Octojin
El terror blanco
06-11-2024, 08:30 PM
Mientras el plan toma forma, tu compañero corpulento observa la tapa de la alcantarilla y luego te mira con una expresión de escepticismo, pero finalmente asiente. La verdad es que es un tipo reacio a tomar las ideas de los demás a la primera, por lo que puedes ver. Pero después pensará que hasta ahora todo ha salido perfecto y no duda. ¿Quién en su sano juicio dudaría de la efectividad de tu estrategia? Sobre todo teniendo en cuenta la reciente fuga y el ingenio de tu distracción anterior. A mi al menos me convencerías al segundo.
Con la fuerza que le caracteriza, levanta la pesada tapa de la alcantarilla y la mantiene abierta mientras tú lanzas la linterna en el ángulo perfecto. La luz de la linterna crea un efecto hipnótico mientras es arrastrada lentamente por la corriente subterránea, proyectando destellos en las paredes húmedas y creando lo que para ti debe ser el éxtasis total. Un plan perfecto. Ojalá estar en tu punto de vista en ese preciso momento.
Tras ello, lanzas un par de monedas en dirección opuesta al callejón, haciendo que resuenen contra las paredes. Los pequeños ecos metálicos, junto con la tenue luz en la alcantarilla, crean una escena convincente. Al poco tiempo, un grito suena desde el callejón, y uno de los novatos exclama algo mientras corre hacia la alcantarilla.
—¡Están abajo! ¡Los tenemos en las alcantarillas! — Su voz retumba en toda la plaza, y en un instante, todos los marines giran en esa dirección, concentrando su atención en la tapa abierta.
No te estoy viendo la cara, pero seguro que en ese preciso momento te permites una sonrisa al ver cómo el caos se desata entre los marines, quienes, convencidos de que habéis escapado por el alcantarillado, empiezan a organizar una rápida operación. En cuestión de segundos, un grupo se apresura a montar un perímetro, mientras otros marines se acercan a la alcantarilla para descender. La distracción de las monedas en sí tendría cero credibilidad de no ser por la luz de la linterna, que es el verdadero factor convincente en los marines. Con la atención desviada hacia el falso rastro, la vía está libre para que tú y tu compañero avancéis hacia el punto de encuentro.
Sin poder ocultar su entusiasmo, el fornido hombre te da unas palmadas en la espalda, fuertes y sonoras, que casi te hacen perder el equilibrio.
— ¡Vaya, chico, has logrado que se traguen esa! — dice, con una risa ahogada y eufórica.
Sin perder más tiempo, ambos os movéis entre las sombras, esquivando cualquier rincón iluminado y avanzando con rapidez hacia el lugar acordado. Aunque estoy seguro de que después de esa distracción, daría un poco igual si ibáis por mitad de la plaza. La atención de los marines ahora estaba en otro sitio.
A medida que os acercáis, te sorprende ver la expresión de alivio en el rostro de tu compañero, que sigue embargado por una mezcla de incredulidad y emoción. Cada paso se siente como un avance hacia la libertad, aunque el dolor en tu muslo comienza a hacerse más difícil de ignorar. Cada minuto que pasa está más enfriado, por lo que lo sientes más dolido.
Llegáis a la zona detrás de los altos edificios, y por un momento, no encuentras a nadie allí. El fornido hombre parece tan entusiasmado con la fuga que apenas se percata de la ausencia de su contacto. Sin embargo, pronto aparece un hombre mayor, con aspecto reservado y actitud vigilante, quien, sin decir una palabra, agarra al hombre corpulento del brazo y lo dirige hacia el muelle con pasos firmes y rápidos. No abre la boca, pero me imagino que es el indicado. Al menos el fornido tipo no pone ni una pega en que le lleve hacia vete tu a saber dónde. ¿Le seguirás? Me imagino que sí.
Al llegar al muelle, un pequeño barco para unas seis personas espera atracado, aunque dos hombres están preparándolo para partir. Oscilando ligeramente sobre el agua en la quietud de la noche, te parece un barco perfecto para huir. Ya hay tres personas a bordo —contando a los dos que están haciendo los preparativos para partir, el otro sería el hombre mayor—, presumiblemente miembros de la tripulación o cómplices del fornido hombre. Con una mirada de alivio y gratitud, el hombre te ofrece una mano, indicando que puedes subir.
—Has demostrado ser alguien de fiar. Te agradezco la ayuda y, si te interesa, puedes acompañarnos a la siguiente isla. Allí todo estará más tranquilo —te ofrece, con una sonrisa que revela una mezcla de cansancio y triunfo.
Mientras observas la embarcación y las personas a bordo, sopesas la oferta. La adrenalina aún corre por tus venas, y aunque tu herida late con insistencia, la promesa de abandonar aquello y dirigirte hacia una nueva aventura es tentadora. Me imagino que el pavo real debe actuar en otros escenarios, ¿no?
Con la fuerza que le caracteriza, levanta la pesada tapa de la alcantarilla y la mantiene abierta mientras tú lanzas la linterna en el ángulo perfecto. La luz de la linterna crea un efecto hipnótico mientras es arrastrada lentamente por la corriente subterránea, proyectando destellos en las paredes húmedas y creando lo que para ti debe ser el éxtasis total. Un plan perfecto. Ojalá estar en tu punto de vista en ese preciso momento.
Tras ello, lanzas un par de monedas en dirección opuesta al callejón, haciendo que resuenen contra las paredes. Los pequeños ecos metálicos, junto con la tenue luz en la alcantarilla, crean una escena convincente. Al poco tiempo, un grito suena desde el callejón, y uno de los novatos exclama algo mientras corre hacia la alcantarilla.
—¡Están abajo! ¡Los tenemos en las alcantarillas! — Su voz retumba en toda la plaza, y en un instante, todos los marines giran en esa dirección, concentrando su atención en la tapa abierta.
No te estoy viendo la cara, pero seguro que en ese preciso momento te permites una sonrisa al ver cómo el caos se desata entre los marines, quienes, convencidos de que habéis escapado por el alcantarillado, empiezan a organizar una rápida operación. En cuestión de segundos, un grupo se apresura a montar un perímetro, mientras otros marines se acercan a la alcantarilla para descender. La distracción de las monedas en sí tendría cero credibilidad de no ser por la luz de la linterna, que es el verdadero factor convincente en los marines. Con la atención desviada hacia el falso rastro, la vía está libre para que tú y tu compañero avancéis hacia el punto de encuentro.
Sin poder ocultar su entusiasmo, el fornido hombre te da unas palmadas en la espalda, fuertes y sonoras, que casi te hacen perder el equilibrio.
— ¡Vaya, chico, has logrado que se traguen esa! — dice, con una risa ahogada y eufórica.
Sin perder más tiempo, ambos os movéis entre las sombras, esquivando cualquier rincón iluminado y avanzando con rapidez hacia el lugar acordado. Aunque estoy seguro de que después de esa distracción, daría un poco igual si ibáis por mitad de la plaza. La atención de los marines ahora estaba en otro sitio.
A medida que os acercáis, te sorprende ver la expresión de alivio en el rostro de tu compañero, que sigue embargado por una mezcla de incredulidad y emoción. Cada paso se siente como un avance hacia la libertad, aunque el dolor en tu muslo comienza a hacerse más difícil de ignorar. Cada minuto que pasa está más enfriado, por lo que lo sientes más dolido.
Llegáis a la zona detrás de los altos edificios, y por un momento, no encuentras a nadie allí. El fornido hombre parece tan entusiasmado con la fuga que apenas se percata de la ausencia de su contacto. Sin embargo, pronto aparece un hombre mayor, con aspecto reservado y actitud vigilante, quien, sin decir una palabra, agarra al hombre corpulento del brazo y lo dirige hacia el muelle con pasos firmes y rápidos. No abre la boca, pero me imagino que es el indicado. Al menos el fornido tipo no pone ni una pega en que le lleve hacia vete tu a saber dónde. ¿Le seguirás? Me imagino que sí.
Al llegar al muelle, un pequeño barco para unas seis personas espera atracado, aunque dos hombres están preparándolo para partir. Oscilando ligeramente sobre el agua en la quietud de la noche, te parece un barco perfecto para huir. Ya hay tres personas a bordo —contando a los dos que están haciendo los preparativos para partir, el otro sería el hombre mayor—, presumiblemente miembros de la tripulación o cómplices del fornido hombre. Con una mirada de alivio y gratitud, el hombre te ofrece una mano, indicando que puedes subir.
—Has demostrado ser alguien de fiar. Te agradezco la ayuda y, si te interesa, puedes acompañarnos a la siguiente isla. Allí todo estará más tranquilo —te ofrece, con una sonrisa que revela una mezcla de cansancio y triunfo.
Mientras observas la embarcación y las personas a bordo, sopesas la oferta. La adrenalina aún corre por tus venas, y aunque tu herida late con insistencia, la promesa de abandonar aquello y dirigirte hacia una nueva aventura es tentadora. Me imagino que el pavo real debe actuar en otros escenarios, ¿no?