Silver
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06-11-2024, 02:35 AM
El almacén abandonado se alzaba en las afueras de Oykot, rodeado de maleza y parcialmente cubierto por la sombra de altos árboles. Las ventanas estaban selladas y cubiertas de polvo, pero una tenue luz se filtraba desde el interior, creando un extraño contraste con la oscuridad absoluta de la noche. Marvolath observaba en silencio desde su escondite, evaluando la situación y tomando nota de cada detalle.
En el exterior, dos hombres patrullaban con una vigilancia demasiado estricta para un lugar supuestamente en desuso. Vestían ropas oscuras y sus movimientos eran calculados, cargando consigo armas que no encajaban con simples guardias. Uno de ellos mantenía una postura vigilante cerca de la entrada principal, con su mirada escaneando constantemente el entorno, mientras el otro parecía ocupado revisando papeles y apuntando detalles en una especie de lista. Cerca de él, varios barriles descansaban apilados junto a la pared, cada uno sellado con el mismo tipo de cadenas y candados que había encontrado en la carreta.
Desde su posición, Marvolath pudo captar fragmentos de su conversación en susurros ásperos y bajos, como si ambos hombres temieran ser escuchados incluso en esa desolación.
—Hay que joderse, ¿todavía no llega la carreta? —gruñó uno de ellos, el que revisaba los documentos—. El jefe dejó claro que todo debía estar aquí antes del amanecer. Nos queda poco tiempo.
El otro asintió, nervioso, y en ese momento ambos hombres se miraron con tensión en sus rostros. El sonido de cascos de caballo en la distancia les indicó que la carreta se acercaba. Para Marvolath, la llegada inminente era una complicación: significaba que pronto habría más personas en el lugar, y perdería la oportunidad de investigar antes de que los guardias advirtieran algo extraño en el transporte.
No había tiempo que perder. Desde su escondite, calculó sus movimientos, y con la precisión y la destreza de quien está acostumbrado a operar en condiciones de presión, comenzó a moverse silenciosamente por el lateral del edificio. Sin embargo, a solo unos metros de su objetivo, una de las viejas tablas del suelo crujió bajo su peso. Los guardias giraron la cabeza hacia el sonido, alertados.
—¡¿Quién está ahí?! —gritó el guardia que patrullaba cerca de la puerta, y ambos hombres dirigieron sus armas hacia la sombra de donde provenía el sonido.
Marvolath supo enseguida que había sido descubierto. Sin otra opción, se impulsó hacia adelante, manteniéndose bajo y rápido, aprovechando su pequeño tamaño para moverse entre los barriles, buscando mantenerse en el punto ciego de sus adversarios. Uno de los guardias le disparó sin lograr alcanzarlo. Ahora rodeado por ambos guardias, Marvolath debía prepararse para el combate. La penumbra del almacén abandonado y el eco del disparo resonaban en el espacio vacío, delatanto el enfrentamiento que se avecinaba.
En el exterior, dos hombres patrullaban con una vigilancia demasiado estricta para un lugar supuestamente en desuso. Vestían ropas oscuras y sus movimientos eran calculados, cargando consigo armas que no encajaban con simples guardias. Uno de ellos mantenía una postura vigilante cerca de la entrada principal, con su mirada escaneando constantemente el entorno, mientras el otro parecía ocupado revisando papeles y apuntando detalles en una especie de lista. Cerca de él, varios barriles descansaban apilados junto a la pared, cada uno sellado con el mismo tipo de cadenas y candados que había encontrado en la carreta.
Desde su posición, Marvolath pudo captar fragmentos de su conversación en susurros ásperos y bajos, como si ambos hombres temieran ser escuchados incluso en esa desolación.
—Hay que joderse, ¿todavía no llega la carreta? —gruñó uno de ellos, el que revisaba los documentos—. El jefe dejó claro que todo debía estar aquí antes del amanecer. Nos queda poco tiempo.
El otro asintió, nervioso, y en ese momento ambos hombres se miraron con tensión en sus rostros. El sonido de cascos de caballo en la distancia les indicó que la carreta se acercaba. Para Marvolath, la llegada inminente era una complicación: significaba que pronto habría más personas en el lugar, y perdería la oportunidad de investigar antes de que los guardias advirtieran algo extraño en el transporte.
No había tiempo que perder. Desde su escondite, calculó sus movimientos, y con la precisión y la destreza de quien está acostumbrado a operar en condiciones de presión, comenzó a moverse silenciosamente por el lateral del edificio. Sin embargo, a solo unos metros de su objetivo, una de las viejas tablas del suelo crujió bajo su peso. Los guardias giraron la cabeza hacia el sonido, alertados.
—¡¿Quién está ahí?! —gritó el guardia que patrullaba cerca de la puerta, y ambos hombres dirigieron sus armas hacia la sombra de donde provenía el sonido.
Marvolath supo enseguida que había sido descubierto. Sin otra opción, se impulsó hacia adelante, manteniéndose bajo y rápido, aprovechando su pequeño tamaño para moverse entre los barriles, buscando mantenerse en el punto ciego de sus adversarios. Uno de los guardias le disparó sin lograr alcanzarlo. Ahora rodeado por ambos guardias, Marvolath debía prepararse para el combate. La penumbra del almacén abandonado y el eco del disparo resonaban en el espacio vacío, delatanto el enfrentamiento que se avecinaba.