Galhard
Gal
04-11-2024, 03:01 PM
Galhard observó cómo la luz de las antorchas se reflejaba en el mar, dándole un brillo dorado y ondulante. Los ecos de risas y conversaciones envolvían la escena, pero en ese momento, sentía que todo se había ralentizado un poco, como si el tiempo se hubiera detenido solo para ellos. A lo lejos, la música subía y bajaba en ritmo, una melodía alegre que contrastaba con la marea tranquila que lamía suavemente la orilla.
Inspiró profundamente, dejando que el aire salado se mezclara con el aroma especiado del vino que acababan de beber. Miró de reojo las figuras danzantes, la gente que había encontrado motivos para celebrar y olvidarse, aunque fuera por un momento, de las incertidumbres del mundo exterior. Ese tipo de momentos eran raros y preciosos, y Galhard sentía un extraño y renovado agradecimiento por estar ahí para presenciarlos.
Levantó la vista hacia el cielo, donde las estrellas comenzaban a brillar con más intensidad. El rumor de las olas y el calor de la arena bajo sus pies le daban una sensación de pertenencia que, de alguna manera, le resultaba inesperada pero bienvenida. Giró la cabeza y, por un instante, sus pensamientos lo llevaron de vuelta a la misión, a las veces en que las noches eran momentos de alerta y no de descanso. Sin embargo, esta era una de esas noches diferentes, una en la que podía recordar que, incluso siendo parte de la Marina, también era un hombre, alguien que podía permitirse un momento de paz.
Bajó la mirada y dejó que sus ojos se posaran en los detalles del lugar: las mesas con restos de comida, los barriles de bebida, las pequeñas velas parpadeantes que iluminaban los rincones. La vida en la isla Kilombo tenía su propio ritmo, uno que, aunque estaba lleno de desafíos y peligros, también se prestaba para estos instantes de conexión y disfrute.
Con una sonrisa más amplia y relajada, Galhard miró a los demás marines y a la gente del pueblo, algunos de los cuales lo saludaban levantando sus copas en un gesto amistoso. Respondió con un asentimiento y alzó su copa vacía, recordando que, en ocasiones como esta, no importaban los rangos ni las alianzas, solo el hecho de compartir el mismo espacio, el mismo momento.
Sintiendo una chispa de curiosidad, se inclinó hacia adelante y comentó, con un tono que buscaba romper cualquier pensamiento serio que pudiera haber quedado en el aire:
—¿Te imaginas cómo recordaremos esta noche dentro de unos meses? No como un evento destacado en un informe, sino como una de esas historias que cuentas cuando la nostalgia aprieta.—
Dejó la pregunta abierta, no esperando necesariamente una respuesta, sino más bien una reflexión compartida, un preámbulo para que la noche continuara fluyendo de manera natural, sin presiones ni expectativas. Era una invitación a dejar que la magia de la noche siguiera su curso, con la promesa de que, en ese espacio, todos eran libres de ser ellos mismos.
Inspiró profundamente, dejando que el aire salado se mezclara con el aroma especiado del vino que acababan de beber. Miró de reojo las figuras danzantes, la gente que había encontrado motivos para celebrar y olvidarse, aunque fuera por un momento, de las incertidumbres del mundo exterior. Ese tipo de momentos eran raros y preciosos, y Galhard sentía un extraño y renovado agradecimiento por estar ahí para presenciarlos.
Levantó la vista hacia el cielo, donde las estrellas comenzaban a brillar con más intensidad. El rumor de las olas y el calor de la arena bajo sus pies le daban una sensación de pertenencia que, de alguna manera, le resultaba inesperada pero bienvenida. Giró la cabeza y, por un instante, sus pensamientos lo llevaron de vuelta a la misión, a las veces en que las noches eran momentos de alerta y no de descanso. Sin embargo, esta era una de esas noches diferentes, una en la que podía recordar que, incluso siendo parte de la Marina, también era un hombre, alguien que podía permitirse un momento de paz.
Bajó la mirada y dejó que sus ojos se posaran en los detalles del lugar: las mesas con restos de comida, los barriles de bebida, las pequeñas velas parpadeantes que iluminaban los rincones. La vida en la isla Kilombo tenía su propio ritmo, uno que, aunque estaba lleno de desafíos y peligros, también se prestaba para estos instantes de conexión y disfrute.
Con una sonrisa más amplia y relajada, Galhard miró a los demás marines y a la gente del pueblo, algunos de los cuales lo saludaban levantando sus copas en un gesto amistoso. Respondió con un asentimiento y alzó su copa vacía, recordando que, en ocasiones como esta, no importaban los rangos ni las alianzas, solo el hecho de compartir el mismo espacio, el mismo momento.
Sintiendo una chispa de curiosidad, se inclinó hacia adelante y comentó, con un tono que buscaba romper cualquier pensamiento serio que pudiera haber quedado en el aire:
—¿Te imaginas cómo recordaremos esta noche dentro de unos meses? No como un evento destacado en un informe, sino como una de esas historias que cuentas cuando la nostalgia aprieta.—
Dejó la pregunta abierta, no esperando necesariamente una respuesta, sino más bien una reflexión compartida, un preámbulo para que la noche continuara fluyendo de manera natural, sin presiones ni expectativas. Era una invitación a dejar que la magia de la noche siguiera su curso, con la promesa de que, en ese espacio, todos eran libres de ser ellos mismos.