Rocket Raccoon
Rocket
06-11-2024, 05:16 AM
-La primera siempre va por la casa- Comentaba por último la mujer detrás de la barra tras soltar una leve sonrisa, queriendo mostrar simpatía con el recién llegado. Entonces dejaría solo al muchacho para que siguiera dándole vuelta a sus pensamientos. Se notaba que ella no quería meterse en problemas ajenos, ni mucho menos. Tan solo quería ser jovial con todo aquel que llegase a su establecimiento y que al salir de aquí se llevase una buena impresión.
El muchacho de cabello blanco, ya con su cerveza bien fría en frente, comenzaba entonces a echar un buen vistazo a todo el lugar que tenía próximo a él. Se le notaba que su fijación era más intensa en dos de las mesas presentes. Una de ellas, siendo donde estaba la chica cuenta cuentos. Quizás también le gustaba la mujer ahí sentada, pero este joven no parecía ser como todos estos babosos que la rodeaban, así que podemos pensar que simplemente le interesaba las historias que esta tenía que contar. Y porque no, a lo mejor y justo ese día tenía algo que contar que le diese alguna buena pista para su búsqueda. La otra de las mesas, donde se situaban los sujetos en esa competencia de pulseadas, también le había llamado la atención, pero no lo suficiente. Se acercaría entonces, y agudizaría su oído para poder escuchar las historia que aquella mujer tenía para ofrecer.
Tomaba un sorbo de su bebida, hasta acabársela por completo. Al dejarla sobre la mesa donde ella misma estaba sentada, ya disponía de más vasos para sí misma. Varios de los tipos que le rodeaban, alzaba su propia jarra para que la tomase. Pero no era tonta, y Lamdrosa siempre estaba atenta. Sabía que cuando le faltaba poco a su vaso, debía de ir a servirle. La chica sonreía con cierta picardía, resaltando así sus mejillas que había maquillado con un rosa bastante intenso. Su piel era clara, más su cabello era de un negro azabache bastante fuerte, largo hasta la cintura, pero lo amarraba con un pequeño lazo de color violeta. Vestía ese día con una ramera sin mangas, era de color blanca y tenía un bordado en el centro de un caimán mostrando sus dientes.
-¿Alguien sabe la historia de Irene, la Marea Carmesí?- Daba una pausa, esperando respuestas, las cuales en realidad no les importaba, pero sabía manejar el ambiente. -Una dama, elegante como la brisa y feroz como una tormenta. Irene no navegaba en barcos, nooo no no ¡los comandaba! Se decía que solo la noche lograba ocultarla, pues llevaba en el cuello el tatuaje de un coral rojo como la sangre, un coral que siempre destellaba bajo la luna. Dicen que conocía a fondo los mares de Grand Line y que había burlado a los marines más de una vez, dejándoles solo el olor de su perfume y una bandera desgarrada.-
Esta historia a priori no parecía poder interesarle al muchacho, no tenía nada que ver con lo que estaba buscando en realidad. ¿Pero tampoco se puede pedir que la primera sea la vencida, no? La tarea de un cazador, siempre era ser paciente y esperar el momento adecuado. Sí, seguía escuchando la historia, sabría que terminaba como un cuento con final feliz. Con la tal Irene gobernando una isla y blablabla. Pero esta siguiente historia, esta sí que podría serle de utilidad. Pero en ese momento, los ojos de aquella muchacha se cruzaban con los de nuestro protagonista, parecía interesarse, ya que se le quedó viendo durante unos segundos.
-Lamdrosa, este nuevo de aquí... se le terminó la cerveza.- Se levantaba entonces de la mesa, y se mantenía ahí en pie para quedar más alta que todo el mundo. Lamdrosa a la distancia, le respondía. -Sabes que solo la primera es gratis.-
La chica entonces dejaba de mirarte, y volvía su atención a los demás. -Pero lamentablemente, no todas las historias terminan en finales felices. ¿Más de uno aquí sabemos de eso verdad?- Volvía a dar una pausa, esperando a una respuesta que no le interesaba. Los sujetos alrededor se gritaban el uno con el otro, pero siempre pendiente de la muchacha. -SIII SI, LO SABEMOS- Respondían la gran mayoría. -Hace unos días me crucé con alguien diferente. Un hombre que no podía ocultar su pasado. Un marine… o, al menos, alguien que lo fue. Sus pasos eran pesados, como si cargara con el mismo océano en la espalda. Y su respiración... ah, cada respiro parecía una lucha, una súplica por querer seguir viviendo en este maldito mundo que le había tocado. Dicen que quedó herido hace años en una misión en algún lugar lejano, tal vez en Grand Line, y que aquella herida le ha cobrado cada día desde entonces.-
En esta parte de la historia, pues bien, parece que podría estar hablando de cualquiera. A fin de cuentas, en este mundo son muchos los que sufren alguna herida importante al salir a la mar.
-Dicen que va de un lado a otro buscando alivio. Hay noches en las que aparece por el puerto, ahogado por esa tos seca, como si sus propios pulmones fueran un ancla que lo arrastra. A veces intenta vender cosas de su pasado, reliquias de la vida que tuvo antes, y siempre acaba en manos de alguien que sabe cómo tratar su… condición. Pero dicen las malas lenguas, y si estás a oído atento como siempre lo estoy... Que en sus mejores días, su brigada se dedicaba a ciertas actividades un poco... fuera de ley, se podría decir.-
De repente, uno de los marinos presentes, un hombre grande de rostro severo, se irguió en su asiento, clavando la vista en la narradora con un gesto de desdén. -Ya basta chica. No permitiré que sigas manchando la buena fama de la que gozan nuestros grandes y buenos soldados. No sabes cuantos se juegan la vida allá afuera.- Volvía a sentarse donde le tocaba. -Esas mierdas de las que hablas, seguro hay una maldita explicación.-
La chica, algo sorprendida, parecía mantener el buen ánimo y la compostura ante la situación que se presentaba. -Quizás sea cierto lo que dices, señor… aunque, de cualquier manera, sigue siendo una buena historia, ¿no?-
El muchacho de cabello blanco, ya con su cerveza bien fría en frente, comenzaba entonces a echar un buen vistazo a todo el lugar que tenía próximo a él. Se le notaba que su fijación era más intensa en dos de las mesas presentes. Una de ellas, siendo donde estaba la chica cuenta cuentos. Quizás también le gustaba la mujer ahí sentada, pero este joven no parecía ser como todos estos babosos que la rodeaban, así que podemos pensar que simplemente le interesaba las historias que esta tenía que contar. Y porque no, a lo mejor y justo ese día tenía algo que contar que le diese alguna buena pista para su búsqueda. La otra de las mesas, donde se situaban los sujetos en esa competencia de pulseadas, también le había llamado la atención, pero no lo suficiente. Se acercaría entonces, y agudizaría su oído para poder escuchar las historia que aquella mujer tenía para ofrecer.
Tomaba un sorbo de su bebida, hasta acabársela por completo. Al dejarla sobre la mesa donde ella misma estaba sentada, ya disponía de más vasos para sí misma. Varios de los tipos que le rodeaban, alzaba su propia jarra para que la tomase. Pero no era tonta, y Lamdrosa siempre estaba atenta. Sabía que cuando le faltaba poco a su vaso, debía de ir a servirle. La chica sonreía con cierta picardía, resaltando así sus mejillas que había maquillado con un rosa bastante intenso. Su piel era clara, más su cabello era de un negro azabache bastante fuerte, largo hasta la cintura, pero lo amarraba con un pequeño lazo de color violeta. Vestía ese día con una ramera sin mangas, era de color blanca y tenía un bordado en el centro de un caimán mostrando sus dientes.
-¿Alguien sabe la historia de Irene, la Marea Carmesí?- Daba una pausa, esperando respuestas, las cuales en realidad no les importaba, pero sabía manejar el ambiente. -Una dama, elegante como la brisa y feroz como una tormenta. Irene no navegaba en barcos, nooo no no ¡los comandaba! Se decía que solo la noche lograba ocultarla, pues llevaba en el cuello el tatuaje de un coral rojo como la sangre, un coral que siempre destellaba bajo la luna. Dicen que conocía a fondo los mares de Grand Line y que había burlado a los marines más de una vez, dejándoles solo el olor de su perfume y una bandera desgarrada.-
Esta historia a priori no parecía poder interesarle al muchacho, no tenía nada que ver con lo que estaba buscando en realidad. ¿Pero tampoco se puede pedir que la primera sea la vencida, no? La tarea de un cazador, siempre era ser paciente y esperar el momento adecuado. Sí, seguía escuchando la historia, sabría que terminaba como un cuento con final feliz. Con la tal Irene gobernando una isla y blablabla. Pero esta siguiente historia, esta sí que podría serle de utilidad. Pero en ese momento, los ojos de aquella muchacha se cruzaban con los de nuestro protagonista, parecía interesarse, ya que se le quedó viendo durante unos segundos.
-Lamdrosa, este nuevo de aquí... se le terminó la cerveza.- Se levantaba entonces de la mesa, y se mantenía ahí en pie para quedar más alta que todo el mundo. Lamdrosa a la distancia, le respondía. -Sabes que solo la primera es gratis.-
La chica entonces dejaba de mirarte, y volvía su atención a los demás. -Pero lamentablemente, no todas las historias terminan en finales felices. ¿Más de uno aquí sabemos de eso verdad?- Volvía a dar una pausa, esperando a una respuesta que no le interesaba. Los sujetos alrededor se gritaban el uno con el otro, pero siempre pendiente de la muchacha. -SIII SI, LO SABEMOS- Respondían la gran mayoría. -Hace unos días me crucé con alguien diferente. Un hombre que no podía ocultar su pasado. Un marine… o, al menos, alguien que lo fue. Sus pasos eran pesados, como si cargara con el mismo océano en la espalda. Y su respiración... ah, cada respiro parecía una lucha, una súplica por querer seguir viviendo en este maldito mundo que le había tocado. Dicen que quedó herido hace años en una misión en algún lugar lejano, tal vez en Grand Line, y que aquella herida le ha cobrado cada día desde entonces.-
En esta parte de la historia, pues bien, parece que podría estar hablando de cualquiera. A fin de cuentas, en este mundo son muchos los que sufren alguna herida importante al salir a la mar.
-Dicen que va de un lado a otro buscando alivio. Hay noches en las que aparece por el puerto, ahogado por esa tos seca, como si sus propios pulmones fueran un ancla que lo arrastra. A veces intenta vender cosas de su pasado, reliquias de la vida que tuvo antes, y siempre acaba en manos de alguien que sabe cómo tratar su… condición. Pero dicen las malas lenguas, y si estás a oído atento como siempre lo estoy... Que en sus mejores días, su brigada se dedicaba a ciertas actividades un poco... fuera de ley, se podría decir.-
De repente, uno de los marinos presentes, un hombre grande de rostro severo, se irguió en su asiento, clavando la vista en la narradora con un gesto de desdén. -Ya basta chica. No permitiré que sigas manchando la buena fama de la que gozan nuestros grandes y buenos soldados. No sabes cuantos se juegan la vida allá afuera.- Volvía a sentarse donde le tocaba. -Esas mierdas de las que hablas, seguro hay una maldita explicación.-
La chica, algo sorprendida, parecía mantener el buen ánimo y la compostura ante la situación que se presentaba. -Quizás sea cierto lo que dices, señor… aunque, de cualquier manera, sigue siendo una buena historia, ¿no?-