07:06 PM
Día 33 de verano.
Año 724.
Loguetown.
Aquella mañana estaba siendo una de tantas para Takahiro en la base del G-31 de la Marina del Gobierno Mundial, en la reconfortante y humilde ciudad de Loguetown. En un principio, el recién ascendido Alférez estaba bastante feliz, pues iba a tener su primer día de descanso real en varias semanas. Es por ello, que está canturreando en su habitación, frente al espejo, mientras se perfumaba con su colonia favorita: Bugo Hoss.
—Te extrañaba yo tanto, que no al verte a mi ladooo…. Ya soñaba con volverte a veeeer —agarró con fuerza el tarro de colonia y lo usó a modo de micrófono, acercándoselo a la boca—. ¡Y ENTRE TANTO TE ESTABA INVENTANDO, DE NIIIIÑAAA AA MUUU-JEEEEEER!
En pleno apogeo de su concierto para nadie, alguien golpeó en la puerta con fuerza para interrumpirlo. «¿Quién demonios será ahora?», se preguntó el peliverde, suspirando con desdén justo antes de abrir la puerta. Nada más abrirla se topó de frente con el Recluta Stefan Meiers, un individuo bastante extraño dentro de la brigada, pero que era usado por la mayoría como el recadero oficial.
—Digamelón —le dijo al recluta, mientras le miraba a los ojos. Lo que quería estaba claro, nuevamente iban a necesitar de sus servicios en la isla. Muchas veces el peliverde pensaba que no había más marines que los miembros de la L-42, aunque eso no fuera cierto—. Muchas gracias, recluta. Tómese un refresco en la cantina a mi cuenta. Dígaselo a la cantinera.
Tras aquello, terminó de acicalarse, se puso la parte superior de sus ropajes, atándose el cinturó con sus espadas y se colocó sutilmente sobre los hombros su chaqueta de oficial, con las hombreras con flecos tan horteras.
Apenas tardó un par de minutos en llegar al despacho de la Capitana Montpellier. Una vez sobre la puerta, golpeó una vez y la abrió de golpe. Nada más hacerlo, la capitana se sobresaltó. ¿La razón? Estaba dormida, como de costumbre. Takahiro no entendía como podía dormir tanto y en circunstancias tan extrañas como las que hacía. A la madre de la gigantona no le importaban las formas, podía quedarse dormida de pie en la zona de entrenamientos, en el escritorio de su despacho o, simplemente, avisando por den den mushi desde mitad del cuartel. Le daba igual.
Takahiro se acercó al escritorio, poniéndose firme con las manos en la espalda.
—¿Qué desea, capitana? —le preguntó. Esa vez no iba a decirle que se encontraba en su día libre, ¿para qué? Total, la respuesta siempre era la misma: es tu deber como oficial de la marina. Escuchó atentamente sus palabras, de nuevo piratas en la isla—. ¿Qué si me cansan? La verdad es que sí. En su momento propuse hacer un cordón con barcos previstos de tanquetas de agua de mar para atacar a los barcos antes de que atracaran, pero no os gustó mi idea —le dijo, con cierta indignación. Para luego continuar escuchándola—. Lo intentaré, pero no le prometo nada —le dijo—. Si hay que elegir entre el mobiliario local y la vida de nuestros ciudadanos, ya sabes cual será mi elección —dicho aquello, hizo el saludo militar y se puso en marcha; aunque no sin antes girarse y mirar a la capitana—. Le recomiendo coger un cojín, seguro que es más cómodo que ese montón de papeles —bromeó Takahiro, sonriente. Y se marchó.
Revisó todo su inventario y puso rumbo hacia el muelle. Como quería acabar rápido con aquello, se apresuró en su marcha hasta tratar de llegar a su destino. Por el camino, como era costumbre, se encontró a varios de los pueblerinos que ya le conocía, a los que saludó sin pararse.
Una vez llegara al muelle, cruzando el cordón policial que había hecho buscaría a Phill, llegando a preguntar por él si no lo encontraba de primeras. Una vez diera con él le hablaría.
—Aquí el alférez Takahiro Kenshin —diría, saludándole—. Me envía la capitana Montpellier, ¿qué es lo que necesita? ¿Qué se ha salido de control para que requiráis de refuerzos? —preguntaría, sin andarse con tapujos.
Año 724.
Loguetown.
Aquella mañana estaba siendo una de tantas para Takahiro en la base del G-31 de la Marina del Gobierno Mundial, en la reconfortante y humilde ciudad de Loguetown. En un principio, el recién ascendido Alférez estaba bastante feliz, pues iba a tener su primer día de descanso real en varias semanas. Es por ello, que está canturreando en su habitación, frente al espejo, mientras se perfumaba con su colonia favorita: Bugo Hoss.
—Te extrañaba yo tanto, que no al verte a mi ladooo…. Ya soñaba con volverte a veeeer —agarró con fuerza el tarro de colonia y lo usó a modo de micrófono, acercándoselo a la boca—. ¡Y ENTRE TANTO TE ESTABA INVENTANDO, DE NIIIIÑAAA AA MUUU-JEEEEEER!
En pleno apogeo de su concierto para nadie, alguien golpeó en la puerta con fuerza para interrumpirlo. «¿Quién demonios será ahora?», se preguntó el peliverde, suspirando con desdén justo antes de abrir la puerta. Nada más abrirla se topó de frente con el Recluta Stefan Meiers, un individuo bastante extraño dentro de la brigada, pero que era usado por la mayoría como el recadero oficial.
—Digamelón —le dijo al recluta, mientras le miraba a los ojos. Lo que quería estaba claro, nuevamente iban a necesitar de sus servicios en la isla. Muchas veces el peliverde pensaba que no había más marines que los miembros de la L-42, aunque eso no fuera cierto—. Muchas gracias, recluta. Tómese un refresco en la cantina a mi cuenta. Dígaselo a la cantinera.
Tras aquello, terminó de acicalarse, se puso la parte superior de sus ropajes, atándose el cinturó con sus espadas y se colocó sutilmente sobre los hombros su chaqueta de oficial, con las hombreras con flecos tan horteras.
Apenas tardó un par de minutos en llegar al despacho de la Capitana Montpellier. Una vez sobre la puerta, golpeó una vez y la abrió de golpe. Nada más hacerlo, la capitana se sobresaltó. ¿La razón? Estaba dormida, como de costumbre. Takahiro no entendía como podía dormir tanto y en circunstancias tan extrañas como las que hacía. A la madre de la gigantona no le importaban las formas, podía quedarse dormida de pie en la zona de entrenamientos, en el escritorio de su despacho o, simplemente, avisando por den den mushi desde mitad del cuartel. Le daba igual.
Takahiro se acercó al escritorio, poniéndose firme con las manos en la espalda.
—¿Qué desea, capitana? —le preguntó. Esa vez no iba a decirle que se encontraba en su día libre, ¿para qué? Total, la respuesta siempre era la misma: es tu deber como oficial de la marina. Escuchó atentamente sus palabras, de nuevo piratas en la isla—. ¿Qué si me cansan? La verdad es que sí. En su momento propuse hacer un cordón con barcos previstos de tanquetas de agua de mar para atacar a los barcos antes de que atracaran, pero no os gustó mi idea —le dijo, con cierta indignación. Para luego continuar escuchándola—. Lo intentaré, pero no le prometo nada —le dijo—. Si hay que elegir entre el mobiliario local y la vida de nuestros ciudadanos, ya sabes cual será mi elección —dicho aquello, hizo el saludo militar y se puso en marcha; aunque no sin antes girarse y mirar a la capitana—. Le recomiendo coger un cojín, seguro que es más cómodo que ese montón de papeles —bromeó Takahiro, sonriente. Y se marchó.
Revisó todo su inventario y puso rumbo hacia el muelle. Como quería acabar rápido con aquello, se apresuró en su marcha hasta tratar de llegar a su destino. Por el camino, como era costumbre, se encontró a varios de los pueblerinos que ya le conocía, a los que saludó sin pararse.
Una vez llegara al muelle, cruzando el cordón policial que había hecho buscaría a Phill, llegando a preguntar por él si no lo encontraba de primeras. Una vez diera con él le hablaría.
—Aquí el alférez Takahiro Kenshin —diría, saludándole—. Me envía la capitana Montpellier, ¿qué es lo que necesita? ¿Qué se ha salido de control para que requiráis de refuerzos? —preguntaría, sin andarse con tapujos.