Airgid Vanaidiam
Metalhead
05-11-2024, 02:15 AM
El par de revolucionarios irrumpieron en la escena como dos elefantes entrando en una cacharrería. Creando estruendo, caos y confusión, pillando de alguna manera, desprevidos a aquellos pobres desgraciados que aguardaban en el interior del edificio, y eso que les habían oído hablar. Pero daba igual, cualquier estrategia que pudieran tener preparada había quedado para el arrastre debido a lo inesperado y errático que era cada movimiento de ambos compañeros. El insurgente que les había recibido en la entrada, rápidamente quedó desarmado y apalizado gracias a las potentes e inusuales armas de Entrañas, nada más y nada menos que una farola y un remo, ambos gigantes. ¿Qué tipo de loco era él exactamente? Era como si cada detalle nuevo que Airgid conociera de él, fuera más especial y único, invitándola a seguir curioseando en sus entrañas. Sonaba asqueroso, pero increíble también, seguro que ahí podría descubrir muchos secretos.
Su enmascarado compadre le avisó de que no les pegara demasiado fuerte, al fin y al cabo tenían que convencerles, a las buenas, de convertirse a la Causa. La bendita Causa. La mujer, aún levitando en el aire gracias a sus poderes eléctricos, le guiñó un ojo con el encanto de una pícara a punto de robarle el bolso a alguna despistada. — Tranqui, si soy inofensiva. — Comentó de forma irónica, con una sonrisa. Estaba a punto de proceder a subir las escaleras, volando, lista para inutilizar las armas de los ratoncillos que les estaban esperando arriba, cuando Entrañas decidió que era mejor idea que ellos mismos bajaran de su escondite. Reventó la madera de la torre, que ya de por si era bastante débil, consiguiendo que los desdichados cayeran de culo a la planta baja.
Airgid soltó una risilla, divertida por la situación. Pero Entrañas tenía razón, aunque el combate se le diera de fábula y se lo pasara bomba peleando, tenían que convencerles de que la revolución era una causa justa... digna. Pero antes... — ¡Sa'cabó! — Gritó, elevando ambos brazos en la dirección de los caídos, atrayendo hacia ella las armas que todos portaban. Una espada, un par de martillos, una pistola... incluso se llevó sin querer el piercing del obligo de uno de ellos, lo cual le dolió un pelín, pero nada demasiado grave. Obviamente todos se quejaron, no solo por el golpe, sino por quedar prácticamente desnudos frente al poderío de ambos revolucionarios.
— ¡Vamos a ver! ¿Por qué dais por culo a nuestra Causa? ¿No habéis visto que hemos liberao Oykot? — La rubia pocas veces hablaba en un tono de voz normal, siempre solía gritar o elevar la voz más de lo común, además de su peculiar manera de recortar algunas palabras. Daba la impresión de estar cabreada, aunque muchas veces no era así. Pero imponía bastante, igualmente. Uno de ellos, con camiseta roñosa, cuerpo delgado y media melena negra fue el primero en hablar. — ¡No era vuestra "causa", sino nuestra! — La mujer arqueó la ceja derecha, acomodando en su cinturón y su espalda las nuevas armas que les había robado. — ¿¡Qué más da eso, cojone!? ¿No véis que el resultado es el mismo? ¡Ya no hay reyes! ¡Viva la democracia! — Se encogió de hombros, genuinamente convencida de que con aquella pequeña charla se solucionaría todo. Pero en el fondo, podía llegar a entender el sentimiento de aquel hombre, era pura impotencia, pensar que no has podido conseguir nada por ti mismo, que has tenido que depender de la presencia de unos desconocidos para lograr un objetivo que llevabas tiempo buscando. Un tío diferente fue el siguiente en hablar, mientras los demás se ponían en pie, dispuestos a dar algo más de guerra, él se quedó sentado en el suelo. — Tios, ¿no los conocéis? Esa loca se enfrentó al puto general del castillo, y el otro le prendió fuego a medio barrio... no vais a poder con ellos. — Vaya, parecía que su reputación les precedía.
Su enmascarado compadre le avisó de que no les pegara demasiado fuerte, al fin y al cabo tenían que convencerles, a las buenas, de convertirse a la Causa. La bendita Causa. La mujer, aún levitando en el aire gracias a sus poderes eléctricos, le guiñó un ojo con el encanto de una pícara a punto de robarle el bolso a alguna despistada. — Tranqui, si soy inofensiva. — Comentó de forma irónica, con una sonrisa. Estaba a punto de proceder a subir las escaleras, volando, lista para inutilizar las armas de los ratoncillos que les estaban esperando arriba, cuando Entrañas decidió que era mejor idea que ellos mismos bajaran de su escondite. Reventó la madera de la torre, que ya de por si era bastante débil, consiguiendo que los desdichados cayeran de culo a la planta baja.
Airgid soltó una risilla, divertida por la situación. Pero Entrañas tenía razón, aunque el combate se le diera de fábula y se lo pasara bomba peleando, tenían que convencerles de que la revolución era una causa justa... digna. Pero antes... — ¡Sa'cabó! — Gritó, elevando ambos brazos en la dirección de los caídos, atrayendo hacia ella las armas que todos portaban. Una espada, un par de martillos, una pistola... incluso se llevó sin querer el piercing del obligo de uno de ellos, lo cual le dolió un pelín, pero nada demasiado grave. Obviamente todos se quejaron, no solo por el golpe, sino por quedar prácticamente desnudos frente al poderío de ambos revolucionarios.
— ¡Vamos a ver! ¿Por qué dais por culo a nuestra Causa? ¿No habéis visto que hemos liberao Oykot? — La rubia pocas veces hablaba en un tono de voz normal, siempre solía gritar o elevar la voz más de lo común, además de su peculiar manera de recortar algunas palabras. Daba la impresión de estar cabreada, aunque muchas veces no era así. Pero imponía bastante, igualmente. Uno de ellos, con camiseta roñosa, cuerpo delgado y media melena negra fue el primero en hablar. — ¡No era vuestra "causa", sino nuestra! — La mujer arqueó la ceja derecha, acomodando en su cinturón y su espalda las nuevas armas que les había robado. — ¿¡Qué más da eso, cojone!? ¿No véis que el resultado es el mismo? ¡Ya no hay reyes! ¡Viva la democracia! — Se encogió de hombros, genuinamente convencida de que con aquella pequeña charla se solucionaría todo. Pero en el fondo, podía llegar a entender el sentimiento de aquel hombre, era pura impotencia, pensar que no has podido conseguir nada por ti mismo, que has tenido que depender de la presencia de unos desconocidos para lograr un objetivo que llevabas tiempo buscando. Un tío diferente fue el siguiente en hablar, mientras los demás se ponían en pie, dispuestos a dar algo más de guerra, él se quedó sentado en el suelo. — Tios, ¿no los conocéis? Esa loca se enfrentó al puto general del castillo, y el otro le prendió fuego a medio barrio... no vais a poder con ellos. — Vaya, parecía que su reputación les precedía.