Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
07-11-2024, 10:16 PM
Camille frunció ligeramente el ceño cuando vio cómo Frida miraba al resto, con esa altanería que tanto podía caracterizar a un ególatra que hubiera consigo que le dieran la razón en algo. Porque sí, tenía que concederle que los humos que se gastaba no venían de la nada: la mujer era fuerte y lo había demostrado con contundencia frente a Bazzle. El marine no había tenido la menor oportunidad, lo que generó en la oni cierta inquietud. Esa demostración había sido ilustrativa de los motivos por los que Garnett quería que ambos estuvieran allí esa noche. La pregunta que se planteaba a continuación era: ¿Serían capaces de estar a la altura?
Frida volvió junto a su grupo, quienes la recibieron casi con indiferencia tras su declaración de intenciones, como si no hubiera sido sorprendente en absoluto. Poco después, el resto de combates empezaron a sucederse. Todos y cada uno de ellos carecieron de interés para Camille, que clavó su mirada sobre un punto en la nada mientras estos se sucedían y ella se sumía en sus pensamientos. Tan solo salió de su ensimismamiento cuando la voz del sargento anunció que Atlas se encontraba entre los dos próximos contendientes. Parpadeo un par de veces, volviendo en sí misma y enderezando la espalda tras haberla mantenido inclinada hacia el frente durante un buen rato, dispuesta a no perderse el más mínimo detalle de lo que fuera a ocurrir a continuación.
Casualidades de la vida, el oponente de su compañero no era ni más ni menos que Jory, el skypiean de plumas rojas que tan a la ligera se había tomado todo hasta el momento. Mientras Atlas empuñaba un palo que sustituiría a su naginata, nuestro amigo se limitó a coger dos pequeños palos que parecían baquetas. ¿Iba a marcarse un concierto en mitad del torneo?
—Enséñale cómo nos las gastamos en el G-31 —le dijo al rubio antes de que se alejara, sonriéndole con complicidad.
Estaba plenamente segura de que se alzaría con la victoria, aunque no se esperaba que el combate fuera a extenderse tanto como lo hizo. El enfrentamiento se convirtió rápidamente en un intercambio constante de ataques y bloqueos, donde en ocasiones Jory parecía superior al bueno de Atlas mientras que, en otras, sucedía justo lo contrario. Sin embargo, aquella función empezó a anunciar su fin en cuando el skypiean entendió que sus trucos no servirían en aquella ocasión. Atlas podía ser un escaqueado y un vago, Shawn podría clamarlo a viva voz, pero si algo no se le podía negar era su habilidad en combate. Tras romper los esquemas del emplumado, el rubio se limitó a esperar por su oportunidad para zanjar aquello de una vez por todas. Y vaya si lo hizo. En cuanto vio la oportunidad, acabó con todas las esperanzas de su adversario de un único golpe definitivo. Por supuesto, no dejó escapar la oportunidad de devolverle el guante a Frida nada más terminar.
Camille sonrió, aunque no era por altanería sino por orgullo y una pizca de alivio. Estaba claro que los nuevos no eran personas ordinarias, y aunque no había dudado en ningún momento de que Atlas saldría victorioso, se mantuvo latente una leve preocupación por su integridad durante los primeros compases del combate. Su sonrisa se borró en el momento en que vio cómo Frida se acercaba a ayudar a su compañero, sustituida por un gesto de sorpresa. Tal vez, y solo tal vez, hubiera algo salvable bajo esa barrera de arrogancia e insubordinación.
—¡Siguiente combate! ¡Camille contra Leo! —anunció Garnett, justo cuando Atlas volviera junto a ella.
La morena se puso en pie, sobresaliendo entre todos los presentes.
—Buena pelea —le dijo a su compañero, ofreciéndole el puño como hubieran hecho los novatos para que se lo chocase—. Procuraré estar a la altura —y sonrió.
Por su parte, la oni encontró entre las improvisadas armas del Torneo del Calabozo una suerte de bate gigantesco y rudimentario que haría las veces de odachi. No era exactamente como su espada: ni el peso ni el agarre se parecían lo más mínimo, pero podría apañarse. Tras tantearlo un poco entre las manos, se situó en el centro del hexágono y Leo no tardó en hacer lo propio. En su caso, se había equipado con lo más parecido que había encontrado a una espada: un palo más pequeño que el de Camille. No es que el tamaño marcase la diferencia, pero resultaba casi cómico ver a la recluta con aquel pedazo de garrote frente al león orgulloso que llevaba una ramita.
El sargento les dio unos pocos segundos antes de bajar los brazos para dar comienzo al combate.
—¡Empezad!
No había llegado a pasar un segundo completo cuando Leo salió disparado hacia ella a toda velocidad, tan rápido que pilló desprevenida a Camille. Apenas le dio tiempo a alzar su «espada», interponiéndola en la trayectoria del ataque. La madera chocando resonó con fuerza a lo largo y ancho del almacén que les daba cobijo, e incluso la potencia del impacto fue suficiente como para que la oni arrastrara los pies unos pocos centímetros hacia atrás. ¿Su respuesta? Sonreír con vehemencia antes de hacer uso de su fuerza sobrehumana para empujar el arma del contrario y hacerle retroceder a trompicones. Giró el garrote en la mano y aprovechó la pequeña pausa para reposicionarse. Leo chasqueó la lengua al ver que su ataque sorpresa no había surtido el efecto esperado.
—Casi —le provocó, mirándole fijamente.
—Casi —repitió el melenudo marine, devolviéndole la mirada con desafío.
Ambos se lanzaron el uno contra el otro y, durante lo que debieron ser un par de minutos, intercambiaron ataques sin cesar. Leo atacaba más veces y más rápido que Camille, mientras que ella lo hacía menos veces pero con una contundencia que el muchacho no podía igualar. Ambos recibieron más de un golpe, aunque los que se llevaba la oni parecían no tener efecto alguno, casi ignorados. Leo no corría la misma suerte. Acertaba más que su oponente, pero cada vez que la morena le encajaba un garrotazo lo hacía retroceder con la respiración entrecortada. Al final, tras tres o cuatro golpes así, el león apenas se tenía en pie.
—Esto no va de ganar siempre tú solo —le dijo entonces Camille, posicionándose nuevamente en el centro del hexágono, a unos pocos metros de su oponente. Alzó el garrote y lo apuntó hacia Leo—. Va de conocer tus límites y aprender a superarlos. Y a veces, para eso, vas a necesitar ayuda.
—¿Ayuda...? —masculló Leo entre jadeos—. No necesito ninguna ayuda para sacarte de este hexágono. Solo los débiles necesitan que les ayuden.
Camille negó con la cabeza y se preparó en cuanto vio la rabia en los ojos de Leo, que se lanzó de nuevo hacia ella como hubiera hecho al principio, a una velocidad endiablada digna de un cazador que sale disparado hacia su presa. Sin embargo, esta vez la oni estaba atenta. Giró sobre sus pies y desvió el ataque del león, haciendo que pasara de largo y le diera la espalda. Este trató de girarse rápidamente para encararla, pero en cuanto lo hizo el garrote le alcanzó en el torso y lo mandó por los aires fuera del hexágono. Tras la caída, lo único que se escuchó por un par de segundos fue la tos de Leo y sus fuertes jadeos.
Apoyó el garrote en el hombro y se llevó la mano libre a la cintura, como quien ha terminado de barrer el suelo. En parte así era. Sus ojos buscaron a Frida y a su grupo, que volvieron a movilizarse para ayudar a Leo. Pudo ver en los ojos de la mujer un destello de rabia y enfado; quizá preocupación. El castillo se iba desmoronando poco a poco.
Frida volvió junto a su grupo, quienes la recibieron casi con indiferencia tras su declaración de intenciones, como si no hubiera sido sorprendente en absoluto. Poco después, el resto de combates empezaron a sucederse. Todos y cada uno de ellos carecieron de interés para Camille, que clavó su mirada sobre un punto en la nada mientras estos se sucedían y ella se sumía en sus pensamientos. Tan solo salió de su ensimismamiento cuando la voz del sargento anunció que Atlas se encontraba entre los dos próximos contendientes. Parpadeo un par de veces, volviendo en sí misma y enderezando la espalda tras haberla mantenido inclinada hacia el frente durante un buen rato, dispuesta a no perderse el más mínimo detalle de lo que fuera a ocurrir a continuación.
Casualidades de la vida, el oponente de su compañero no era ni más ni menos que Jory, el skypiean de plumas rojas que tan a la ligera se había tomado todo hasta el momento. Mientras Atlas empuñaba un palo que sustituiría a su naginata, nuestro amigo se limitó a coger dos pequeños palos que parecían baquetas. ¿Iba a marcarse un concierto en mitad del torneo?
—Enséñale cómo nos las gastamos en el G-31 —le dijo al rubio antes de que se alejara, sonriéndole con complicidad.
Estaba plenamente segura de que se alzaría con la victoria, aunque no se esperaba que el combate fuera a extenderse tanto como lo hizo. El enfrentamiento se convirtió rápidamente en un intercambio constante de ataques y bloqueos, donde en ocasiones Jory parecía superior al bueno de Atlas mientras que, en otras, sucedía justo lo contrario. Sin embargo, aquella función empezó a anunciar su fin en cuando el skypiean entendió que sus trucos no servirían en aquella ocasión. Atlas podía ser un escaqueado y un vago, Shawn podría clamarlo a viva voz, pero si algo no se le podía negar era su habilidad en combate. Tras romper los esquemas del emplumado, el rubio se limitó a esperar por su oportunidad para zanjar aquello de una vez por todas. Y vaya si lo hizo. En cuanto vio la oportunidad, acabó con todas las esperanzas de su adversario de un único golpe definitivo. Por supuesto, no dejó escapar la oportunidad de devolverle el guante a Frida nada más terminar.
Camille sonrió, aunque no era por altanería sino por orgullo y una pizca de alivio. Estaba claro que los nuevos no eran personas ordinarias, y aunque no había dudado en ningún momento de que Atlas saldría victorioso, se mantuvo latente una leve preocupación por su integridad durante los primeros compases del combate. Su sonrisa se borró en el momento en que vio cómo Frida se acercaba a ayudar a su compañero, sustituida por un gesto de sorpresa. Tal vez, y solo tal vez, hubiera algo salvable bajo esa barrera de arrogancia e insubordinación.
—¡Siguiente combate! ¡Camille contra Leo! —anunció Garnett, justo cuando Atlas volviera junto a ella.
La morena se puso en pie, sobresaliendo entre todos los presentes.
—Buena pelea —le dijo a su compañero, ofreciéndole el puño como hubieran hecho los novatos para que se lo chocase—. Procuraré estar a la altura —y sonrió.
Por su parte, la oni encontró entre las improvisadas armas del Torneo del Calabozo una suerte de bate gigantesco y rudimentario que haría las veces de odachi. No era exactamente como su espada: ni el peso ni el agarre se parecían lo más mínimo, pero podría apañarse. Tras tantearlo un poco entre las manos, se situó en el centro del hexágono y Leo no tardó en hacer lo propio. En su caso, se había equipado con lo más parecido que había encontrado a una espada: un palo más pequeño que el de Camille. No es que el tamaño marcase la diferencia, pero resultaba casi cómico ver a la recluta con aquel pedazo de garrote frente al león orgulloso que llevaba una ramita.
El sargento les dio unos pocos segundos antes de bajar los brazos para dar comienzo al combate.
—¡Empezad!
No había llegado a pasar un segundo completo cuando Leo salió disparado hacia ella a toda velocidad, tan rápido que pilló desprevenida a Camille. Apenas le dio tiempo a alzar su «espada», interponiéndola en la trayectoria del ataque. La madera chocando resonó con fuerza a lo largo y ancho del almacén que les daba cobijo, e incluso la potencia del impacto fue suficiente como para que la oni arrastrara los pies unos pocos centímetros hacia atrás. ¿Su respuesta? Sonreír con vehemencia antes de hacer uso de su fuerza sobrehumana para empujar el arma del contrario y hacerle retroceder a trompicones. Giró el garrote en la mano y aprovechó la pequeña pausa para reposicionarse. Leo chasqueó la lengua al ver que su ataque sorpresa no había surtido el efecto esperado.
—Casi —le provocó, mirándole fijamente.
—Casi —repitió el melenudo marine, devolviéndole la mirada con desafío.
Ambos se lanzaron el uno contra el otro y, durante lo que debieron ser un par de minutos, intercambiaron ataques sin cesar. Leo atacaba más veces y más rápido que Camille, mientras que ella lo hacía menos veces pero con una contundencia que el muchacho no podía igualar. Ambos recibieron más de un golpe, aunque los que se llevaba la oni parecían no tener efecto alguno, casi ignorados. Leo no corría la misma suerte. Acertaba más que su oponente, pero cada vez que la morena le encajaba un garrotazo lo hacía retroceder con la respiración entrecortada. Al final, tras tres o cuatro golpes así, el león apenas se tenía en pie.
—Esto no va de ganar siempre tú solo —le dijo entonces Camille, posicionándose nuevamente en el centro del hexágono, a unos pocos metros de su oponente. Alzó el garrote y lo apuntó hacia Leo—. Va de conocer tus límites y aprender a superarlos. Y a veces, para eso, vas a necesitar ayuda.
—¿Ayuda...? —masculló Leo entre jadeos—. No necesito ninguna ayuda para sacarte de este hexágono. Solo los débiles necesitan que les ayuden.
Camille negó con la cabeza y se preparó en cuanto vio la rabia en los ojos de Leo, que se lanzó de nuevo hacia ella como hubiera hecho al principio, a una velocidad endiablada digna de un cazador que sale disparado hacia su presa. Sin embargo, esta vez la oni estaba atenta. Giró sobre sus pies y desvió el ataque del león, haciendo que pasara de largo y le diera la espalda. Este trató de girarse rápidamente para encararla, pero en cuanto lo hizo el garrote le alcanzó en el torso y lo mandó por los aires fuera del hexágono. Tras la caída, lo único que se escuchó por un par de segundos fue la tos de Leo y sus fuertes jadeos.
Apoyó el garrote en el hombro y se llevó la mano libre a la cintura, como quien ha terminado de barrer el suelo. En parte así era. Sus ojos buscaron a Frida y a su grupo, que volvieron a movilizarse para ayudar a Leo. Pudo ver en los ojos de la mujer un destello de rabia y enfado; quizá preocupación. El castillo se iba desmoronando poco a poco.