Asradi sabía que iba a ser duro, pero no pensó que tanto. Cuando Octojin reaccionó con los ojos llenos de lágrimas y abrazándola de aquella manera, la sirena sintió como también se le aguaban los ojos y le dolía el pecho de esa manera tan característica. Asradi no dudó en acoger, contra su menudo cuerpo, al tiburón. Notaba uno de sus hombros húmedos, producto de las lágrimas contrarias que se derramaban. Asradi se mordió el labio inferior, obligándose por no llorar delante de él, aguantándose y siendo ella el soporte en ese momento. No podía derrumbarse, debía ser fuerte por él. Por la promesa que le había hecho. Pero era terriblemente duro verle así, estar ambos en esa situación. Un suspiro quebrado brotó de los labios de la pelinegra, arrimando su mejilla al rostro contrario, cerrando los ojos y tan solo murmurando algunas palabras de consuelo, al igual que las suaves caricias que dirigía a la nuca de Octojin con una de sus manos. Si por ella fuese, nada de eso estaría sucediendo. No tendría porqué haber una despedida. Pero le quería tanto, tanto que no podía permitir el ponerle en peligro, mucho menos por algo por lo que el gyojin no tenía la culpa.
La sirena permaneció también así. No solo por el tiempo que Octojin necesitase, sino también por el que a ella le hacía falta. Porque no sabía cuando le volvería a ver, aunque haría todo lo posible para que fuese pronto o, al menos, para que ambos pudiesen tener noticias el uno del otro. El rostro de ella se medio refugió en el cuello contrario, cerrando los ojos y simplemente sintiendo. Sintiéndole a él, su cercanía, su respiración y su calor. El aroma natural de su cuerpo que tanto le gustaba y, sobre todo, su presencia con la que tan segura se sentía. Tan querida. Asradi inspiró aire y plagó de pequeños besos la mejilla contraria. No dijo nada en ese momento, no era necesario. Solo cuando Octojin fue capaz de separarse, Asradi le sonrió. Era una sonrisa suave pero quebrada, y la mirada que ella le dedicaba a él, aunque dulce, evidenciaba también el dolor que la fémina sentía. Elevó una mano solo para acariciar una de las mejillas del habitante del mar y, con ello, enjugarle alguna lágrima furtiva.
El camino continuó en silencio. No era algo incómodo, pero sí sentimental, porque ambos eran conscientes de que el tiempo que les quedaba juntos se iba acortando de manera inexorable. ¿Cómo podía consolarle? De hecho, ¿había consuelo para aquello? Sentía la punzada de la culpabilidad horadándole cada vez más y más. Podía recular en su decisión y, simplemente, quedarse con él. De repente se sentía terriblemente egoísta por eso y, al mismo tiempo, sentía que era necesario. No por hacerle daño, sino porque, ahora mismo era la única forma que ella conocía para cuidarle. Para mantenerle a salvo.
Cuando llegaron al muelle y el arrullo del mar les recibió, Asradi se quedó al lado de Octojin cuando éste se sentó en el borde. Fue la sirena quien se apoyó sobre su amplio hombro y tuvo que apretar los labios con tales palabras. Ni un solo sonido salió, inicialmente de ellos, pero no pudo evitar que un par de furtivas lágrimas se derramasen por sus mejillas. Había intentado contenerse todo lo posible, pero le dolía en demasía.
— Nos irá bien, somos más fuertes de lo que creemos. Tú sobre todo. — Hizo acopio de toda su entereza, limpiándose dichas lágrimas con una mano, para luego regalarle una sonrisa sincera y cálida, aunque no exenta de esa tristeza por la pronta separación. — Y, en cuanto menos lo esperemos, estaremos juntos de nuevo. Aunque nuestros caminos se separen ahora...
Tomó aire unos segundos, acariciando con extremo cariño el hombro contrario.
— … Nuestro destino es volver a encontrarnos. Y el océano está de testigo. — No importaba qué sucediese, cuánto tuviese que padecer. Haría todo lo posible para arreglar su situación y regresar al lado del gyojin al que quería.
El sonido de las gaviotas mientras sobrevolaban el puerto acompañaban al arrullo de las olas rompiendo también en las cercanías. Los ojos azules de ella se desviaron un momento y, durante un par de segundos, los cerró con dolor, antes de volver a abrirlos. Le tomó ambas mejillas con ambas manos y le miró directamente a los suyos, con todo el sentimiento que podía plasmar y entregar en ese momento.
— Nunca lo olvides. Lo eres todo para mi. — Murmuró en un tono intimo y confidencial, únicamente para él.
Acto seguido, fue un beso el que le dedicó. Uno suave, cargado de ese mismo sentimiento. Era algo agridulce que la sirena intentó alargar todo lo posible, saboreando los labios contrarios, empapándose de su aroma como algo que quería recordar cuando estuviese en sus peores momentos. Una lágrima volvió a escapársele y antes de que el nudo en su garganta amenazase con desatar el llanto que estaba aguantándose, se dejó caer al agua sin más. De espaldas, únicamente para poder mirarle a los ojos y, regalarle una esplendorosa sonrisa para que, al menos, el recuerdo fuese algo agradable.
Y se hundió en lo profundo, a toda la velocidad que su cola le permitía, sintiendo el constante retumbar de su corazón y el llanto que no pudo contener y del que solo el mar fue testigo en ese momento.
La sirena permaneció también así. No solo por el tiempo que Octojin necesitase, sino también por el que a ella le hacía falta. Porque no sabía cuando le volvería a ver, aunque haría todo lo posible para que fuese pronto o, al menos, para que ambos pudiesen tener noticias el uno del otro. El rostro de ella se medio refugió en el cuello contrario, cerrando los ojos y simplemente sintiendo. Sintiéndole a él, su cercanía, su respiración y su calor. El aroma natural de su cuerpo que tanto le gustaba y, sobre todo, su presencia con la que tan segura se sentía. Tan querida. Asradi inspiró aire y plagó de pequeños besos la mejilla contraria. No dijo nada en ese momento, no era necesario. Solo cuando Octojin fue capaz de separarse, Asradi le sonrió. Era una sonrisa suave pero quebrada, y la mirada que ella le dedicaba a él, aunque dulce, evidenciaba también el dolor que la fémina sentía. Elevó una mano solo para acariciar una de las mejillas del habitante del mar y, con ello, enjugarle alguna lágrima furtiva.
El camino continuó en silencio. No era algo incómodo, pero sí sentimental, porque ambos eran conscientes de que el tiempo que les quedaba juntos se iba acortando de manera inexorable. ¿Cómo podía consolarle? De hecho, ¿había consuelo para aquello? Sentía la punzada de la culpabilidad horadándole cada vez más y más. Podía recular en su decisión y, simplemente, quedarse con él. De repente se sentía terriblemente egoísta por eso y, al mismo tiempo, sentía que era necesario. No por hacerle daño, sino porque, ahora mismo era la única forma que ella conocía para cuidarle. Para mantenerle a salvo.
Cuando llegaron al muelle y el arrullo del mar les recibió, Asradi se quedó al lado de Octojin cuando éste se sentó en el borde. Fue la sirena quien se apoyó sobre su amplio hombro y tuvo que apretar los labios con tales palabras. Ni un solo sonido salió, inicialmente de ellos, pero no pudo evitar que un par de furtivas lágrimas se derramasen por sus mejillas. Había intentado contenerse todo lo posible, pero le dolía en demasía.
— Nos irá bien, somos más fuertes de lo que creemos. Tú sobre todo. — Hizo acopio de toda su entereza, limpiándose dichas lágrimas con una mano, para luego regalarle una sonrisa sincera y cálida, aunque no exenta de esa tristeza por la pronta separación. — Y, en cuanto menos lo esperemos, estaremos juntos de nuevo. Aunque nuestros caminos se separen ahora...
Tomó aire unos segundos, acariciando con extremo cariño el hombro contrario.
— … Nuestro destino es volver a encontrarnos. Y el océano está de testigo. — No importaba qué sucediese, cuánto tuviese que padecer. Haría todo lo posible para arreglar su situación y regresar al lado del gyojin al que quería.
El sonido de las gaviotas mientras sobrevolaban el puerto acompañaban al arrullo de las olas rompiendo también en las cercanías. Los ojos azules de ella se desviaron un momento y, durante un par de segundos, los cerró con dolor, antes de volver a abrirlos. Le tomó ambas mejillas con ambas manos y le miró directamente a los suyos, con todo el sentimiento que podía plasmar y entregar en ese momento.
— Nunca lo olvides. Lo eres todo para mi. — Murmuró en un tono intimo y confidencial, únicamente para él.
Acto seguido, fue un beso el que le dedicó. Uno suave, cargado de ese mismo sentimiento. Era algo agridulce que la sirena intentó alargar todo lo posible, saboreando los labios contrarios, empapándose de su aroma como algo que quería recordar cuando estuviese en sus peores momentos. Una lágrima volvió a escapársele y antes de que el nudo en su garganta amenazase con desatar el llanto que estaba aguantándose, se dejó caer al agua sin más. De espaldas, únicamente para poder mirarle a los ojos y, regalarle una esplendorosa sonrisa para que, al menos, el recuerdo fuese algo agradable.
Y se hundió en lo profundo, a toda la velocidad que su cola le permitía, sintiendo el constante retumbar de su corazón y el llanto que no pudo contener y del que solo el mar fue testigo en ese momento.