Shy
"Shy"
05-11-2024, 03:08 AM
Genial, pensó Shy. Capullos a diestra y siniestra. Y no me refiero a mis dos compañeros.
Yoshiro e Illyasbabel charlaban alegremente como si no hubiera ningún tipo de gravedad en la empresa que acometían. ¡Pobres desgraciados! Pronto desaparecerían las sonrisas. O tal vez las envidiase. En cualquier caso, ya se había dicho que no iba a permitir que su ánimo fuera tan fúnebre como de costumbre. Iba a ser constructivo, a pesar de aquella noche terrible que había pasado y del arrepentimiento por sus actos menos decentes. Asintió sin mucha ceremonia a algunas de las preguntas que lanzaban al aire el dúo. Ciertamente, el navegante era un requisito fundamental para que todo aquel entramado que estaban planeando pudiera despegar.
Un tipo de aspecto altivo les pasó de largo. El capullo en cuestión. Además, espadachín. Shy les tenía una cierta tirria -que de algún modo no se extendía a Illyasbabel-. Los veía como lo que eran: tan asesinos como él, pero dándoselas de honorables por el sencillo hecho de usar una hoja alargada de acero en lugar de mancharse las manos o resolver las cosas desde una distancia. Le asombraba que hubiera tanto cretino pretencioso que pensase que era mejor que nadie por usar un acero largo en lugar de uno corto. Porque apuñalar a alguien con una daga era inadmisible, pero hacer lo mismo con una espada era sinónimo de gloria y de habilidad como duelista. ¿Tenía que ver con el tamaño? Siempre había oído que el tamaño importaba, pero no creía que se refiriera a eso.
Shy se mantuvo, como de costumbre, impertérrito al paso de aquel tipo, que no le intimidaba en lo más mínimo. Ni le interesaba. Tenía pintas de dárselas de importante y aquello era perjudicial para el organigrama corporativo que empezaba a trazar en su mente. Menos tipos destacables. Necesitaba a tipos grises capaces de obedecer una orden y hacer exclusivamente el trabajo que se les indicaba. Vamos, ojalá se equivocase y resultase tener el carácter de un criador de labradores y perros de carácter igualmente afable, pero, como de costumbre, lo mejor era fiarse de las máximas de la experiencia.
Por otra parte, la anciana le produjo el efecto contrario. Shy sentía una simpatía infinita por las octogenarias de aspecto afable. Compartían el gusto por el punto, la costura y el té caliente. Y eran de lo más tolerantes con su talante agrio y su dificultada para mantener una conversación. Dio varias opciones. No quería contradecir a la anciana, pero todas le parecían opciones terribles. Blackhole, con aquel nombre tan negro, sería un escollo para la organización tan grave como lo podía ser el niñato de la espada -de hecho, se preguntó si no serían la misma persona-, pues un hombre de trato difícil y enorme agresividad desafiaría cualquier autoridad central y las órdenes que se le dieran. Era una idea espantosa.
El tal Volken Slayer -además de tener un apodo que no dejó de parecerle jodidamente estúpido- le repelió por el sencillo hecho de que se codeara con los Blackmore. ¿La flor y nata de los Blues? ¡Ja! Rufianes con mucho dinero, eso es lo que son. Pisotean lo que quieren escudándose en ese impenetrable manto de Berries que les cubre. Que se le considerase prometedor era otro punto negativo: en cuanto considerase que el gremio le es innecesario, les daría la espalda, o peor: usaría lo que supiera de la organización en su contra. No. Necesitaban a gente que estuviera en horas bajas, que les necesitasen tanto como el gremio los necesitaba a ellos. Viejas glorias, aspirantes con más derrotas que victorias a sus espaldas, hombres rotos, seguidores natos. Eso era lo que necesitaban.
Lo que le llevaba a los Smith. Tenían un perfil mucho más razonable que el de los otros dos candidatos; no obstante, Shy tenía razones personales para no querer ir a reclutarles. No había un lugar peor en el mundo que un casino, ya lo sabía. Demasiado ruido, demasiada luz, demasiada gente y todo lo que ya sabía que sucedía en los salones de juegos. Bueno, podía evitarlo. Shy asintió a lo último que dijo Yoshiro.
-Vamos al casino -accedió, con gesto satisfecho.
Aquella expresión que había mostrado era de lo más falsa. Tenía más ganas de apuñalarse los ojos con sus agujas que de entrar en un casino, pero tenía que asegurarse de que aquello salía bien. Necesitaban ser diligentes en el reclutamiento y estar atentos a cualquier desventaja que pudieran plantear aquellos candidatos. Y Shy solo podía fiarse de sí mismo para aquella labor.
Yoshiro e Illyasbabel charlaban alegremente como si no hubiera ningún tipo de gravedad en la empresa que acometían. ¡Pobres desgraciados! Pronto desaparecerían las sonrisas. O tal vez las envidiase. En cualquier caso, ya se había dicho que no iba a permitir que su ánimo fuera tan fúnebre como de costumbre. Iba a ser constructivo, a pesar de aquella noche terrible que había pasado y del arrepentimiento por sus actos menos decentes. Asintió sin mucha ceremonia a algunas de las preguntas que lanzaban al aire el dúo. Ciertamente, el navegante era un requisito fundamental para que todo aquel entramado que estaban planeando pudiera despegar.
Un tipo de aspecto altivo les pasó de largo. El capullo en cuestión. Además, espadachín. Shy les tenía una cierta tirria -que de algún modo no se extendía a Illyasbabel-. Los veía como lo que eran: tan asesinos como él, pero dándoselas de honorables por el sencillo hecho de usar una hoja alargada de acero en lugar de mancharse las manos o resolver las cosas desde una distancia. Le asombraba que hubiera tanto cretino pretencioso que pensase que era mejor que nadie por usar un acero largo en lugar de uno corto. Porque apuñalar a alguien con una daga era inadmisible, pero hacer lo mismo con una espada era sinónimo de gloria y de habilidad como duelista. ¿Tenía que ver con el tamaño? Siempre había oído que el tamaño importaba, pero no creía que se refiriera a eso.
Shy se mantuvo, como de costumbre, impertérrito al paso de aquel tipo, que no le intimidaba en lo más mínimo. Ni le interesaba. Tenía pintas de dárselas de importante y aquello era perjudicial para el organigrama corporativo que empezaba a trazar en su mente. Menos tipos destacables. Necesitaba a tipos grises capaces de obedecer una orden y hacer exclusivamente el trabajo que se les indicaba. Vamos, ojalá se equivocase y resultase tener el carácter de un criador de labradores y perros de carácter igualmente afable, pero, como de costumbre, lo mejor era fiarse de las máximas de la experiencia.
Por otra parte, la anciana le produjo el efecto contrario. Shy sentía una simpatía infinita por las octogenarias de aspecto afable. Compartían el gusto por el punto, la costura y el té caliente. Y eran de lo más tolerantes con su talante agrio y su dificultada para mantener una conversación. Dio varias opciones. No quería contradecir a la anciana, pero todas le parecían opciones terribles. Blackhole, con aquel nombre tan negro, sería un escollo para la organización tan grave como lo podía ser el niñato de la espada -de hecho, se preguntó si no serían la misma persona-, pues un hombre de trato difícil y enorme agresividad desafiaría cualquier autoridad central y las órdenes que se le dieran. Era una idea espantosa.
El tal Volken Slayer -además de tener un apodo que no dejó de parecerle jodidamente estúpido- le repelió por el sencillo hecho de que se codeara con los Blackmore. ¿La flor y nata de los Blues? ¡Ja! Rufianes con mucho dinero, eso es lo que son. Pisotean lo que quieren escudándose en ese impenetrable manto de Berries que les cubre. Que se le considerase prometedor era otro punto negativo: en cuanto considerase que el gremio le es innecesario, les daría la espalda, o peor: usaría lo que supiera de la organización en su contra. No. Necesitaban a gente que estuviera en horas bajas, que les necesitasen tanto como el gremio los necesitaba a ellos. Viejas glorias, aspirantes con más derrotas que victorias a sus espaldas, hombres rotos, seguidores natos. Eso era lo que necesitaban.
Lo que le llevaba a los Smith. Tenían un perfil mucho más razonable que el de los otros dos candidatos; no obstante, Shy tenía razones personales para no querer ir a reclutarles. No había un lugar peor en el mundo que un casino, ya lo sabía. Demasiado ruido, demasiada luz, demasiada gente y todo lo que ya sabía que sucedía en los salones de juegos. Bueno, podía evitarlo. Shy asintió a lo último que dijo Yoshiro.
-Vamos al casino -accedió, con gesto satisfecho.
Aquella expresión que había mostrado era de lo más falsa. Tenía más ganas de apuñalarse los ojos con sus agujas que de entrar en un casino, pero tenía que asegurarse de que aquello salía bien. Necesitaban ser diligentes en el reclutamiento y estar atentos a cualquier desventaja que pudieran plantear aquellos candidatos. Y Shy solo podía fiarse de sí mismo para aquella labor.