Atlas
Nowhere | Fénix
01-11-2024, 10:36 PM
En el interior de la caverna la batalla se recrudece. A vuestro alrededor, la escarcha ha trepado a toda velocidad aprovechándose de la humedad de la zona hasta formar un gélido tapiz que envuelve la gruta al completo. Si no fuese por lo peligroso del contexto sería hasta hermoso de admirar. Las estalactitas que penden del techo brillan como la puntiaguda barba de un ser de otro mundo, apuntando hacia vosotros y hacia ningún lugar al mismo tiempo. Impasibles. Inmóviles. Longevas hasta rozar lo eterno.
Sin embargo, el monstruo que tiene aterrorizados a los habitantes de Goza no tiene tiempo, ganas ni interés en que podáis reparar en ello. Sólo quiere morder, despedazar y convertiros en sus próximas víctimas. Ansía seguir siendo el superdepredador de su ecosistema. Una lástima que, visto cómo ha sido el transcurso del enfrentamiento hasta el momento, no vaya a poder ser. Las ofensivas lanzadas por la bestia hacia Octojin llegan a alcanzar su objetivo, pero al hacerlo encuentran una oposición firme, decidida y violenta. Tanto es así que en dos de los tres lances la potencia del gyojin es superior a la del monstruo y éste emite un agudo chillido de dolor.
En el momento en que Ray, después de esquivar hábilmente las acometidas del señor de la isla sin sufrir un rasguño, toma la iniciativa puede comprobar que el monstruo ya no actúa como antes. La fiereza de su mirada va desapareciendo, siendo sustituida por una suerte de paz que sólo puede ser la antesala de la muerte. Con sus últimas fuerzas, la criatura intenta bloquear tu poderoso ataque con uno de los golpes que previamente os había lanzado a todos. No obstante, apenas encuentras resistencia y casi puedes notar en el momento del impacto cómo sus músculos se destensan. Todo indica que estáis asistiendo al final del Terror de Goza. Bien, era vuestro objetivo, ¿no?
La potencia del golpe de Balagus no hace sino sentenciar —si no lo estaba ya— al misterioso ser abisal que se había apropiado del lugar. Los brazos del guerrero pesan y los percibe como dormidos, pero eso no le impide aferrar su arma con cuanta fuerza puede y hundirla en el cuerpo del enemigo en un movimiento horizontal rotatorio.
Entonces se hace el silencio. El Terror permanece erguido, aunque aquellos capaces de percibir lo que los sentidos no ven pueden distinguir a la perfección que ya no hay vida en ese cascarón vacío. Como un castillo de naipes al que se le sopla con dulzura, un leve tambaleo precede al colapso de la bestia hacia atrás. ¿Os acordáis de esa presencia, ese ser desconocido que parecía observarlo todo con cuidado y curiosidad desde el acceso al lugar? Bueno, pues me parece que vais a tener que posponer un poco el averiguar quién es o qué quiere. Conforme el cuerpo del Terror de Goza cae en la laguna una violenta y alta ola crece, arrastrándoos con ella y moviéndoos de vuestra posición. Justo en ese momento, antes de que el agua llegue a su ubicación, el tipo misterioso extrae una pequeña daga de la túnica que lleva y la clava en la pared o, mejor dicho, en la escarcha que la recubre.
La grieta se extiende por el hielo de las paredes y el techo, el cual se resquebraja y comienza a caer sobre vosotros como si de sólidos y pesados copos de nieve se tratase. Sin embargo, el problema viene detrás de ellos. Las estalactitas, que hasta el momento han resistido estoicamente todo lo que les ha caído encima, están hartas de aguantar en silencio y sin quejarse. Las constantes sacudidas producto de vuestros lances y los rugidos de la bestia habían conseguido debilitar sus bases y esto que acaba de ocurrir es la gota que colma el vaso. Comienzan a caer precipitadamente desde las alturas. Primero algunas sueltas, pero poco a poco va aumentando el número hasta casi convertirse en una auténtica lluvia de afilada roca que, justo después de que la ola cese, se cierne sobre vosotros.
El estruendo que nace de la roca al desprenderse no sólo viene de encima de vosotros, sino que se extiende por todo el camino que os ha llevado hasta la caverna y se pierde en la distancia. Sí, en dirección al acceso a las grutas. De hecho, cuando al fin os podéis detener para analizar la situación —si es que no estáis agujereados por las estalactitas— encontráis que el camino de vuelta parece estar completamente sellado por un derrumbe de proporciones considerables.
Además, diría que huele un poco raro, ¿no? La estalactitas no sólo han caído sobre vosotros, claro, sino que también lo han hecho sobre el cadáver del Terror de Goza, que flota panza arriba en medio de la laguna. La afilada roca ha conseguido abrir varios orificios en lo que debe ser su abdomen, de los que, además de un olor nauseabundo, escapa un gas azulado que promete ser de todo menos inocuo. Se va expandiendo lentamente por la zona, sin pausa pero sin prisa.
Sin embargo, el monstruo que tiene aterrorizados a los habitantes de Goza no tiene tiempo, ganas ni interés en que podáis reparar en ello. Sólo quiere morder, despedazar y convertiros en sus próximas víctimas. Ansía seguir siendo el superdepredador de su ecosistema. Una lástima que, visto cómo ha sido el transcurso del enfrentamiento hasta el momento, no vaya a poder ser. Las ofensivas lanzadas por la bestia hacia Octojin llegan a alcanzar su objetivo, pero al hacerlo encuentran una oposición firme, decidida y violenta. Tanto es así que en dos de los tres lances la potencia del gyojin es superior a la del monstruo y éste emite un agudo chillido de dolor.
En el momento en que Ray, después de esquivar hábilmente las acometidas del señor de la isla sin sufrir un rasguño, toma la iniciativa puede comprobar que el monstruo ya no actúa como antes. La fiereza de su mirada va desapareciendo, siendo sustituida por una suerte de paz que sólo puede ser la antesala de la muerte. Con sus últimas fuerzas, la criatura intenta bloquear tu poderoso ataque con uno de los golpes que previamente os había lanzado a todos. No obstante, apenas encuentras resistencia y casi puedes notar en el momento del impacto cómo sus músculos se destensan. Todo indica que estáis asistiendo al final del Terror de Goza. Bien, era vuestro objetivo, ¿no?
La potencia del golpe de Balagus no hace sino sentenciar —si no lo estaba ya— al misterioso ser abisal que se había apropiado del lugar. Los brazos del guerrero pesan y los percibe como dormidos, pero eso no le impide aferrar su arma con cuanta fuerza puede y hundirla en el cuerpo del enemigo en un movimiento horizontal rotatorio.
Entonces se hace el silencio. El Terror permanece erguido, aunque aquellos capaces de percibir lo que los sentidos no ven pueden distinguir a la perfección que ya no hay vida en ese cascarón vacío. Como un castillo de naipes al que se le sopla con dulzura, un leve tambaleo precede al colapso de la bestia hacia atrás. ¿Os acordáis de esa presencia, ese ser desconocido que parecía observarlo todo con cuidado y curiosidad desde el acceso al lugar? Bueno, pues me parece que vais a tener que posponer un poco el averiguar quién es o qué quiere. Conforme el cuerpo del Terror de Goza cae en la laguna una violenta y alta ola crece, arrastrándoos con ella y moviéndoos de vuestra posición. Justo en ese momento, antes de que el agua llegue a su ubicación, el tipo misterioso extrae una pequeña daga de la túnica que lleva y la clava en la pared o, mejor dicho, en la escarcha que la recubre.
La grieta se extiende por el hielo de las paredes y el techo, el cual se resquebraja y comienza a caer sobre vosotros como si de sólidos y pesados copos de nieve se tratase. Sin embargo, el problema viene detrás de ellos. Las estalactitas, que hasta el momento han resistido estoicamente todo lo que les ha caído encima, están hartas de aguantar en silencio y sin quejarse. Las constantes sacudidas producto de vuestros lances y los rugidos de la bestia habían conseguido debilitar sus bases y esto que acaba de ocurrir es la gota que colma el vaso. Comienzan a caer precipitadamente desde las alturas. Primero algunas sueltas, pero poco a poco va aumentando el número hasta casi convertirse en una auténtica lluvia de afilada roca que, justo después de que la ola cese, se cierne sobre vosotros.
El estruendo que nace de la roca al desprenderse no sólo viene de encima de vosotros, sino que se extiende por todo el camino que os ha llevado hasta la caverna y se pierde en la distancia. Sí, en dirección al acceso a las grutas. De hecho, cuando al fin os podéis detener para analizar la situación —si es que no estáis agujereados por las estalactitas— encontráis que el camino de vuelta parece estar completamente sellado por un derrumbe de proporciones considerables.
Además, diría que huele un poco raro, ¿no? La estalactitas no sólo han caído sobre vosotros, claro, sino que también lo han hecho sobre el cadáver del Terror de Goza, que flota panza arriba en medio de la laguna. La afilada roca ha conseguido abrir varios orificios en lo que debe ser su abdomen, de los que, además de un olor nauseabundo, escapa un gas azulado que promete ser de todo menos inocuo. Se va expandiendo lentamente por la zona, sin pausa pero sin prisa.