Alistair
Mochuelo
04-11-2024, 08:35 PM
Júbilo, cánticos y celebraciones por donde sea que los sentidos pudieran abarcar. La liberación de Oykot, aunque cargaba consigo una destructividad bastante mas elevada de lo que cualquiera hubiera podido predecir -y además de lo que cualquiera hubiese deseado, o podido controlar-, dio lugar a un evento que el pueblo había estado pidiendo con cada puñado de aire en sus pulmones, a gritos completamente opacados por el opresivo martillo de la nobleza que se encargaba de dar más a quienes ya tenían, y encadenar a la tierra a quienes vivían de su día a día. Un acto vil que el propio Alistair rechazaba, pero que si hubiese tenido la oportunidad de escoger, hubiera preferido resolver de la forma mas pacífica posible. Si tan solo los oídos del rey y la reina sirviesen para algo más que para decorar sus rostros... No era ajeno al concepto de una liberación por choque, y que si se requería usar contundencia para resolver la situación para quienes lo merecían, así se haría.
La ligereza que Alistair sintió en su corazón al ver al pueblo de Oykot regocijarse fue inevitable. Por fin eran libres. Libres de hacer lo que quisieran. Libres de tener una vida digna. Libres de contarle a sus hijos que, ese mismo día, podían aspirar a ser más que simples aradores de tierra porque ahora más que nunca, cada ciudadano de Oykot compartía el mismo valor con su vecino, y con quienes habitaban en los distritos mas pudientes. Que además todo acabase con la menor cantidad de bajas había sido un regalo del cielo que nadie le haría la vista gorda; los hijos aún tendrían padres y madres para que les contasen historias a la hora de ir a dormir. Un pensamiento que le permitía dormir a las noches, cuando los tambores de guerra se apagaran y los gritos de guerra fuesen arrastrados por el viento, mas allá de donde sus ecos pudiesen ser escuchados.
Arrastrados a un tiempo sordo a la violencia en el que, esperaba, no tuviesen que haber revueltas para poder dar de comer a sus familias.
Pero el capítulo de Oykot aún no estaba cerrado, ni por asomo. Aún quedaba la etapa de la sanación, de restaurar todas las edificaciones que el conflicto se había llevado consigo, y de restaurar todos los vínculos rotos que el pueblo había tenido que separar a pulso con el fin de liberarse de sus cadenas. Una etapa que, dentro de todo, llevaba un ritmo excelente por la persistencia de todos los voluntarios a construir edificios desde sus cimientos y darles nuevos nombres, un simbolismo a empezar una nueva época y una nueva vida.
Por centrarse en esta tarea fue que el emplumado revolucionario tuvo que contener sus ganas de hacer cierto... algo que le tuvo esperando por... ¡No muchos días, de hecho! Siquiera llegaba a los dos dígitos la cantidad de tiempo que estuvo esperando reunirse con esa persona, una mujer bastante especial con quien conectó increíblemente rápido a un nivel profundo, una persona que compartía sus pesares y sus temores por coincidencia, pero que por elección había pasado a ser una persona increíblemente importante en su vida. Como si fuese de su propia familia, la chica de cabellos negros era un alma por quien estaría presente incondicionalmente, poniendo sudor y sangre en juego si la situación lo demandaba de él. Incluso entre su benevolencia cotidiana hacia los demás, la chica tenía un lugar especial.
No fue fácil conseguir el número del Den Den Mushi ajeno. Tuvo que buscar y rebuscar entre las personas de la Armada Revolucionaria por contactos directos e indirectos que, de formas que no serían ni cortas ni fáciles de explicar, le pudieran no solo suministrar el contacto de llamada sino también validar la identidad de esa persona para preparar esa sorpresa tan especial y ridículamente específica -la de favores que había quedado debiendo después de esto...-. Quedaría fatal si soltaba alguna línea en referencia a su encuentro pasado y acababa siendo alguien completamente diferente, ¿o no? Pero resultaba que si era ella.
La sirena, Asradi, que parecía haber llegado a donde habían hablado. A las filas de las personas que luchaban por un cambio, a la Armada Revolucionaria.
Una llamada entraría al molusco comunicador de la chica, en inicio no morfando su apariencia a la del Lunarian para guardar la sorpresa hasta la primera palabra -sabía cómo funcionaban, así que se había puesto en un punto ciego del molusco donde solo encararía hacia el amanecer y una parte de su silueta-. Cuando ella contestase, unos ínfimos segundos de silencio rodearían la comunicación; se le había hecho un nudo en la garganta de la anticipación, pues era particularmente vulnerable en su emocionalmente activo corazón. Reunirse nuevamente con una amiga así de cercana no era cosa de todos los días, ni para menos.
— Te lo he dicho, ¿o no? Que hay gente dispuesta a pelear a capa y espada por los demás, para cambiar el mundo para bien. — Acompañó con su emblemática carcajada y colocarse finalmente frente al Den Den para que el de la sirena modificara su apariencia a la del Lunarian, tal que pudiera entender perfectamente de quién se trataba.
Alistair nisiquiera le daría tiempo a contestarle, proponiendo inmediatamente después. — Te estaré esperando en la playa noreste de Oykot, tenemos muchas cosas de las cuales hablar y... ¡También te debo esa sesión de práctica con estos pequeños! — Comentó, dirigiendo su mirada hacia el pequeño molusco mediante el cual se comunicaba; sabía que Asradi no le podía ver los ojos ahora, pero ella entendería a lo que se refería. Después de todo, era un tema el cual habían propuesto en medio de su conversación pasada. Una idea que salió de una tontería, y cual burbuja empezó a crecer hasta que se volvió inevitable la idea de enseñarles cómo modificar uno de los moluscos para que ganara la utilidad de los conocidos Den Den Mushis.
Conocía pocos lugares mejores que una playa para reencontrarse, algo temático a juego con sus reuniones pasadas.
Esperó un momento en caso de que ella quisiese decir algo y colgaría la llamada poco después, a lo cual le daría un pequeño bocado a su propio Den Den y lo regresaría a su almacenamiento personal -una forma glamorosa de referirse a un bolsillo que ocupaba exclusivamente para el molusco, pero tenía unas tantas ideas para mejorarlo-.
Y permanecería con los pies sobre la arena, observando a la infinidad del océano extendiéndose mas allá del horizonte, sonriente. Ya quedaba poco para que hablasen largo y tendido.
La ligereza que Alistair sintió en su corazón al ver al pueblo de Oykot regocijarse fue inevitable. Por fin eran libres. Libres de hacer lo que quisieran. Libres de tener una vida digna. Libres de contarle a sus hijos que, ese mismo día, podían aspirar a ser más que simples aradores de tierra porque ahora más que nunca, cada ciudadano de Oykot compartía el mismo valor con su vecino, y con quienes habitaban en los distritos mas pudientes. Que además todo acabase con la menor cantidad de bajas había sido un regalo del cielo que nadie le haría la vista gorda; los hijos aún tendrían padres y madres para que les contasen historias a la hora de ir a dormir. Un pensamiento que le permitía dormir a las noches, cuando los tambores de guerra se apagaran y los gritos de guerra fuesen arrastrados por el viento, mas allá de donde sus ecos pudiesen ser escuchados.
Arrastrados a un tiempo sordo a la violencia en el que, esperaba, no tuviesen que haber revueltas para poder dar de comer a sus familias.
Pero el capítulo de Oykot aún no estaba cerrado, ni por asomo. Aún quedaba la etapa de la sanación, de restaurar todas las edificaciones que el conflicto se había llevado consigo, y de restaurar todos los vínculos rotos que el pueblo había tenido que separar a pulso con el fin de liberarse de sus cadenas. Una etapa que, dentro de todo, llevaba un ritmo excelente por la persistencia de todos los voluntarios a construir edificios desde sus cimientos y darles nuevos nombres, un simbolismo a empezar una nueva época y una nueva vida.
Por centrarse en esta tarea fue que el emplumado revolucionario tuvo que contener sus ganas de hacer cierto... algo que le tuvo esperando por... ¡No muchos días, de hecho! Siquiera llegaba a los dos dígitos la cantidad de tiempo que estuvo esperando reunirse con esa persona, una mujer bastante especial con quien conectó increíblemente rápido a un nivel profundo, una persona que compartía sus pesares y sus temores por coincidencia, pero que por elección había pasado a ser una persona increíblemente importante en su vida. Como si fuese de su propia familia, la chica de cabellos negros era un alma por quien estaría presente incondicionalmente, poniendo sudor y sangre en juego si la situación lo demandaba de él. Incluso entre su benevolencia cotidiana hacia los demás, la chica tenía un lugar especial.
No fue fácil conseguir el número del Den Den Mushi ajeno. Tuvo que buscar y rebuscar entre las personas de la Armada Revolucionaria por contactos directos e indirectos que, de formas que no serían ni cortas ni fáciles de explicar, le pudieran no solo suministrar el contacto de llamada sino también validar la identidad de esa persona para preparar esa sorpresa tan especial y ridículamente específica -la de favores que había quedado debiendo después de esto...-. Quedaría fatal si soltaba alguna línea en referencia a su encuentro pasado y acababa siendo alguien completamente diferente, ¿o no? Pero resultaba que si era ella.
La sirena, Asradi, que parecía haber llegado a donde habían hablado. A las filas de las personas que luchaban por un cambio, a la Armada Revolucionaria.
Una llamada entraría al molusco comunicador de la chica, en inicio no morfando su apariencia a la del Lunarian para guardar la sorpresa hasta la primera palabra -sabía cómo funcionaban, así que se había puesto en un punto ciego del molusco donde solo encararía hacia el amanecer y una parte de su silueta-. Cuando ella contestase, unos ínfimos segundos de silencio rodearían la comunicación; se le había hecho un nudo en la garganta de la anticipación, pues era particularmente vulnerable en su emocionalmente activo corazón. Reunirse nuevamente con una amiga así de cercana no era cosa de todos los días, ni para menos.
— Te lo he dicho, ¿o no? Que hay gente dispuesta a pelear a capa y espada por los demás, para cambiar el mundo para bien. — Acompañó con su emblemática carcajada y colocarse finalmente frente al Den Den para que el de la sirena modificara su apariencia a la del Lunarian, tal que pudiera entender perfectamente de quién se trataba.
Alistair nisiquiera le daría tiempo a contestarle, proponiendo inmediatamente después. — Te estaré esperando en la playa noreste de Oykot, tenemos muchas cosas de las cuales hablar y... ¡También te debo esa sesión de práctica con estos pequeños! — Comentó, dirigiendo su mirada hacia el pequeño molusco mediante el cual se comunicaba; sabía que Asradi no le podía ver los ojos ahora, pero ella entendería a lo que se refería. Después de todo, era un tema el cual habían propuesto en medio de su conversación pasada. Una idea que salió de una tontería, y cual burbuja empezó a crecer hasta que se volvió inevitable la idea de enseñarles cómo modificar uno de los moluscos para que ganara la utilidad de los conocidos Den Den Mushis.
Conocía pocos lugares mejores que una playa para reencontrarse, algo temático a juego con sus reuniones pasadas.
Esperó un momento en caso de que ella quisiese decir algo y colgaría la llamada poco después, a lo cual le daría un pequeño bocado a su propio Den Den y lo regresaría a su almacenamiento personal -una forma glamorosa de referirse a un bolsillo que ocupaba exclusivamente para el molusco, pero tenía unas tantas ideas para mejorarlo-.
Y permanecería con los pies sobre la arena, observando a la infinidad del océano extendiéndose mas allá del horizonte, sonriente. Ya quedaba poco para que hablasen largo y tendido.