Gavyn Peregrino
Rose/Ícaro
05-11-2024, 03:38 AM
(Última modificación: 05-11-2024, 03:40 AM por Gavyn Peregrino.)
“Interludio: Los Dignos de mi Verano”
Día 23 del año 718. Primavera.
No era la primera vez que escapaba, había recorrido el East Blue entero a la corta edad de 6 años, dicho así suena increíble, falso, tonto ¿Cómo un niño de 6 años puede recorrer el mar? Lo cierto es que… Es una larga historia, lo suficientemente larga como para no “tocarla”, no abordarla en algo tan simple como un interludio ¿Sabes? Pero puede resumirse de forma relativamente fácil, bueno, tan fácil como es resumir una cuarta parte de la vida de alguien, especialmente cuando ese alguien es la misma persona que está relatando o escribiendo, lo que sea, este registro. La realidad de los niños es muy diferente a la de los adultos, obviamente, los niños ven todo a través de ojos llenos de centelleos de asombro, calidez, inocencia y, principalmente, inexperiencia, al menos la mayoría, ya que muchos tienen la mala fortuna de nacer en lugares peligrosos, de bajos recursos, con menos oportunidades, y eso significa que la desconfianza es un factor bastante común.
Eso es lo que me llevó hasta ese punto, el punto de quiebre, el primer escape de mi vida.
Abordé, como polizón, naturalmente, un barco mercante que salía desde el infierno que me vio nacer, es decir, Loguetown, hacia la isla más lejana y remota que fui capaz de localizar en un mapa del East Blue: Isla de Dawn. Y la cuestión es ¿Porqué Isla de Dawn? Mi respuesta siempre fue ¿Y porqué no? Pero la verdad es que era, realmente, la isla más opuesta al lugar que me vio nacer y sufrir cada día, en cada casa, en cada nueva familia, con cada una de sus nuevas reglas y estilo, su búsqueda de cambiarme, de cambiar lo que era en esencia porque nunca fui, ni seré, capaz de encajar, de adaptarme completamente a los otros. Ser huérfano te hace eso, en ocasiones, bueno, al menos a mí ¿Me justifico? Si ¿Dejaré de hacerlo a corto o largo plazo? No, no lo sé. Pero si calma la conciencia de las personas decir que la gente cambia.
Dejé escapar un resoplido, notando que no había nada de vaho, el East Blue es realmente peculiar, te envuelve en una calidez hermosa, tan hermosa que se vuelve sofocante para quienes no apreciamos demasiado el calor, o quienes ya no lo apreciamos. Loguetown, Isla de Dawn, no tienen eso en común, la primera siempre fue fría, distante, un lugar al cual no regresaría, no siento apego, no siento nada más que rencor; Isla de Dawn fue lo contrario, dejarlo requirió todo lo que hay en mí y más. Isla de Dawn era… Era la cristalización de las memorias que encarnan una hermosa y sempiterna primavera, donde el aroma de las flores, de los Iris Amarillos, siempre estará presente, incluso si las flores se han ido, incluso si quien las plantaba, quien las cuidaba, quien las regaba, dejó de existir por completo en el plano terrenal, sin duda aun vive en el plano mental. Era el olor de la comida casera; el ruido de los muebles y las cosas moviéndose de aquí hacia allá; la música que se derrama, meliflua, por los rincones de una casita pintada de colores preciosos; el sonido de las agujas de tejer y la lana rozándose.
Clac, clac. Clac, clac.
La primavera es hermosa, pero es solo el interludio para el verano. Un verano abrasador, caluroso, sofocante, que provoca picazón, que provoca quemazón. Es una temporada en la que los incendios, especialmente en las casas llenas de plantas secas, son un accidente habitual, solo sucede, bueno, no solo “Sucede” implica un “Triángulo de Fuego”, algo que había estudiado hace tiempo, pero que me viene a la memoria fácilmente: Calor, combustible y oxígeno. Mi casa de la infancia era hermosa, igual que las plantas que la decoraban, que se adherían a ella con un vigor del que nunca creí, en ese entonces, que fuese capaz algo tan simple y aburrido como una planta, pero ese vigor requiere de cuidado, sin cuidado las plantas se marchitan, sin cuidado son fáciles de incendiar.
Sabía lo que quería Iris antes de tan siquiera leer esa carta, no necesitaba hacerlo, pero quería, quería grabar a fuego en mis retinas los dobleces, las curvas, los ribetes agregados, los dibujos divertidos, quería escuchar su voz en mi cabeza, aunque fuese una última vez mientras mis ojos bebían de la carta como quien bebe el último sorbo del agua de un oasis en el desierto. Era lo último que me quedaba de ella, porque sabía de su última voluntad, Iris no quería que me quedara en la casa…
“...Gavyn, no quiero que te quedes en la casa, nuestra casa llena de recuerdos, ahora habitada por el fantasma del amor y el cariño, por mi fantasma; sé que el egoísmo de mis hijos crecerá al saber que heredarán una parte de la casa; sé que no te quedarás, mi dulce y precioso pajarito de fuego. Soy consciente de que eres un alma quebrada, rota, emparchada, sé lo que mi muerte va a hacerte, sé que no quieres recordar constantemente cada momento, cada planta que plantamos juntos, cada comida que preparamos entre los dos, cada punto al tejer y coser que te enseñé, cada pluma que has cambiado, que te has arrancado, que se te ha caído, cada atrapasueños que hice con ellas.
Miento, sé que quieres recordar todo eso, todo y más, así como quieres recordar cómo poco a poco mi memoria se desvanece, lo sé, sé de dónde vengo y hacia dónde me dirijo Gavyn. Por eso te pido que no te quedes, recuérdame como lo que fui al principio y no al final, quédate con eso que te hizo feliz y que lo seguirá haciendo, que te hizo sonreír. No te estanques en el pasado, no hará más que sujetarte con cadenas que se sentirán imposibles de romper.
No te estanques.
Avanza. Avanza mi pequeño pajarito de fuego, de rojo carmesí, sé que lo harás, quizás vayas hacia adelante en muchas ocasiones y avances en otras, sabrás la diferencia, te harán notar la diferencia. Ábrete paso como siempre lo has hecho, recoge tus cosas, abre tus alas, teje y cose el tapiz de tu vida, no intentes seguir tejiendo el de la mía, ya sabes que no puedes.
Quémala, Gavyn, desde el techo hasta los cimientos, para recordarla como fue en esos momentos de primavera y verano, los más hermosos que he vivido, pero sin duda no los más hermosos que vivirás. Encuentra aquello que te hace feliz, no te cierres a eso ¡Ja! Tan sencillo de decir ¿No? Pero has el intento. Algún día llegará alguien que derribará esos muros que tienes alrededor de tu corazón, y cuando ese amor regrese a ti, debes hacer todo lo posible para luchar por él…”
Exhalé un suspiro, leyendo nuevamente esta parte de la carta. Suena tan sencillo, Iris, tan sencillo cuando lo escribes, cuando lo dices, pero soy una criatura de hábitos, y los hábitos eventualmente se vuelven inconscientes, difíciles de romper, automáticos. Bajé la carta, doblándola delicadamente, antes de regresarla a su sobre.
Ah, pero sin duda puedo cumplir su última voluntad, puedo y lo hice. Las llamas todo lo lamieron, todo lo consumieron. Pero no mis recuerdos, no lo que resguardo en mi memoria, eso es algo que guardaré, que guardo bajo llave, con cerrojo, como un tesoro solo para los “dignos”.
Miré por la ventana del barco que se dirigía hacia la siguiente isla ¿Cuál? Esta vez no tenía idea, no había plan, no había destino, simplemente quería escapar, encerrarme, acurrucarme... Pero, aunque sea, tenía que ir hacia adelante.
Día 23 del año 718. Primavera.
No era la primera vez que escapaba, había recorrido el East Blue entero a la corta edad de 6 años, dicho así suena increíble, falso, tonto ¿Cómo un niño de 6 años puede recorrer el mar? Lo cierto es que… Es una larga historia, lo suficientemente larga como para no “tocarla”, no abordarla en algo tan simple como un interludio ¿Sabes? Pero puede resumirse de forma relativamente fácil, bueno, tan fácil como es resumir una cuarta parte de la vida de alguien, especialmente cuando ese alguien es la misma persona que está relatando o escribiendo, lo que sea, este registro. La realidad de los niños es muy diferente a la de los adultos, obviamente, los niños ven todo a través de ojos llenos de centelleos de asombro, calidez, inocencia y, principalmente, inexperiencia, al menos la mayoría, ya que muchos tienen la mala fortuna de nacer en lugares peligrosos, de bajos recursos, con menos oportunidades, y eso significa que la desconfianza es un factor bastante común.
Eso es lo que me llevó hasta ese punto, el punto de quiebre, el primer escape de mi vida.
Abordé, como polizón, naturalmente, un barco mercante que salía desde el infierno que me vio nacer, es decir, Loguetown, hacia la isla más lejana y remota que fui capaz de localizar en un mapa del East Blue: Isla de Dawn. Y la cuestión es ¿Porqué Isla de Dawn? Mi respuesta siempre fue ¿Y porqué no? Pero la verdad es que era, realmente, la isla más opuesta al lugar que me vio nacer y sufrir cada día, en cada casa, en cada nueva familia, con cada una de sus nuevas reglas y estilo, su búsqueda de cambiarme, de cambiar lo que era en esencia porque nunca fui, ni seré, capaz de encajar, de adaptarme completamente a los otros. Ser huérfano te hace eso, en ocasiones, bueno, al menos a mí ¿Me justifico? Si ¿Dejaré de hacerlo a corto o largo plazo? No, no lo sé. Pero si calma la conciencia de las personas decir que la gente cambia.
Dejé escapar un resoplido, notando que no había nada de vaho, el East Blue es realmente peculiar, te envuelve en una calidez hermosa, tan hermosa que se vuelve sofocante para quienes no apreciamos demasiado el calor, o quienes ya no lo apreciamos. Loguetown, Isla de Dawn, no tienen eso en común, la primera siempre fue fría, distante, un lugar al cual no regresaría, no siento apego, no siento nada más que rencor; Isla de Dawn fue lo contrario, dejarlo requirió todo lo que hay en mí y más. Isla de Dawn era… Era la cristalización de las memorias que encarnan una hermosa y sempiterna primavera, donde el aroma de las flores, de los Iris Amarillos, siempre estará presente, incluso si las flores se han ido, incluso si quien las plantaba, quien las cuidaba, quien las regaba, dejó de existir por completo en el plano terrenal, sin duda aun vive en el plano mental. Era el olor de la comida casera; el ruido de los muebles y las cosas moviéndose de aquí hacia allá; la música que se derrama, meliflua, por los rincones de una casita pintada de colores preciosos; el sonido de las agujas de tejer y la lana rozándose.
Clac, clac. Clac, clac.
La primavera es hermosa, pero es solo el interludio para el verano. Un verano abrasador, caluroso, sofocante, que provoca picazón, que provoca quemazón. Es una temporada en la que los incendios, especialmente en las casas llenas de plantas secas, son un accidente habitual, solo sucede, bueno, no solo “Sucede” implica un “Triángulo de Fuego”, algo que había estudiado hace tiempo, pero que me viene a la memoria fácilmente: Calor, combustible y oxígeno. Mi casa de la infancia era hermosa, igual que las plantas que la decoraban, que se adherían a ella con un vigor del que nunca creí, en ese entonces, que fuese capaz algo tan simple y aburrido como una planta, pero ese vigor requiere de cuidado, sin cuidado las plantas se marchitan, sin cuidado son fáciles de incendiar.
Sabía lo que quería Iris antes de tan siquiera leer esa carta, no necesitaba hacerlo, pero quería, quería grabar a fuego en mis retinas los dobleces, las curvas, los ribetes agregados, los dibujos divertidos, quería escuchar su voz en mi cabeza, aunque fuese una última vez mientras mis ojos bebían de la carta como quien bebe el último sorbo del agua de un oasis en el desierto. Era lo último que me quedaba de ella, porque sabía de su última voluntad, Iris no quería que me quedara en la casa…
“...Gavyn, no quiero que te quedes en la casa, nuestra casa llena de recuerdos, ahora habitada por el fantasma del amor y el cariño, por mi fantasma; sé que el egoísmo de mis hijos crecerá al saber que heredarán una parte de la casa; sé que no te quedarás, mi dulce y precioso pajarito de fuego. Soy consciente de que eres un alma quebrada, rota, emparchada, sé lo que mi muerte va a hacerte, sé que no quieres recordar constantemente cada momento, cada planta que plantamos juntos, cada comida que preparamos entre los dos, cada punto al tejer y coser que te enseñé, cada pluma que has cambiado, que te has arrancado, que se te ha caído, cada atrapasueños que hice con ellas.
Miento, sé que quieres recordar todo eso, todo y más, así como quieres recordar cómo poco a poco mi memoria se desvanece, lo sé, sé de dónde vengo y hacia dónde me dirijo Gavyn. Por eso te pido que no te quedes, recuérdame como lo que fui al principio y no al final, quédate con eso que te hizo feliz y que lo seguirá haciendo, que te hizo sonreír. No te estanques en el pasado, no hará más que sujetarte con cadenas que se sentirán imposibles de romper.
No te estanques.
Avanza. Avanza mi pequeño pajarito de fuego, de rojo carmesí, sé que lo harás, quizás vayas hacia adelante en muchas ocasiones y avances en otras, sabrás la diferencia, te harán notar la diferencia. Ábrete paso como siempre lo has hecho, recoge tus cosas, abre tus alas, teje y cose el tapiz de tu vida, no intentes seguir tejiendo el de la mía, ya sabes que no puedes.
Quémala, Gavyn, desde el techo hasta los cimientos, para recordarla como fue en esos momentos de primavera y verano, los más hermosos que he vivido, pero sin duda no los más hermosos que vivirás. Encuentra aquello que te hace feliz, no te cierres a eso ¡Ja! Tan sencillo de decir ¿No? Pero has el intento. Algún día llegará alguien que derribará esos muros que tienes alrededor de tu corazón, y cuando ese amor regrese a ti, debes hacer todo lo posible para luchar por él…”
Exhalé un suspiro, leyendo nuevamente esta parte de la carta. Suena tan sencillo, Iris, tan sencillo cuando lo escribes, cuando lo dices, pero soy una criatura de hábitos, y los hábitos eventualmente se vuelven inconscientes, difíciles de romper, automáticos. Bajé la carta, doblándola delicadamente, antes de regresarla a su sobre.
Ah, pero sin duda puedo cumplir su última voluntad, puedo y lo hice. Las llamas todo lo lamieron, todo lo consumieron. Pero no mis recuerdos, no lo que resguardo en mi memoria, eso es algo que guardaré, que guardo bajo llave, con cerrojo, como un tesoro solo para los “dignos”.
Miré por la ventana del barco que se dirigía hacia la siguiente isla ¿Cuál? Esta vez no tenía idea, no había plan, no había destino, simplemente quería escapar, encerrarme, acurrucarme... Pero, aunque sea, tenía que ir hacia adelante.