Atlas
Nowhere | Fénix
03-08-2024, 12:44 PM
—¡Así que aquí estabas! —exclamó el sargento Shawn tras asomarse por encima del muro. No hacía demasiado de mi incorporación a la base de Loguetown, la cual se mostraba mucho más como el ente que había imaginado en un primer momento. El número de marines que había allí era abrumador y, en medio de tanto ajetreo, era mucho más fácil escabullirse.
Precisamente eso era lo que había intentado aquella mañana tras conocer que estaba prevista una jornada de adiestramiento un tanto peculiar. Según me habían dicho, se pretendía evaluar la capacidad de trabajo en equipo y adaptación a un medio hostil. También, claro está, comenzar con la instrucción en dichos ámbitos una vez nuestras capacidades hubieran sido evaluadas.
En definitiva, mucha palabrería para disimular que aquello prometía ser un auténtico tedio y el tipo de actividad que detestaba con todas mis fuerzas —sí, una más—. En la vida hay que ser consecuente con uno mismo, así que no lo había dudado a la hora de quitarme de en medio, aprovechar el rato que mis compañeros tenían para prepararse y marcharme cuanto más lejos mejor. Mi destino no fue otro que las inmediaciones de la base militar. Justo allí donde un desnivel del terreno provocaba que dos viviendas aledañas no estuviesen a la misma altura, oculto tras el muro que separaba el tejado de una del de la otra, me había tumbado sobre el tejado de la más baja para contemplar el paso de las nubes, disfrutar de los rayos de sol y ver la vida pasar.
Pero Shawn me había echado en falta. ¿Que por qué? La verdad era que no tenía ni idea, porque tenía suficientes reclutas a su cargo como para reparar en uno solo. ¿Acaso me iban a tocar todos los mandos que hacían bien su trabajo?
—No, es que había venido para buscar pro... —comencé a decir, mas el sargento no me dejó continuar.
Saltó el muro como una gacela y se abalanzó sobre mí con las manos bien abiertas y una mueca desencajada en el rostro. Era un poco más bajo que yo, pero eso no le impidió hacer gala de una nada desdeñable fuerza, agarrarme por la zona de la espalda y cargarme como una maleta de vuelta a las instalaciones militares.
—¡¿Qué provisiones ni provisiones?! ¡Aquí no tenemos problemas de abastecimiento ni nada que se le parezca! ¡Tu única obligación es entrenar e instruirte, así que ya estás tardando!
A pesar de que no oponía resistencia, en ningún momento se planteó la posibilidad de dejarme caminar a su lado o por delante de él para realizar el resto del recorrido. Por el contrario, me paseó como su equipaje por cuantos pasillos fueron necesarios —para mí que dio algún que otro rodeo para exhibirme como su trofeo— hasta detenerse frente a sendas grandes puertas de frio y gris metal.
—¡Ahí está el que faltaba! —exclamó al tiempo que daba una patada a la puerta y me arrojaba al centro de la estancia. Sí, al centro. No sé cuántos metros recorrí por el aire antes de aterrizar con estrépito y bastante dolorido. ¿Que por qué? Bueno, por algún motivo que desconocía había un sinfín de tipos en los márgenes de la sala que, armados con pistolas y fusiles, comenzaron a disparar sus proyectiles de goma hacia mí con tanta saña como puntería. Si alguno falló, no me di cuenta. Cuando me detuve me encontraba en medio un grupo de varios reclutas que me miraban con gesto de sorpresa, diversión o... ¿decepción? Sí, tal vez hubiera algo de eso.
De cualquier modo, al levantarme pude darme cuenta rápidamente de que lo que hubieran estado haciendo allí había terminado ya. Una bandera, lacia al no haber viento que la ondease, mantenía la que sin duda había sido su posición inicial, mientras que la otra no se encontraba donde le correspondería. Me gustaría decir que me había librado de una buena, pero sabía perfectamente que no era así. La jugarreta me había salido mal y había sido expuesto, así que el castigo sería probablemente bastante más intenso de lo que me gustaría.
—Buenos días —dije torpemente cuando el silencio a mi alrededor se hizo más largo de lo que se podría considerar cómodo. No tenía demasiado claro qué decir o hacer, así que me llevé la mano izquierda a la nuca y mostré la sonrisa más amplia que mis labios me permitían. Tal vez la simpatía natural que de tantos líos me había liado en mi aldea me pudiese servir allí también, aunque sospechaba que me disponía a darme contra un muro.
Precisamente eso era lo que había intentado aquella mañana tras conocer que estaba prevista una jornada de adiestramiento un tanto peculiar. Según me habían dicho, se pretendía evaluar la capacidad de trabajo en equipo y adaptación a un medio hostil. También, claro está, comenzar con la instrucción en dichos ámbitos una vez nuestras capacidades hubieran sido evaluadas.
En definitiva, mucha palabrería para disimular que aquello prometía ser un auténtico tedio y el tipo de actividad que detestaba con todas mis fuerzas —sí, una más—. En la vida hay que ser consecuente con uno mismo, así que no lo había dudado a la hora de quitarme de en medio, aprovechar el rato que mis compañeros tenían para prepararse y marcharme cuanto más lejos mejor. Mi destino no fue otro que las inmediaciones de la base militar. Justo allí donde un desnivel del terreno provocaba que dos viviendas aledañas no estuviesen a la misma altura, oculto tras el muro que separaba el tejado de una del de la otra, me había tumbado sobre el tejado de la más baja para contemplar el paso de las nubes, disfrutar de los rayos de sol y ver la vida pasar.
Pero Shawn me había echado en falta. ¿Que por qué? La verdad era que no tenía ni idea, porque tenía suficientes reclutas a su cargo como para reparar en uno solo. ¿Acaso me iban a tocar todos los mandos que hacían bien su trabajo?
—No, es que había venido para buscar pro... —comencé a decir, mas el sargento no me dejó continuar.
Saltó el muro como una gacela y se abalanzó sobre mí con las manos bien abiertas y una mueca desencajada en el rostro. Era un poco más bajo que yo, pero eso no le impidió hacer gala de una nada desdeñable fuerza, agarrarme por la zona de la espalda y cargarme como una maleta de vuelta a las instalaciones militares.
—¡¿Qué provisiones ni provisiones?! ¡Aquí no tenemos problemas de abastecimiento ni nada que se le parezca! ¡Tu única obligación es entrenar e instruirte, así que ya estás tardando!
A pesar de que no oponía resistencia, en ningún momento se planteó la posibilidad de dejarme caminar a su lado o por delante de él para realizar el resto del recorrido. Por el contrario, me paseó como su equipaje por cuantos pasillos fueron necesarios —para mí que dio algún que otro rodeo para exhibirme como su trofeo— hasta detenerse frente a sendas grandes puertas de frio y gris metal.
—¡Ahí está el que faltaba! —exclamó al tiempo que daba una patada a la puerta y me arrojaba al centro de la estancia. Sí, al centro. No sé cuántos metros recorrí por el aire antes de aterrizar con estrépito y bastante dolorido. ¿Que por qué? Bueno, por algún motivo que desconocía había un sinfín de tipos en los márgenes de la sala que, armados con pistolas y fusiles, comenzaron a disparar sus proyectiles de goma hacia mí con tanta saña como puntería. Si alguno falló, no me di cuenta. Cuando me detuve me encontraba en medio un grupo de varios reclutas que me miraban con gesto de sorpresa, diversión o... ¿decepción? Sí, tal vez hubiera algo de eso.
De cualquier modo, al levantarme pude darme cuenta rápidamente de que lo que hubieran estado haciendo allí había terminado ya. Una bandera, lacia al no haber viento que la ondease, mantenía la que sin duda había sido su posición inicial, mientras que la otra no se encontraba donde le correspondería. Me gustaría decir que me había librado de una buena, pero sabía perfectamente que no era así. La jugarreta me había salido mal y había sido expuesto, así que el castigo sería probablemente bastante más intenso de lo que me gustaría.
—Buenos días —dije torpemente cuando el silencio a mi alrededor se hizo más largo de lo que se podría considerar cómodo. No tenía demasiado claro qué decir o hacer, así que me llevé la mano izquierda a la nuca y mostré la sonrisa más amplia que mis labios me permitían. Tal vez la simpatía natural que de tantos líos me había liado en mi aldea me pudiese servir allí también, aunque sospechaba que me disponía a darme contra un muro.