Octojin
El terror blanco
01-11-2024, 09:33 PM
Mientras compartían aquel último trozo de carne, Octojin intentaba no pensar en la despedida inminente, pero era difícil. Miraba a Asradi con una calidez que no recordaba haber sentido nunca, y en esos momentos se sentía completamente en paz. Cada bocado, cada risa compartida, era como un ladrillo más en una muralla que estaba construyendo para no dejar que el dolor de la separación lo invadiera.
Pagó la cuenta, a pesar de la protesta de Asradi, y se rió ante su pequeña "reprimenda". Sabía que no iba a dejarlo ganar en ese aspecto tan fácilmente, y esa competitividad en su mirada le hizo sonreír, ya que era una parte que empezaba a conocer y que amaba profundamente. Se imaginaba en un futuro, riendo y discutiendo por quién pagaba, en una rutina que, por un segundo, le parecía tan real y alcanzable que le dolía profundamente.
Al salir de la taberna, el aire marino de la tarde los envolvió en una suave brisa, y Octojin la miró caminar a su lado, como si intentara grabar cada detalle de ese momento en su memoria. Caminaban en silencio, y en ese mutismo compartido, sentía que estaban comunicándose sin necesidad de palabras. Sabía que ambos estaban pensando en lo mismo, en la despedida que se acercaba implacable como las olas del mar.
Cuando ella le tironeó suavemente de la ropa, él sintió que el corazón le daba un vuelco. Sabía que iba a ser difícil, pero no estaba preparado para la ternura en su rostro, ni para las palabras que Asradi le susurró al oído. Al oír sus palabras, Octojin sintió que algo en su interior se rompía en mil pedazos. Por más que trató de mantener la compostura, sus ojos se llenaron de lágrimas y tuvo que abrazarla, buscando refugio en ella mientras luchaba por no perder el control.
Se tomó un momento en aquel abrazo para calmarse, tratando de memorizar el calor de su cuerpo, la sensación de sus brazos alrededor de ella, el sonido de su respiración. Las lágrimas que caían las disimulaba frotando su cara en su hombro, y cuando se separaron un poco, intentó sonreírle y no decir nada, de lo contrario dejaría su evidente voz quebrada.
Llegaron al muelle casi sin darse cuenta, y Octojin se dejó caer sobre el borde, dejando que sus pies colgaran sobre el agua mientras su trasero se apoyaba sobre la madera del final del camino, aquél que pretendía llevarte a un barco, sin embargo, no había ninguno allí. Ellos no lo necesitaban. Miraba el horizonte, tratando de ordenar las palabras que quería decir, pero le costaba; era difícil hablar cuando sentía el corazón tan pesado. Se llevó una mano al rostro, cubriéndose mientras decía algo, sin mirarla.
—Te quiero, Asradi… —Su voz era apenas un susurro, como si temiera que las palabras le hicieran daño— No hay nada en el mundo que desee más que verte feliz… y que sepas que estaré esperando siempre por ti.
Finalmente, giró un poco la cabeza, lo suficiente para captar el brillo de sus ojos. Le dolía mirarla, porque sabía que aquella mirada era la última en quién sabe cuánto tiempo. Era como si cada vez que intentaba mirarla, una punzada de tristeza lo obligara a apartar la vista. Se sentía tan vulnerable como pocas veces en su vida, y se esforzaba por no perder la compostura, aunque todo en su interior gritara por retenerla.
Asradi, con sus palabras y con su amor, le había dado una razón para ser alguien mejor, para seguir adelante y construir un futuro digno de ella. Le había mostrado que podía ser más que un guerrero solitario y que en el amor había fuerza, una fuerza inmensa que no había conocido hasta ahora. Le daba miedo perder esa conexión, pero también sabía que ella le había dejado algo eterno, algo que siempre le recordaría que había sido amado y que aún había alguien en el mundo que lo esperaba.
Cuando la brisa marina sopló una vez más, como si la misma naturaleza se hiciera eco de su dolor, Octojin suspiró y, en un último impulso, le dijo algo con el corazón en la mano.
—No tengo ninguna duda, Asradi… Volveremos a vernos, y todo será aún mejor de lo que es ahora. —Forzó una sonrisa, aunque le temblaran los labios—. Viviremos juntos y felices, lo prometo.
Entonces, el silencio cayó entre ellos. Se quedó mirando el agua, recordando sus palabras: que, cada vez que la extrañara, mirara al mar y escuchara las olas. Sabía que sería una promesa que cumpliría cada día; cada ola, cada susurro del océano le traería su voz y su recuerdo.
Pagó la cuenta, a pesar de la protesta de Asradi, y se rió ante su pequeña "reprimenda". Sabía que no iba a dejarlo ganar en ese aspecto tan fácilmente, y esa competitividad en su mirada le hizo sonreír, ya que era una parte que empezaba a conocer y que amaba profundamente. Se imaginaba en un futuro, riendo y discutiendo por quién pagaba, en una rutina que, por un segundo, le parecía tan real y alcanzable que le dolía profundamente.
Al salir de la taberna, el aire marino de la tarde los envolvió en una suave brisa, y Octojin la miró caminar a su lado, como si intentara grabar cada detalle de ese momento en su memoria. Caminaban en silencio, y en ese mutismo compartido, sentía que estaban comunicándose sin necesidad de palabras. Sabía que ambos estaban pensando en lo mismo, en la despedida que se acercaba implacable como las olas del mar.
Cuando ella le tironeó suavemente de la ropa, él sintió que el corazón le daba un vuelco. Sabía que iba a ser difícil, pero no estaba preparado para la ternura en su rostro, ni para las palabras que Asradi le susurró al oído. Al oír sus palabras, Octojin sintió que algo en su interior se rompía en mil pedazos. Por más que trató de mantener la compostura, sus ojos se llenaron de lágrimas y tuvo que abrazarla, buscando refugio en ella mientras luchaba por no perder el control.
Se tomó un momento en aquel abrazo para calmarse, tratando de memorizar el calor de su cuerpo, la sensación de sus brazos alrededor de ella, el sonido de su respiración. Las lágrimas que caían las disimulaba frotando su cara en su hombro, y cuando se separaron un poco, intentó sonreírle y no decir nada, de lo contrario dejaría su evidente voz quebrada.
Llegaron al muelle casi sin darse cuenta, y Octojin se dejó caer sobre el borde, dejando que sus pies colgaran sobre el agua mientras su trasero se apoyaba sobre la madera del final del camino, aquél que pretendía llevarte a un barco, sin embargo, no había ninguno allí. Ellos no lo necesitaban. Miraba el horizonte, tratando de ordenar las palabras que quería decir, pero le costaba; era difícil hablar cuando sentía el corazón tan pesado. Se llevó una mano al rostro, cubriéndose mientras decía algo, sin mirarla.
—Te quiero, Asradi… —Su voz era apenas un susurro, como si temiera que las palabras le hicieran daño— No hay nada en el mundo que desee más que verte feliz… y que sepas que estaré esperando siempre por ti.
Finalmente, giró un poco la cabeza, lo suficiente para captar el brillo de sus ojos. Le dolía mirarla, porque sabía que aquella mirada era la última en quién sabe cuánto tiempo. Era como si cada vez que intentaba mirarla, una punzada de tristeza lo obligara a apartar la vista. Se sentía tan vulnerable como pocas veces en su vida, y se esforzaba por no perder la compostura, aunque todo en su interior gritara por retenerla.
Asradi, con sus palabras y con su amor, le había dado una razón para ser alguien mejor, para seguir adelante y construir un futuro digno de ella. Le había mostrado que podía ser más que un guerrero solitario y que en el amor había fuerza, una fuerza inmensa que no había conocido hasta ahora. Le daba miedo perder esa conexión, pero también sabía que ella le había dejado algo eterno, algo que siempre le recordaría que había sido amado y que aún había alguien en el mundo que lo esperaba.
Cuando la brisa marina sopló una vez más, como si la misma naturaleza se hiciera eco de su dolor, Octojin suspiró y, en un último impulso, le dijo algo con el corazón en la mano.
—No tengo ninguna duda, Asradi… Volveremos a vernos, y todo será aún mejor de lo que es ahora. —Forzó una sonrisa, aunque le temblaran los labios—. Viviremos juntos y felices, lo prometo.
Entonces, el silencio cayó entre ellos. Se quedó mirando el agua, recordando sus palabras: que, cada vez que la extrañara, mirara al mar y escuchara las olas. Sabía que sería una promesa que cumpliría cada día; cada ola, cada susurro del océano le traería su voz y su recuerdo.