El amor por la vida te lleva a tomar una decisión que en un principio no te habías planteado. Ya no digo el amor a la vida del cachorro, tal vez a la tuya propia, pues con el cansancio acumulado, sientes que tal vez pueda ser demasiado peligroso enfrentarse a una criatura de esas de nuevo, aunque en esta ocasión era solo una, y venías de cargarte a cuatro. Ya sabías cómo podría ser de duro el combate con esa criatura. Aunque tal vez quieras que el pequeño tigre no pierda a toda su familia, ya que ha perdido su madre y parece que, quien quiera que te esté siguiendo, va buscando su rastro.
Tras pensarlo, depositas el tigre en el suelo y le sueltas un precioso y emotivo, así como breve, discurso de motivación. Parece que te has acabado encariñando más de él de lo que podría nadie haber pensado. Quién lo habría dicho con el patadón que le calzaste nada más verle. Igual si no hubieras hecho nada de eso, no habrías tenido que enfrentarte a cuatro tigres. Una pena que jamás podamos saber esos pequeños pormenores.
Avanzas por el camino, sin duda es un sendero bastante peligroso, en ocasiones se vuelve sumamente estrecho, al menos para tí y tu portentoso tamaño. Los riscos se vuelven pronunciados y el sendero continúa zigzagueando. Con tu haki de observación no dejas de percibir más y más criaturas, alguna presencia se ve bastante grande, otra sin embargo no es más que un insecto bajo tu mano. Espero que no te den asco las tarántulas.
Tras un largo rato, en el que la fatiga ya hace que no puedas seguir más, parece que estás llegando a algún lugar. El sol está cayendo, en el horizonte una línea anaranjada baña el mar y todo cuanto su luz puede llegar a bañar. Ante tí un llano se alza. El camino que llega hasta la villa de abajo, nace en un gran portón de madera con arco de piedra que, en ese momento se encuentra abierto, con un hombre encendiendo unos pequeños fuegos en los laterales. Puedes reconocer, a través de la puerta abierta, una estructura de construcción clásica, a los laterales eres capaz de ver varias cañas de bambú plantadas en lo que parece ser un estanque, pero tampoco hay mucho más que puedas ver.
Tras estar todo el día dedicado a viajar hasta lo alto del diente, y alcanzar el dojo, sientes que tus fuerzas comienzan a flaquear. El agotamiento comienza a convertirse en tu peor enemigo y podrías tener las fuerzas justas para llegar por tu propio pie hasta la entrada del dojo, donde ese hombre que ha salido, está mirándote con algo de asombro.
Tras pensarlo, depositas el tigre en el suelo y le sueltas un precioso y emotivo, así como breve, discurso de motivación. Parece que te has acabado encariñando más de él de lo que podría nadie haber pensado. Quién lo habría dicho con el patadón que le calzaste nada más verle. Igual si no hubieras hecho nada de eso, no habrías tenido que enfrentarte a cuatro tigres. Una pena que jamás podamos saber esos pequeños pormenores.
Avanzas por el camino, sin duda es un sendero bastante peligroso, en ocasiones se vuelve sumamente estrecho, al menos para tí y tu portentoso tamaño. Los riscos se vuelven pronunciados y el sendero continúa zigzagueando. Con tu haki de observación no dejas de percibir más y más criaturas, alguna presencia se ve bastante grande, otra sin embargo no es más que un insecto bajo tu mano. Espero que no te den asco las tarántulas.
Tras un largo rato, en el que la fatiga ya hace que no puedas seguir más, parece que estás llegando a algún lugar. El sol está cayendo, en el horizonte una línea anaranjada baña el mar y todo cuanto su luz puede llegar a bañar. Ante tí un llano se alza. El camino que llega hasta la villa de abajo, nace en un gran portón de madera con arco de piedra que, en ese momento se encuentra abierto, con un hombre encendiendo unos pequeños fuegos en los laterales. Puedes reconocer, a través de la puerta abierta, una estructura de construcción clásica, a los laterales eres capaz de ver varias cañas de bambú plantadas en lo que parece ser un estanque, pero tampoco hay mucho más que puedas ver.
Tras estar todo el día dedicado a viajar hasta lo alto del diente, y alcanzar el dojo, sientes que tus fuerzas comienzan a flaquear. El agotamiento comienza a convertirse en tu peor enemigo y podrías tener las fuerzas justas para llegar por tu propio pie hasta la entrada del dojo, donde ese hombre que ha salido, está mirándote con algo de asombro.