Sones de una liberación lejana
Cualquiera diría que la libertad debe oler a flores, ¿no? Piénsalo. Libertad. Suena a frescura, a esperanza, a nuevos comienzos y final de tiempos sombríos. Al fin del hambre y el inicio de la bonanza. En el caso del Reino de Oykot huele un poco diferente. La parte de la esperanza, los nuevos comienzos y demás está más presente que nunca entre los lugareños, sobre todo entre los balleneros que, al fin, han visto cómo gracias al Ejército Revolucionario se hacía un poco de justicia en la isla. No obstante, lo que es el olor en sí recuerda más bien a agua estancada y depositada, humedad, sudor y trabajo, mucho trabajo.
Al margen de percepciones olfatorias, se podría decir que años de opresión y aprovechamiento de la buena voluntad de las clases más desfavorecidas han provocado que encontréis un nicho en el que asentaros. ¿Qué te voy a contar que no sepas? Estabas allí. La presa se fue al traste, se desvió el cauce que el agua normalmente seguiría y todo —o buena parte— fue a parar a la zona más rica y pudiente de la ciudad. Bien merecido se lo tenían, ¿no? No sé, yo no estaba —o sí—.
Sea como sea, agua pasada no mueve molino —me viene al pelo el refrán— y la vida sigue. Todos hablan de que el rey ha abdicado o va a abdicar, de que la reina va a dar con sus huesos en una sucia celda y de que Karina podría convertirse en la primera alcaldesa democrática de Oykot. Además, el proceso de reconstrucción de la taberna del puerto ya está en marcha —y de todos los desperfectos, pero la taberna ha sido especialmente importante para vosotros, que lo sé yo... Me lo ha dicho un pajarito—. Te han dicho que le van a cambiar el nombre y la van a rebautizar como "La Taberna del Largo". Un nombre curioso, ¿no? La Armada Revolucionaria va a hacer una generosa donación para que sea puesta en pie de nuevo, por cierto, aunque no te estoy diciendo nada que no sepas ya.
Una vez nos hemos situado, vamos con lo que estás haciendo en estos momentos. Suelta ese tablón y escúchame. Que sí, que lo sueltes un momento. No, pero ahí no, que le das al abuelo en la cabeza. Apóyalo en la viga con cuidado. Ahí. Eso es. Veamos, como sabes, además de contribuir económicamente, con el fin de que los lugareños terminen de percibiros como agentes de paz y cambio en el mundo, los mandamases de la Revolución os han ordenado que os dejéis ver en los procesos de reparación y reconstrucción de las zonas más dañadas. También os han dicho que, ya que estáis, os aseguréis de ir con el uniforme puesto y echar una mano en lo que se os requiera. Y eso has hecho tú, ponerte manos a la obra y colaborar con la nueva puesta en marcha de "La Taberna del Largo". Ahora coge el tablón y sigue trabajando, anda.
Habéis empezado bien temprano por la mañana, para qué nos vamos a engañar. El cansancio en las caras de quienes están en torno a ti solo se puede comparar a la esperanza y la ilusión que reflejan sus ojos. Familias que llevaban generaciones enfrentadas entre sí colaboran mano a mano para que Oykot vuelva a funcionar a toda máquina cuanto antes. Hombres, mujeres, ancianos y niños ponen de su parte, todos dentro de sus posibilidades, para que la comunidad salga reforzada de un momento tan crítico y a la par tan esperanzador en su historia. Nadie se queja. Todo el mundo se queda cinco minutos más para acabar algo. Así da gusto, ¿verdad?
Cuando no queda demasiado para que comience a atardecer, un hombre de unos treinta y cinco años con el que has estado sentando las bases para una de las paredes de la taberna te hace un gesto para que descanséis unos minutos. En caso de que decidas aceptar su ofrecimiento te apartará de la construcción y se sentará sobre una pila de ladrillos situada a unos diez metros de la obra.
—Esto avanza a pasos agigantados, ¿verdad? —dice para romper el hielo al tiempo entrecierra un poco los ojos y muestra una gran sonrisa—. Hay que ver que llevamos toda la tarde trabajando juntos y ni nos hemos presentado —se reprocha en voz alta—. Me llamo Alfred, Alfred Burdimau. No soy de aquí, pero todo el lío que habéis formado me pilló haciendo una pausa en mi viaje. Toda esta gente os está muy agradecida. Además, creo que habéis hecho muy bien con eso de venir a echar una mano. Hace ver que no sois solo soldados y que queréis algo más. Perdona, que hablo demasiado, ¿cómo te llamas? He visto que la gente te señala y te reconoce, pero no sé tu nombre.
Si te detienes a observarle un poco comprobarás que tiene unas facciones amables. Es lo que más destaca de su apariencia. Tiene el pelo castaño, corto y de punta. Además emplea unas pequeñas gafas redondas y lleva una camisa blanca lisa. Al menos solía ser blanca, porque después de tanto trabajo está lleno de restos de polvo y sudor.