Qazan
Qazan
07-11-2024, 10:37 AM
Gusanos, tarántulas, pájaros cantores, jabalís... Podía detectar una barbaridad de presencias que por suerte no representaban ninguna amenaza. El tigre que venía dándome caza parecía que había conseguido su objetivo pues luego de dejar a la pequeña cachorra para que la recogiese, no volví a sentir su intimidante presencia. El hambre comenzaba a hacer mella en mi, el estómago comenzaba a rugirme casi del mismo modo que la manada de tigres solo que a este no había manera de acallarlo. - Debí coger algo para el camino-. Dije mientras seguía caminando sin querer pensarlo demasiado pues entre el cansancio del combate y el hambre, esto ya resultaba muy tedioso. Atardecía, había salido por la mañana temprano a la villa pero habían sucedido tantas cosas una detras de otra que había perdido la noción del tiempo, me estaba quedando sin luz para llegar al dichoso dojo del averno. -No se a quién se le ocurrió la genial idea de construir aquí un dojo... Pero más les vale ayudarme a hacerme más fuerte o pienso tirar cada pared montaña abajo-. Dije mientras seguía caminando.
Apenas quedaba ya sol para ver por donde pisaba, un paso en falso y me iba al otro barrio de la tremenda caída que había desde esta altura. Desde aquella altura se podía ver justo el momento exacto en el que el sol terminaba de ponerse. A mu alrededor, el paisaje se extiendía en un tapiz de verdes y marrones, mientras que a lo lejos, el horizonte se difuminaba donde el cielo y el mar parecen fundirse en una sola línea azulada. La luz del atardecer comienza a teñirlo todo de tonos cálidos, dorados y anaranjados, mientras el sol se va escondiendo lentamente detrás del océano. El aire es fresco, salino, aunque eso no aliviaba ni mucho el cansancio acumulado durante todo el día, sin embargo las vistas ayudaban mucho a sobrellevar el camino sin fin que había decidido recorrer.
Finalmente, conseguía llegar a la cima, el paisaje me robaba el poco aliento que me quedaba. Ante mi se extendía un gran llano en lo más alto de la montaña donde lo más sorprendente es la presencia serena del Dojo que se erige con majestuosidad sobre la cima. El templo, con su estructura de madera oscura, tejados curvados hacia el cielo y detalles dorados que brillan suavemente con la luz del sol, parece haber estado allí durante siglos. Un par de enormes linternas de piedra flanquean el acceso a la entrada, y unos escalones de piedra, cubiertos de musgo, conducen hasta un umbral adornado con intrincados grabados. A medida que me iba acercando, el sonido del viento se mezclaba con el suave tintineo de campanas de viento, el aire se llenaba de un silencio reverente, como si todo el lugar estuviera aguardando en una quietud sagrada. A sus puertas el hombre que había encendido anteriormente las gigantescas linternas de piedra se había quedado parado al verme aparecer entre la penumbra y la oscuridad. Mi caminar ya era muy lento y pesado, en cualquier momento desfallecería del cansancio, aunque de cualquier modo ya había alcanzado mi objetivo, había llegado al Dojo en lo mas alto del colmillo. -Por fin... he llegado-. Dije con mi último aliento antes de caer al suelo por el cansancio.
Apenas quedaba ya sol para ver por donde pisaba, un paso en falso y me iba al otro barrio de la tremenda caída que había desde esta altura. Desde aquella altura se podía ver justo el momento exacto en el que el sol terminaba de ponerse. A mu alrededor, el paisaje se extiendía en un tapiz de verdes y marrones, mientras que a lo lejos, el horizonte se difuminaba donde el cielo y el mar parecen fundirse en una sola línea azulada. La luz del atardecer comienza a teñirlo todo de tonos cálidos, dorados y anaranjados, mientras el sol se va escondiendo lentamente detrás del océano. El aire es fresco, salino, aunque eso no aliviaba ni mucho el cansancio acumulado durante todo el día, sin embargo las vistas ayudaban mucho a sobrellevar el camino sin fin que había decidido recorrer.
Finalmente, conseguía llegar a la cima, el paisaje me robaba el poco aliento que me quedaba. Ante mi se extendía un gran llano en lo más alto de la montaña donde lo más sorprendente es la presencia serena del Dojo que se erige con majestuosidad sobre la cima. El templo, con su estructura de madera oscura, tejados curvados hacia el cielo y detalles dorados que brillan suavemente con la luz del sol, parece haber estado allí durante siglos. Un par de enormes linternas de piedra flanquean el acceso a la entrada, y unos escalones de piedra, cubiertos de musgo, conducen hasta un umbral adornado con intrincados grabados. A medida que me iba acercando, el sonido del viento se mezclaba con el suave tintineo de campanas de viento, el aire se llenaba de un silencio reverente, como si todo el lugar estuviera aguardando en una quietud sagrada. A sus puertas el hombre que había encendido anteriormente las gigantescas linternas de piedra se había quedado parado al verme aparecer entre la penumbra y la oscuridad. Mi caminar ya era muy lento y pesado, en cualquier momento desfallecería del cansancio, aunque de cualquier modo ya había alcanzado mi objetivo, había llegado al Dojo en lo mas alto del colmillo. -Por fin... he llegado-. Dije con mi último aliento antes de caer al suelo por el cansancio.