Silver
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07-11-2024, 02:05 AM
Selva Profunda, Isla Momobami
Día 36 de Verano del año 724
Día 36 de Verano del año 724
El último rayo de sol se colaba entre las copas de los árboles mientras Alistair completaba su trabajo, cada movimiento lleno de calma y cuidado. El imponente tigre de dos cabezas permanecía en silencio, observándolo con ojos cansados y vigilantes mientras él aplicaba la "panacea" sobre sus heridas y dejaba que los jugos de la planta surtieran efecto. La criatura, que al principio parecía recelosa, fue cediendo a la calma que emanaba del revolucionario y, al final, dejó que el poder curativo de la planta hiciera su trabajo.
El revolucionario lunarian observó, satisfecho, cómo el tigre comenzaba a respirar con mayor facilidad. Sus ojos, antes nublados por el dolor, brillaban ahora con una nueva vitalidad, como si comprendiera que aquel extraño alado no era una amenaza, sino una inesperada fuente de alivio. Alistair esbozó una sonrisa tranquila mientras acariciaba el lomo de la bestia, y el tigre pareció aceptar el gesto, inclinando una de sus enormes cabezas hacia él en señal de respeto.
Ya sin la preciada planta, Alistair se preparó para el regreso, sin un trofeo tangible, pero con la satisfacción de haber hecho lo correcto, guiado por su instinto compasivo. Su misión no era siempre sobre victorias personales, sino sobre cuidar de otros, incluso cuando el "otro" era una bestia salvaje y solitaria.
Cuando comenzó a marcharse, notó que el tigre lo observaba desde la entrada del claro, como si le estuviera brindando una silenciosa despedida, antes de qye se sumergiese nuevamente en la densa vegetación de la Selva Profunda. Al abrirse camino entre las enredaderas, tuvo la sensación de que esa criatura, ahora sanada, sería un guardián amable para cualquiera que viniera con buenas intenciones, quizás en señal de gratitud por el acto desinteresado del revolucionario.
Su travesía de regreso a la Bahía de los Olvidados fue tranquila, sin más obstáculos que los habituales susurros de la selva y el persistente aroma de la niebla que cubría el ambiente. Con cada paso, Alistair sabía que no había encontrado la "panacea" como un botín, pero la isla le había otorgado algo distinto: una lección de su propia humanidad y la oportunidad de dejar una marca de bondad, aunque efímera, en aquel mundo salvaje.