Asradi
Völva
07-11-2024, 02:10 AM
Fue siguiéndoles poco a poco, intentando ser lo más sigilosa posible o, al menos, todo lo sigilosa que podía ser una sirena en tierra y que aún no había sido capaz de separar la cola en piernas. Eso era una desventaja para ella en muchos sentidos. Era más vulnerable a que la descubriesen con más facilidad, por mucho que, por norma general, se pusiese una prenda de ropa larga por encima. De todas maneras, ahora estaba más centrada en seguir a eses tipos e iba frunciendo el ceño según les escuchaba hablar.
Seguían hablando del cargamento. ¿Se estarían refiriendo a ella o a otra cosa como tal? Aunque cada vez que mencionaban el tema de los grilletes sentía como la crispación iba en aumento. Fuese como fuese, continuó siguiéndoles con el mayor cuidado posible, incluso a través de aquel estrecho y poco salubre callejón. Todavía podía oler, a lo lejos, el aroma a mar. Y lo añoraba profundamente. Quizás tendría que haberse dado media vuelta cuando tuvo la oportunidad. Pero había algo en eses tipos, en esa situación, que no le gustaba lo más mínimo. Asradi aprieta ligeramente los labios y entorna los ojos cuando, al poco rato, el grupo de hombres se meten en una casa que se encuentra al fondo del callejón.
— Diantres... — Musitó para sí misma cuando se encontró en el exterior.
Efectivamente, podría ahora darse media vuelta y olvidarse de todo ese tema. Ignorarles y comenzar a buscar a Ragnheidr y a Airgid. O incluso a Ubben si se encontrase por las cercanías. Pero un pensamiento recurrente, y oscuro, llevaba taladrándole la cabeza durante un buen rato. Un sentimiento de miedo y preocupación a partes iguales.
¿Y si se trataba de él?
La pelinegra tragó saliva. Todo su cuerpo tembló ligeramente de manera automática. Era como un acto reflejo que no podía evitar todavía. Pero si era así... Prefería encararse a arriesgar a los demás a sufrir algún daño porque quisieran ayudarla o protegerla. No les podía hacer eso.
Asradi rodeó ligeramente la casa, aunque solo de manera parcial. Era consciente de que, por ahora, se encontraba en desventaja, y ya habían logrado drogarla en aquella fiesta que habían tenido después de haber ayudado a liberar al pueblo de Oykot y regresarles un trabajo digno a los balleneros. Y, aún así, no estaba dispuesta a dejar las cosas de esa manera. Intentó sopesar sus posibilidades. Eran tres, solamente tres. Con un poco de suerte, y maña, quizás podría con ellos. Pero antes necesitaba averiguar más.
Buscó una ventana por la que colarse, y encontró una entreabierta. Era arriesgado, sin duda alguna, pero por ahora necesitaba más información. Porque, sucediese lo que sucediese, la cosa no se iba a quedar así. Encontró un par de cajas que apiló y dispuso para subirse y, así, poder hacer fuerza para abrir la ventana. Le costó al principio, pero pudo subirla lo suficiente como para que su cuerpo cupiese. Se deslizó todo lo que pudo hasta terminar en el interior de la casa. Miró y rebuscó a su alrededor, a ver si veía algún tipo de cargamento, intentando no ser descubierta todavía por esa gente. Y, de paso, se acomodó detrás de una puerta entreabierta que daba lugar a una habitación sencilla donde se encontraban los tres hombres que habían entrado. El suelo chirriaba suavemente bajo su paso, por lo que intentó moverse despacio y con todo el cuidado posible. Una vez dispuesta en su escondite, solo esperó.
Asradi intentó moderar su respiración y obligarse a calmarse. De momento necesitaba más información al respecto, así que de momento se quedó ahí, detrás del umbral de la puerta y refugiada en un lateral de la misma, apenas asomando lo justo y lo necesario para ver si había alguien más que eses tres varones. Ya fuesen personas o algo más relevante. Y, por supuesto, intentar enterarse de que iba todo aquello.
La conversación no tardó en reanudarse y ella puso la oreja. Habían sido mencionados dos nombres: Monclair y Giannis. Frunció levemente el ceño, no les sonaba de nada o, al menos, no recordaba dichos nombres.
Pero fue el hecho de las mercancías vivas lo que terminó de colmar su paciencia.
Era suficiente para ella.
— ¿De qué mercancías vivas estáis hablando? — La efigie de la sirena, en toda la estatura que le permitía, dignamente, su cola, se dejó ver bajo el umbral de aquella puerta.
Tenía una mirada no solo cuidadosa, sino también seria y punzante. Aquella situación no le gustaba ni un solo pelo. Y era consciente de que, seguramente, ella fuese parte de esas mercancías o, al menos, esa fuese la intención a juzgar por cómo la habían drogado.
Se estaba arriesgando demasiado, lo sabía, era consciente. Y seguramente se lo recriminase a sí misma después. Pero no podía aguantar ese tipo de cosas.
Seguían hablando del cargamento. ¿Se estarían refiriendo a ella o a otra cosa como tal? Aunque cada vez que mencionaban el tema de los grilletes sentía como la crispación iba en aumento. Fuese como fuese, continuó siguiéndoles con el mayor cuidado posible, incluso a través de aquel estrecho y poco salubre callejón. Todavía podía oler, a lo lejos, el aroma a mar. Y lo añoraba profundamente. Quizás tendría que haberse dado media vuelta cuando tuvo la oportunidad. Pero había algo en eses tipos, en esa situación, que no le gustaba lo más mínimo. Asradi aprieta ligeramente los labios y entorna los ojos cuando, al poco rato, el grupo de hombres se meten en una casa que se encuentra al fondo del callejón.
— Diantres... — Musitó para sí misma cuando se encontró en el exterior.
Efectivamente, podría ahora darse media vuelta y olvidarse de todo ese tema. Ignorarles y comenzar a buscar a Ragnheidr y a Airgid. O incluso a Ubben si se encontrase por las cercanías. Pero un pensamiento recurrente, y oscuro, llevaba taladrándole la cabeza durante un buen rato. Un sentimiento de miedo y preocupación a partes iguales.
¿Y si se trataba de él?
La pelinegra tragó saliva. Todo su cuerpo tembló ligeramente de manera automática. Era como un acto reflejo que no podía evitar todavía. Pero si era así... Prefería encararse a arriesgar a los demás a sufrir algún daño porque quisieran ayudarla o protegerla. No les podía hacer eso.
Asradi rodeó ligeramente la casa, aunque solo de manera parcial. Era consciente de que, por ahora, se encontraba en desventaja, y ya habían logrado drogarla en aquella fiesta que habían tenido después de haber ayudado a liberar al pueblo de Oykot y regresarles un trabajo digno a los balleneros. Y, aún así, no estaba dispuesta a dejar las cosas de esa manera. Intentó sopesar sus posibilidades. Eran tres, solamente tres. Con un poco de suerte, y maña, quizás podría con ellos. Pero antes necesitaba averiguar más.
Buscó una ventana por la que colarse, y encontró una entreabierta. Era arriesgado, sin duda alguna, pero por ahora necesitaba más información. Porque, sucediese lo que sucediese, la cosa no se iba a quedar así. Encontró un par de cajas que apiló y dispuso para subirse y, así, poder hacer fuerza para abrir la ventana. Le costó al principio, pero pudo subirla lo suficiente como para que su cuerpo cupiese. Se deslizó todo lo que pudo hasta terminar en el interior de la casa. Miró y rebuscó a su alrededor, a ver si veía algún tipo de cargamento, intentando no ser descubierta todavía por esa gente. Y, de paso, se acomodó detrás de una puerta entreabierta que daba lugar a una habitación sencilla donde se encontraban los tres hombres que habían entrado. El suelo chirriaba suavemente bajo su paso, por lo que intentó moverse despacio y con todo el cuidado posible. Una vez dispuesta en su escondite, solo esperó.
Asradi intentó moderar su respiración y obligarse a calmarse. De momento necesitaba más información al respecto, así que de momento se quedó ahí, detrás del umbral de la puerta y refugiada en un lateral de la misma, apenas asomando lo justo y lo necesario para ver si había alguien más que eses tres varones. Ya fuesen personas o algo más relevante. Y, por supuesto, intentar enterarse de que iba todo aquello.
La conversación no tardó en reanudarse y ella puso la oreja. Habían sido mencionados dos nombres: Monclair y Giannis. Frunció levemente el ceño, no les sonaba de nada o, al menos, no recordaba dichos nombres.
Pero fue el hecho de las mercancías vivas lo que terminó de colmar su paciencia.
Era suficiente para ella.
— ¿De qué mercancías vivas estáis hablando? — La efigie de la sirena, en toda la estatura que le permitía, dignamente, su cola, se dejó ver bajo el umbral de aquella puerta.
Tenía una mirada no solo cuidadosa, sino también seria y punzante. Aquella situación no le gustaba ni un solo pelo. Y era consciente de que, seguramente, ella fuese parte de esas mercancías o, al menos, esa fuese la intención a juzgar por cómo la habían drogado.
Se estaba arriesgando demasiado, lo sabía, era consciente. Y seguramente se lo recriminase a sí misma después. Pero no podía aguantar ese tipo de cosas.