Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
04-11-2024, 10:23 AM
Camille podía entenderlo, pero también pensaba en la cohesión y organización de la Marina. Sí, tal vez como individuos pudieran flaquear y fuera necesario que supieran sobreponerse a sus peores momentos, pero a su vez actuaban como un organismo unificado: un montón de marines que trabajan juntos para formar un puño robusto que golpeara con firmeza a los enemigos de la justicia. No todo iba de héroes y leyendas, aunque tampoco podía negar que era lo que más podía escucharse a lo largo de los mares.
Aquel día en particular, los mandos les habían indicado que para el entrenamiento harían uso de las armas reglamentarias a las que se habían habituado varios ejercicios a lo largo de su instrucción. En el G-31 no se andaban con sutilezas y, después de todo, si bien los duelos de las pruebas no serían a muerte sí que se llevarían a cabo con armas reales. Serían combates en toda regla, salvo porque los oficiales se asegurarían de que nadie acabase muerto. Aun así, nada les aseguraba que salieran ilesos o que no pudiera suceder un accidente.
La oni no tardó demasiado en llegar hasta la armería, lugar en el que se topó con una corta fila en la que estaban varios de sus compañeros y marines ya graduados. Los últimos probablemente fueran a salir de patrullaje.
—Mira quién está por aquí —saludó Jell al verla, ante lo que Camille sonrió levemente y devolvió el saludo con un asentimiento—. ¿Mentalizada para los ejercicios de hoy?
—Como nunca —aseguró ella, avanzando poco a poco hasta llegar al mostrador de los responsables. No tuvo siquiera que indicar cuál era su espada: todos sabían que la más grande.
En cuanto las dos personas que había tras el mostrador dejaron reposar su odachi sobre la madera de este, Camille se apresuró a tomarla con una mano y la sopesó un poco. Era mucho más pesada que las armas de madera que utilizaban durante los entrenamientos, incluso siendo la suya de unas proporciones exageradas que tuvieron que tallarse expresamente para ella. Aun así, había aprendido a sentirse cómoda con esas proporciones y peso. A decir verdad, dada su excepcional fuerza, tampoco es que le supusiera mucho esfuerzo portarla, menos aún cuando la blandía con ambas manos.
Aquel día en particular, los mandos les habían indicado que para el entrenamiento harían uso de las armas reglamentarias a las que se habían habituado varios ejercicios a lo largo de su instrucción. En el G-31 no se andaban con sutilezas y, después de todo, si bien los duelos de las pruebas no serían a muerte sí que se llevarían a cabo con armas reales. Serían combates en toda regla, salvo porque los oficiales se asegurarían de que nadie acabase muerto. Aun así, nada les aseguraba que salieran ilesos o que no pudiera suceder un accidente.
La oni no tardó demasiado en llegar hasta la armería, lugar en el que se topó con una corta fila en la que estaban varios de sus compañeros y marines ya graduados. Los últimos probablemente fueran a salir de patrullaje.
—Mira quién está por aquí —saludó Jell al verla, ante lo que Camille sonrió levemente y devolvió el saludo con un asentimiento—. ¿Mentalizada para los ejercicios de hoy?
—Como nunca —aseguró ella, avanzando poco a poco hasta llegar al mostrador de los responsables. No tuvo siquiera que indicar cuál era su espada: todos sabían que la más grande.
En cuanto las dos personas que había tras el mostrador dejaron reposar su odachi sobre la madera de este, Camille se apresuró a tomarla con una mano y la sopesó un poco. Era mucho más pesada que las armas de madera que utilizaban durante los entrenamientos, incluso siendo la suya de unas proporciones exageradas que tuvieron que tallarse expresamente para ella. Aun así, había aprendido a sentirse cómoda con esas proporciones y peso. A decir verdad, dada su excepcional fuerza, tampoco es que le supusiera mucho esfuerzo portarla, menos aún cuando la blandía con ambas manos.