Atlas
Nowhere | Fénix
06-11-2024, 03:18 PM
Lican... Un nuevo nombre entraba en juego, uno que hasta el momento Lautaro ni siquiera había mencionado por encima. Si entendía bien lo que se desprendía de las palabras del alcalde, él no había sido el único encargado de la investigación con aquella dichosa planta ni del desarrollo de la elatrinina sintética. No sólo su mujer había participado también en el proceso, sino que había un tercer nombre relacionado con el proceso. Un tercer nombre y un laboratorio secreto donde... bueno, mejor no repetirlo más. En cualquier caso, no cabía duda de que existía la posibilidad de que ese supuesto Lican estuviese relacionado con el laboratorio oculto. ¿Acaso podría ser el misterioso científico con el que me había cruzado al abandonar la nube de gas? Hablando de gas y nubes, ¿cómo estaría la mujer bestia? Viendo la imagen de Emma no me terminaba de quedar claro que se tratase de ella, aunque nada me había permitido descartarlo por completo.
En otro orden de cosas, parecía que Lautaro encontraba una explicación plausible para que algo o alguien poderoso se aproximase desde el subsuelo. Llegó a proferir un "será que" antes de que la puerta se abriese con gran estrépito. Uno de los aldeanos, jadeante y tremendamente alarmado, anunció lo que todos los habitantes del pueblo temían con toda su alma —al menos aquellos que no estaban anestesiados por la elatrinina—: los Piratas de Sentis habían vuelto. Malas noticias, para variar, pero ¿cómo de lejos estaban esas malas noticias? Si algo había tenido claro en todo momento desde que pudiese pararme a contemplar el transcurso de los acontecimientos en las últimas horas, era que el alcalde y la investigación sobre la elatrinina eran la clave de todo. Y cuando quería decir de todo, me refería a absolutamente todo lo que pasaba allí: el secuestro de Emma, la insistencia de los Piratas de Sentis, la existencia de una mujer trastornada y atormentada e incluso un laboratorio oculto y terrorífico.
—¿Cuánto tardarán en llegar? —pregunté al lugareño después de dejar tiempo para que Lautaro hablase. Si me decía que ya estaban desembarcando no podría hacer lo que tenía en mente, pero si me confirmaba que al menos tendría unos quince o treinta minutos sí podría tratar de ponerlo en práctica. Tras intentar calmar un poco la situación, solicitaría al alcalde y científico que me prestase algo de ropa. Al no haber ni rastro de marines en la zona, que no tuviese puesto mi uniforme tal vez contribuyera a que los extorsionadores se confiasen. Entretanto, insistiría en pedir que me enseñasen la bodega. Por muy grande que fuese, estimaba poder peinarla en poco tiempo gracias a mi percepción.
Para cuando acabase, hubiese descubierto o no algo interesante, podría regresar a la superficie y cambiarme de ropa. El destino del destacamento de la Marina que había partido en busca de los piratas me preocupaba, pero por el momento no podía hacer nada al respecto. Ocupar mi tiempo y mi mente en algo que no podía resolver cuando había tantas cosas en vilo no podía traer nada bueno. Por el momento lo prioritario era ayudar a los habitantes de Ushu y resolver el misterio detrás del laboratorio.
Habiendo realizado el barrido por la bodega, me dispondría a aproximarme a la zona en la que estaba previsto el desembarco de los bucaneros. El navío aproximándose desde la distancia con el casco golpeado por el oleaje ciertamente era una imagen intimidante e imponente. Igualmente, la presencia que emanaba de uno de sus ocupantes tampoco se quedaba atrás y el número de efectivos a bordo no era para nada tranquilizador. La posibilidad de que hubiesen derrotado a mis compañeros estaba ahí y resultaba creíble, diría que incluso probable. No obstante, también podía ser que simplemente les hubiesen dejado atrás en la persecución y hubiesen vuelto sobre sus pasos para conseguir al fin su objetivo.
Me había desentendido de las órdenes de mis superiores para quedarme en Ushu e intentar resolver la situación. Desde el principio había sido consciente de que aquello podría acarrearme alguna sanción si se daban cuenta, aunque había albergado la poco probable esperanza de que no reparasen en mi ausencia. Sin embargo, con lo que estaba a punto de hacer me delataría. Lo peor era que, tristemente, que me cayese una buena reprimenda sería algo tremendamente positivo, puesto que implicaría que el resto de marines seguían con vida. En definitiva, saqué el Den Den Mushi del bolsillo e intenté contactar con la embarcación marine:
—Hola, aquí Atlas —diría, procurando no comentar nada acerca de mi pertenencia a la Marina o mi rango; uno nunca sabía quién podía estar escuchando—. Llamo desde el pueblo costero de Ushu. Un galeón con una calavera atravesada por una flecha se aproxima desde el mar. ¿Alguien me escucha?
Mi intención no era iniciar una conversación. En cuanto tuviese la más mínima respuesta, si es que la tenía, cortaría la comunicación para asegurarme de no revelar mi identidad. Si la Marina había recibido mi mensaje, entenderían quién era, a quién me refería con la descripción del Jolly Roger y que solicitaba refuerzos. Una vez todo estuviese listo, propondría al alcalde acompañarle al encuentro con los piratas. En caso de que alguien preguntase acerca de mí tendría que presentarme como uno de los habitantes de la zona, amigo de la familia o algo similar. Querría pasar inadvertido, claro, para poder al fin atajar el motivo inicial que nos había llevado hasta allí.
En otro orden de cosas, parecía que Lautaro encontraba una explicación plausible para que algo o alguien poderoso se aproximase desde el subsuelo. Llegó a proferir un "será que" antes de que la puerta se abriese con gran estrépito. Uno de los aldeanos, jadeante y tremendamente alarmado, anunció lo que todos los habitantes del pueblo temían con toda su alma —al menos aquellos que no estaban anestesiados por la elatrinina—: los Piratas de Sentis habían vuelto. Malas noticias, para variar, pero ¿cómo de lejos estaban esas malas noticias? Si algo había tenido claro en todo momento desde que pudiese pararme a contemplar el transcurso de los acontecimientos en las últimas horas, era que el alcalde y la investigación sobre la elatrinina eran la clave de todo. Y cuando quería decir de todo, me refería a absolutamente todo lo que pasaba allí: el secuestro de Emma, la insistencia de los Piratas de Sentis, la existencia de una mujer trastornada y atormentada e incluso un laboratorio oculto y terrorífico.
—¿Cuánto tardarán en llegar? —pregunté al lugareño después de dejar tiempo para que Lautaro hablase. Si me decía que ya estaban desembarcando no podría hacer lo que tenía en mente, pero si me confirmaba que al menos tendría unos quince o treinta minutos sí podría tratar de ponerlo en práctica. Tras intentar calmar un poco la situación, solicitaría al alcalde y científico que me prestase algo de ropa. Al no haber ni rastro de marines en la zona, que no tuviese puesto mi uniforme tal vez contribuyera a que los extorsionadores se confiasen. Entretanto, insistiría en pedir que me enseñasen la bodega. Por muy grande que fuese, estimaba poder peinarla en poco tiempo gracias a mi percepción.
Para cuando acabase, hubiese descubierto o no algo interesante, podría regresar a la superficie y cambiarme de ropa. El destino del destacamento de la Marina que había partido en busca de los piratas me preocupaba, pero por el momento no podía hacer nada al respecto. Ocupar mi tiempo y mi mente en algo que no podía resolver cuando había tantas cosas en vilo no podía traer nada bueno. Por el momento lo prioritario era ayudar a los habitantes de Ushu y resolver el misterio detrás del laboratorio.
Habiendo realizado el barrido por la bodega, me dispondría a aproximarme a la zona en la que estaba previsto el desembarco de los bucaneros. El navío aproximándose desde la distancia con el casco golpeado por el oleaje ciertamente era una imagen intimidante e imponente. Igualmente, la presencia que emanaba de uno de sus ocupantes tampoco se quedaba atrás y el número de efectivos a bordo no era para nada tranquilizador. La posibilidad de que hubiesen derrotado a mis compañeros estaba ahí y resultaba creíble, diría que incluso probable. No obstante, también podía ser que simplemente les hubiesen dejado atrás en la persecución y hubiesen vuelto sobre sus pasos para conseguir al fin su objetivo.
Me había desentendido de las órdenes de mis superiores para quedarme en Ushu e intentar resolver la situación. Desde el principio había sido consciente de que aquello podría acarrearme alguna sanción si se daban cuenta, aunque había albergado la poco probable esperanza de que no reparasen en mi ausencia. Sin embargo, con lo que estaba a punto de hacer me delataría. Lo peor era que, tristemente, que me cayese una buena reprimenda sería algo tremendamente positivo, puesto que implicaría que el resto de marines seguían con vida. En definitiva, saqué el Den Den Mushi del bolsillo e intenté contactar con la embarcación marine:
—Hola, aquí Atlas —diría, procurando no comentar nada acerca de mi pertenencia a la Marina o mi rango; uno nunca sabía quién podía estar escuchando—. Llamo desde el pueblo costero de Ushu. Un galeón con una calavera atravesada por una flecha se aproxima desde el mar. ¿Alguien me escucha?
Mi intención no era iniciar una conversación. En cuanto tuviese la más mínima respuesta, si es que la tenía, cortaría la comunicación para asegurarme de no revelar mi identidad. Si la Marina había recibido mi mensaje, entenderían quién era, a quién me refería con la descripción del Jolly Roger y que solicitaba refuerzos. Una vez todo estuviese listo, propondría al alcalde acompañarle al encuentro con los piratas. En caso de que alguien preguntase acerca de mí tendría que presentarme como uno de los habitantes de la zona, amigo de la familia o algo similar. Querría pasar inadvertido, claro, para poder al fin atajar el motivo inicial que nos había llevado hasta allí.