Teruyoshi
Teru
05-11-2024, 11:24 PM
La ofensiva de Teruyoshi transcurrió a la perfección. Había conseguido atrapar al vuelo al primer tigre por la cabeza, deteniendo en seco tanto su ataque como su trayectoria, dándole al mink la oportunidad para golpearlo como había planeado. El tigre salió despedido por los aires, dándole a Teruyoshi el margen necesario para maniobrar contra el siguiente, por lo que, cuando la bestia quiso hincarle el diente al mink, se topó de frente con la zurda de Teruyoshi. La bestia estaba malherida, pero aún así, el mink no se contuvo y aplastó a su enemigo con suma rapidez antes de volver hacia el primero, al cual, tras recortar la distancia que los separaba, no dudó en atosigar con dos golpes que volvieron a alcanzar la bestia que se encontraba levantándose de entre los restos del carromato completamente destrozado… el cual Teruyoshi pensaba decir que estaba así.
- Vamos, da lo mejor de ti - pensó eufórico el mink cuando vio el irrefrenable instinto de lucha que mostraba el tigre. Sin duda, estaba dejando el orgullo felino con el listón bien alto, así que Teruyoshi solo podía corresponder aquel alarde de gallardía con el suyo propio, afrontando aquel último ataque a la desesperada de frente.
El mink tenía el pelaje erizado por la emoción, las pupilas como dos pozos negros, fijas y ansiosas sobre su presa, sin perderse ni un ápice de los movimientos de la bestia, mientras su haki relucía como símbolo de poder, cubriendo sus brazos con ese tono metálico aún más oscuro que su pelaje, al mismo tiempo que tensaba cada músculo de su ser. Todo él estaba preparado para recibir la ofensa de su enemigo… y entonces llegó el gatillazo, causando que todo aquello se viniera abajo.
Cuando la bestia se encontraba a medio camino, fue interceptada por un borrón blanco, quitándole su momento de clímax. Teruyoshi iba a tener que reñir a Sunōfurēku por aquello, ya que el mink pensó que se trataba de él. Estaba feo meterse en una pelea ajena de esa manera, especialmente cuando el enemigo ya estaba derrotado… o al menos esa era la idea hasta que escuchó un ruido a sus espaldas, el cual provenía del verdadero Sunōfurēku.
- ¿¡Pero qué cojones!? - se sorprendió el mink cuando vio un tigre de la misma raza que su querido amigo.
Teruyoshi no sabía cómo afrontar aquel nuevo giro. El mink estaba cansado por la pelea con las otras dos bestias, pero eso no era impedimento para seguir luchando un rato más. El mink no temía ni a esta bestia ni a ninguna otra, pero cabía la posibilidad de que se tratara de la mamá de Sunōfurēku y no quería que su amiguito se quedara sin ella. Podía traumarlo y estaría feo.
- Trrranquila… - dijo en tono suave mientras relajaba la postura para que no lo sintiera como un peligro inminente, aunque sin desactivar el haki al ser consciente de la gran envergadura de la bestia. El tigre recién llegado era toda una obra de arte de la naturaleza. Precioso y letal. El mink no sabía muy bien cómo actuar. Aún tenía la cabeza a mil por la pelea a medias y no se sentía capaz de pensar con claridad. Pedía tranquilidad, pero en realidad la necesitaba él.
Un simple roce fue lo que lo cambió todo. Sunōfurēku apareció como el angelito que era y calmó el embravecido ambiente con solo su presencia despreocupada y amistosa. La gran bestia, a pesar de seguir mostrando algo de recelo, se tranquilizó y el aura que transmitía pasó a ser otra. Teruyoshi se quedó allí pasmado viendo a la pareja tan feliz, recordando por un segundo a su propia familia perdida. Él mismo solía corretear alrededor de su madre cuando no era más que una bola de pelo que apenas sabía ronronear, por lo que conmovido por aquella escena dejó a un lado el nerviosismo que le transmitía la enorme bestia y disfrutó de aquel encuentro felino hasta que sintió la mirada del gran tigresa blanca. Tras la escena Teruyoshi ya no tenía dudas de que era la madre de Sunōfurēku, la cual tras comprobar que su cría estaba bien se quedó fija en el mink.
Teruyoshi no sabía muy bien qué quería el gran felino. Aún podía notar parte de la ansiedad que transmitían algunos de sus movimientos y no tenía muy claro qué esperaba de él. El mink se acercó con paso tranquilo pero firme a la pareja, con intención de dejarse oler por la madre de Sunōfurēku y que terminara de tranquilizarse. Si mostraba una actitud serena, quizás lograría que ella también se relajara. Teruyoshi sabía lo importante que eran los olores para estos, por lo que dejó que se restregasen contra él para mezclar rastros. Si todo iba bien se limitaría a disfrutar un rato con ellos, acariciando a la madre, si es que esta se dejaba, y jugueteando con el cachorro.
El mink tenía que pensar qué hacer a continuación, ya que, una vez terminada la pelea, se le presentaba un dilema en el que no había caído hasta ahora. El gato era propenso a distraerse, por lo que tampoco se sorprendía demasiado.
- Y entonces… ¿sois vosotros los que atacáis los carrrrros o son ellos? - preguntó en voz alta como si los tigres pudieran entenderlo otra vez.
Ahora tenía realmente un problema, ya que había venido a averiguar qué pasaba con los carros y se había topado con dos tipos de bestias distintos. Si bien una de ellas estaba siendo amable con él no significaba que no pudieran ser peligrosas para el resto. Estaba claro que la madre de Sunōfurēku podría partir cinco carros como ese sin pestañear apenas, por lo que el peligro de que fuesen ellos estaba ahí.
- Imposible… ¿verrrdad? - preguntó al cachorro tras acercarse a él para arrascarle tras las orejas. - Con esa cara de no haber roto un plato nunca tú no puedes ser - dijo haciendo caso omiso a los restos de sangre que tenía la madre en la boca. El mink se lamió una pata y se la pasó por la oreja distraídamente mientras pensaba qué hacer. - Me niego a creer eso. Eres un angelito y nadie dirá lo contrrrario - se decidió finalmente. No iba a dejar que la reputación de su querido Sunōfurēku quedase por los suelos, por lo que volvería junto a Kato y le contaría lo sucedido, omitiendo las partes que pudieran inculparlos y ensalzando otras. Ese cachorrito merecía crecer sano y fuerte como su madre.
- Tomad - dijo el mink mientras sacaba dos onigiris de su reserva personal y se los daba a los tigres. El mink tenía unas grandes manos para la cocina y esperaba que a sus nuevos amigos les gustase. - Prometo hablar bien de vosotros. Le diré a todo el pueblo que me ayudasteis a acabar con esos tigres malos e intentaré que no os ataquen si os ven - prosiguió con su discurso dirigiéndose a la tigresa. Ella lo entendería… o eso esperaba el mink. - Y tú - continuó volviéndose a Sunōfurēku aguantando el sentimiento de pena que comenzaba a atenazarle. - Pórrrtate bien, come todos los días y trrransfórmate en un tigre grrrandote que tema toda la isla, eh - acabó con voz compungida mientras intentaba arrascarle bajo la barbilla.
El mink no quería despedirse de Sunōfurēku. Al principio había pensado ofrecerlo como ofrenda a Kato para conseguir lo que quería. Luego, se había enamorado de esa cosita y lo quería para él… pero ahora había descubierto que tenía madre y no pensaba llevárselo de ahí. Él había sufrido que le robaran a su familia y no cometería el mismo crimen de vuelta. No a ellos que no habían hecho nada y que habían sido creados por el gran dios felino que gobernaba sobre el resto, por lo que tras sus palabras de despedida se dispuso a marcharse de vuelta al pueblo para contarle al anciano lo acontecido.
Teruyoshi no quería volver la vista. No sabía si aguantaría las ganas de llevarse a Sunōfurēku si volvía a mirar aquellos ojitos almendrados, por lo que haciendo acopio de fuerza de voluntad marchó de vuelta… Imposible no volver a mirar esa carita una última vez.
- ¡Cuidaos mucho! - comenzó a gritar tras darse la vuelta, refrenando sus impulsos de secuestro, mientras gesticulaba como un loco. - ¡Siempre me acorrrdaré de vosotrrros! - dijo una última vez antes de proseguir su camino.
- Vamos, da lo mejor de ti - pensó eufórico el mink cuando vio el irrefrenable instinto de lucha que mostraba el tigre. Sin duda, estaba dejando el orgullo felino con el listón bien alto, así que Teruyoshi solo podía corresponder aquel alarde de gallardía con el suyo propio, afrontando aquel último ataque a la desesperada de frente.
El mink tenía el pelaje erizado por la emoción, las pupilas como dos pozos negros, fijas y ansiosas sobre su presa, sin perderse ni un ápice de los movimientos de la bestia, mientras su haki relucía como símbolo de poder, cubriendo sus brazos con ese tono metálico aún más oscuro que su pelaje, al mismo tiempo que tensaba cada músculo de su ser. Todo él estaba preparado para recibir la ofensa de su enemigo… y entonces llegó el gatillazo, causando que todo aquello se viniera abajo.
Cuando la bestia se encontraba a medio camino, fue interceptada por un borrón blanco, quitándole su momento de clímax. Teruyoshi iba a tener que reñir a Sunōfurēku por aquello, ya que el mink pensó que se trataba de él. Estaba feo meterse en una pelea ajena de esa manera, especialmente cuando el enemigo ya estaba derrotado… o al menos esa era la idea hasta que escuchó un ruido a sus espaldas, el cual provenía del verdadero Sunōfurēku.
- ¿¡Pero qué cojones!? - se sorprendió el mink cuando vio un tigre de la misma raza que su querido amigo.
Teruyoshi no sabía cómo afrontar aquel nuevo giro. El mink estaba cansado por la pelea con las otras dos bestias, pero eso no era impedimento para seguir luchando un rato más. El mink no temía ni a esta bestia ni a ninguna otra, pero cabía la posibilidad de que se tratara de la mamá de Sunōfurēku y no quería que su amiguito se quedara sin ella. Podía traumarlo y estaría feo.
- Trrranquila… - dijo en tono suave mientras relajaba la postura para que no lo sintiera como un peligro inminente, aunque sin desactivar el haki al ser consciente de la gran envergadura de la bestia. El tigre recién llegado era toda una obra de arte de la naturaleza. Precioso y letal. El mink no sabía muy bien cómo actuar. Aún tenía la cabeza a mil por la pelea a medias y no se sentía capaz de pensar con claridad. Pedía tranquilidad, pero en realidad la necesitaba él.
Un simple roce fue lo que lo cambió todo. Sunōfurēku apareció como el angelito que era y calmó el embravecido ambiente con solo su presencia despreocupada y amistosa. La gran bestia, a pesar de seguir mostrando algo de recelo, se tranquilizó y el aura que transmitía pasó a ser otra. Teruyoshi se quedó allí pasmado viendo a la pareja tan feliz, recordando por un segundo a su propia familia perdida. Él mismo solía corretear alrededor de su madre cuando no era más que una bola de pelo que apenas sabía ronronear, por lo que conmovido por aquella escena dejó a un lado el nerviosismo que le transmitía la enorme bestia y disfrutó de aquel encuentro felino hasta que sintió la mirada del gran tigresa blanca. Tras la escena Teruyoshi ya no tenía dudas de que era la madre de Sunōfurēku, la cual tras comprobar que su cría estaba bien se quedó fija en el mink.
Teruyoshi no sabía muy bien qué quería el gran felino. Aún podía notar parte de la ansiedad que transmitían algunos de sus movimientos y no tenía muy claro qué esperaba de él. El mink se acercó con paso tranquilo pero firme a la pareja, con intención de dejarse oler por la madre de Sunōfurēku y que terminara de tranquilizarse. Si mostraba una actitud serena, quizás lograría que ella también se relajara. Teruyoshi sabía lo importante que eran los olores para estos, por lo que dejó que se restregasen contra él para mezclar rastros. Si todo iba bien se limitaría a disfrutar un rato con ellos, acariciando a la madre, si es que esta se dejaba, y jugueteando con el cachorro.
El mink tenía que pensar qué hacer a continuación, ya que, una vez terminada la pelea, se le presentaba un dilema en el que no había caído hasta ahora. El gato era propenso a distraerse, por lo que tampoco se sorprendía demasiado.
- Y entonces… ¿sois vosotros los que atacáis los carrrrros o son ellos? - preguntó en voz alta como si los tigres pudieran entenderlo otra vez.
Ahora tenía realmente un problema, ya que había venido a averiguar qué pasaba con los carros y se había topado con dos tipos de bestias distintos. Si bien una de ellas estaba siendo amable con él no significaba que no pudieran ser peligrosas para el resto. Estaba claro que la madre de Sunōfurēku podría partir cinco carros como ese sin pestañear apenas, por lo que el peligro de que fuesen ellos estaba ahí.
- Imposible… ¿verrrdad? - preguntó al cachorro tras acercarse a él para arrascarle tras las orejas. - Con esa cara de no haber roto un plato nunca tú no puedes ser - dijo haciendo caso omiso a los restos de sangre que tenía la madre en la boca. El mink se lamió una pata y se la pasó por la oreja distraídamente mientras pensaba qué hacer. - Me niego a creer eso. Eres un angelito y nadie dirá lo contrrrario - se decidió finalmente. No iba a dejar que la reputación de su querido Sunōfurēku quedase por los suelos, por lo que volvería junto a Kato y le contaría lo sucedido, omitiendo las partes que pudieran inculparlos y ensalzando otras. Ese cachorrito merecía crecer sano y fuerte como su madre.
- Tomad - dijo el mink mientras sacaba dos onigiris de su reserva personal y se los daba a los tigres. El mink tenía unas grandes manos para la cocina y esperaba que a sus nuevos amigos les gustase. - Prometo hablar bien de vosotros. Le diré a todo el pueblo que me ayudasteis a acabar con esos tigres malos e intentaré que no os ataquen si os ven - prosiguió con su discurso dirigiéndose a la tigresa. Ella lo entendería… o eso esperaba el mink. - Y tú - continuó volviéndose a Sunōfurēku aguantando el sentimiento de pena que comenzaba a atenazarle. - Pórrrtate bien, come todos los días y trrransfórmate en un tigre grrrandote que tema toda la isla, eh - acabó con voz compungida mientras intentaba arrascarle bajo la barbilla.
El mink no quería despedirse de Sunōfurēku. Al principio había pensado ofrecerlo como ofrenda a Kato para conseguir lo que quería. Luego, se había enamorado de esa cosita y lo quería para él… pero ahora había descubierto que tenía madre y no pensaba llevárselo de ahí. Él había sufrido que le robaran a su familia y no cometería el mismo crimen de vuelta. No a ellos que no habían hecho nada y que habían sido creados por el gran dios felino que gobernaba sobre el resto, por lo que tras sus palabras de despedida se dispuso a marcharse de vuelta al pueblo para contarle al anciano lo acontecido.
Teruyoshi no quería volver la vista. No sabía si aguantaría las ganas de llevarse a Sunōfurēku si volvía a mirar aquellos ojitos almendrados, por lo que haciendo acopio de fuerza de voluntad marchó de vuelta… Imposible no volver a mirar esa carita una última vez.
- ¡Cuidaos mucho! - comenzó a gritar tras darse la vuelta, refrenando sus impulsos de secuestro, mientras gesticulaba como un loco. - ¡Siempre me acorrrdaré de vosotrrros! - dijo una última vez antes de proseguir su camino.