— Mi cabeza... — Ese fue el primer lamento que salió de entre los labios de Asradi según se iba espabilando. ¿En qué momento se había quedado dormida?
Por inercia, la pelinegra se llevó una mano a la frente cuando se irguió. Se había quedado, literalmente, dormida sobre la barra del bar. Eso en primera instancia, porque luego de beberse medio océano entero de alcohol, había ido despertándose, cantando, bebiendo, durmiéndose, despertándose de nuevo hasta que, finalmente, se había quedado totalmente KO en algún rincón del suelo de aquella taberna. ¿Cuánto había bebido? No, mejor no quería ni saberlo. Pero podía imaginarlo por la tremenda resaca que, ahora mismo, se cargaba encima.
— ¿Airgid? ¿Ragn? — Llamó cuando, tras notar un espeso silencio, miró a su alrededor y no vió a nadie más en ese lugar. Que raro. Juraría que había estado con ellos y con los demás, celebrando y bebiendo tras lo sucedido con los balleneros.
Asradi hizo una mueca leve de dolor. Sentía que la cabeza le iba a reventar en cualquier momento. Pero había algo en ese lugar que le arrancaba un escalofrío y no sabía decir el porqué. Sí contempló los alimentos, así como el resto de bebidas que yacían sobre la barra. Rápidamente negó con la cabeza. No, se había acabado el alcohol para ella durante, al menos, un par de días. Cuando se irguió sobre su propia cola, trastabilló al principio, antes de tomar aire y tratar de reconocer el terreno.
— . . . — Entornó los ojos un par de veces. — ¿Dónde estoy? — Masculló. No estaba segura de si reconocía esa taberna o no, después de tanto alcohol en sangre que se había metido por banda. La comida era tentadora, sí, pero estaba lo suficientemente incómoda en ese lugar, por algún motivo, que desechó cualquier idea de probar un simple bocado. Aunque estaba hambrienta, sobre todo después de haber bebido tanto. La fruta la detestaba, así que la descartó de inmediato. Solo se metió un puñado de cacahuetes pelados en la boca y poco más. Pero estaba en guardia, aún así.
No podía evitarlo.
Toda su vida había tenido que estarlo y, por algún motivo, no le gustaba ese sitio. Se fue hacia las puertas, comprobando que estaban cerradas a cal y canto, para su desgracia. ¿Qué diantres era ese lugar? ¿La habían encerrado? ¿Dónde estaban los demás? Asradi comenzó a sentir que el corazón se le aceleraba casi en anticipación por no saber qué era lo que estaba pasando. Recorrió el establecimiento de lado a lado, encontrándose con ventanas y puertas cerradas. Comenzaba a agobiarse, las cosas como eran.
Al menos hasta que un foco de luz la abstrajo un par de segundos. Era luz natural que salía de una ventana que estaba sobre la puerta trasera de la taberna. Estaba bastante alta pero... Quizás pudiese alcanzarla. Lo intentó con un par de saltos de su cola.
Nope, así casi que no.
Fue en ese momento que escuchó algo. Ruidos. Pasos acercándose. Y al mirar, de refilón, en otra de las ventanas, no tardó en ver a un grupo de tipos que se detuvieron ante la puerta. La espalda de Asradi se envaró al escuchar sonidos de llaves y, por inercia, retrocedió lo que vendrían siendo unos cuantos pasos. ¿Qué hacer? Miró de nuevo a su alrededor. La ventana estaba todavía bastante alta, tendría que arrastrar una mesa hasta allí para poder alcanzarla, e incluso, tener que poner una silla encima. Con el consabido ruido que haría.
Eso, seguramente, alertaría a los de fuera. No, esperaría. Tratando de ser lo más silenciosa posible, buscó algún lugar dónde esconderse. Y lo encontró tras un montón de barriles y cajas de provisiones que había en una esquina del lugar. Se acurrucó tras todo el material y contra la esquina de la pared, en el más completo de los silencios. Si tenía suerte, podría aguantar ahí y tratar de descubrir quien era esa gente y porqué ella estaba sola en ese lugar.
Y, si la fortuna le sonreía, quizás aprovechar el escapar, si no la veían, en cuanto abriesen la puerta y se descuidasen.