Ray
Kuroi Ya
04-11-2024, 12:59 AM
- Por supuesto. Nosotros nunca faltamos a nuestra palabra. - Responde, casi ofendido a juzgar por su tono de voz, el capitán pirata. Da la sensación de que no le ha hecho precisamente gracia que el revolucionario dude de él. La expresión de su rostro acompaña a su tono, dejando claro que esa última pregunta no ha sido de su agrado.
La selva es tremendamente frondosa, más que ningún otro bosque que el lunarian haya podido ver en el pasado. La vegetación crece sin control por todas partes, pues la mano del hombre no se deja ver en ese lugar recóndito que la civilización no ha alcanzado. El intrépido aventurero avanza con lentitud, pero consigue llegar sin demasiados inconvenientes hasta el punto donde percibe la presencia del claro, cambiando entonces la dirección de su marcha con el objetivo de llegar hasta él.
Según se va aproximando la luz se hace más intensa, pues es de los pocos lugares donde el astro rey consigue penetrar la espesa vegetación. Y cuando finalmente lo alcanza puede comprobar fácilmente que el contraste con el resto de la jungla es brutal. Los rayos del sol llegan hasta la hierba al no haber árboles que lo impidan, iluminando todo en los aproximadamente quince metros de diámetro que ocupa el claro.
Poco después de llegar puedes ver como un pequeño grupo de los pequeños primates que buscas aparece. Son cinco, de tamaños que oscilan entre los treinta y los cincuenta centímetros. Su pelaje es de un tono marrón claro, más claro en abdomen y rostro, y cada uno de ellos cuenta con dos cuernos enroscados similares a los de un carnero, aunque considerablemente más pequeños.
Dos de ellos pelean entre sí, embistiéndose repetidamente y chocando sus cornamentas en lo que parece más una especie de juego que una verdadera batalla. Los otros tres les observan y siguen sus movimientos de cerca, como si estuviesen tremendamente interesados en averiguar quién de los dos saldrá victorioso.
Es en ese momento cuando uno de ellos tropieza en su intento por evitar una cornada lanzada por su oponente, con tan mala suerte que en su pérdida de equilibrio queda totalmente a merced de este, que no parece reparar en lo sucedido hasta después del impacto. Este se produce finalmente entre la dura cornamenta y las costillas del simio que había tropezado. Se escucha un crujido estremecedor que probablemente implique que se ha producido más de una fractura costal.
De hecho, cuando ambos se separan, el mono herido cae al suelo, cubierto de sangre. Una herida, probablemente provocada por la colisión entre el cuerno de su rival desde el exterior y su propia costilla desde el interior, deja al descubierto un trozo de hueso. La sangre mana a borbotones.
Asustados, los otros cuatro monorámpagos se acercan a su congénere herido. Se mueven en torno a él como si no supieran bien qué hacer. Parece claro que no era ni mucho menos el objetivo de la pelea que ninguno de los contendientes acabase en ese estado, que no buscaban dañarse mutuamente.
Observas lo sucedido desde una distancia prudencial, pero la distracción de los primates tras lo que acaba de suceder te proporciona una ventana para acercarte a ellos. ¿Qué harás?
La selva es tremendamente frondosa, más que ningún otro bosque que el lunarian haya podido ver en el pasado. La vegetación crece sin control por todas partes, pues la mano del hombre no se deja ver en ese lugar recóndito que la civilización no ha alcanzado. El intrépido aventurero avanza con lentitud, pero consigue llegar sin demasiados inconvenientes hasta el punto donde percibe la presencia del claro, cambiando entonces la dirección de su marcha con el objetivo de llegar hasta él.
Según se va aproximando la luz se hace más intensa, pues es de los pocos lugares donde el astro rey consigue penetrar la espesa vegetación. Y cuando finalmente lo alcanza puede comprobar fácilmente que el contraste con el resto de la jungla es brutal. Los rayos del sol llegan hasta la hierba al no haber árboles que lo impidan, iluminando todo en los aproximadamente quince metros de diámetro que ocupa el claro.
Poco después de llegar puedes ver como un pequeño grupo de los pequeños primates que buscas aparece. Son cinco, de tamaños que oscilan entre los treinta y los cincuenta centímetros. Su pelaje es de un tono marrón claro, más claro en abdomen y rostro, y cada uno de ellos cuenta con dos cuernos enroscados similares a los de un carnero, aunque considerablemente más pequeños.
Dos de ellos pelean entre sí, embistiéndose repetidamente y chocando sus cornamentas en lo que parece más una especie de juego que una verdadera batalla. Los otros tres les observan y siguen sus movimientos de cerca, como si estuviesen tremendamente interesados en averiguar quién de los dos saldrá victorioso.
Es en ese momento cuando uno de ellos tropieza en su intento por evitar una cornada lanzada por su oponente, con tan mala suerte que en su pérdida de equilibrio queda totalmente a merced de este, que no parece reparar en lo sucedido hasta después del impacto. Este se produce finalmente entre la dura cornamenta y las costillas del simio que había tropezado. Se escucha un crujido estremecedor que probablemente implique que se ha producido más de una fractura costal.
De hecho, cuando ambos se separan, el mono herido cae al suelo, cubierto de sangre. Una herida, probablemente provocada por la colisión entre el cuerno de su rival desde el exterior y su propia costilla desde el interior, deja al descubierto un trozo de hueso. La sangre mana a borbotones.
Asustados, los otros cuatro monorámpagos se acercan a su congénere herido. Se mueven en torno a él como si no supieran bien qué hacer. Parece claro que no era ni mucho menos el objetivo de la pelea que ninguno de los contendientes acabase en ese estado, que no buscaban dañarse mutuamente.
Observas lo sucedido desde una distancia prudencial, pero la distracción de los primates tras lo que acaba de suceder te proporciona una ventana para acercarte a ellos. ¿Qué harás?