Umibozu
El Naufragio
08-11-2024, 01:06 PM
Día 29 de Verano del año 724 poco después de las ocho de la mañana,
East Blue.
East Blue.
Atrás quedaba el antiguo reino de Oykot, tanto en el espacio, como en el tiempo. A mi espalda se encontraba la actual isla de Oykot con más trabajo por delante del que jamás hubieran tenido. Tras haber derrocado el orden público, la reina había sido apresada y el control de la isla otorgado a Karina, la líder de los balleneros. Era una mujer de férreo y arrollador carácter, pero justa y lo más importantes, se preocupaba por su gente y sus intereses, no solo por su superioridad y privilegios. El tiempo en Oykot había sido mi primera misión como miembro del Ejército Revolucionario, pero había significado algo más. Había sido el inicio de una nueva etapa en mi vida. Un tiempo breve, pero intenso que había afianzado los lazos con el grupo con el que ahora viajaba. Los había conocido a todos en la boda de Tofun con su esposa octogenaria. No había hablado demasiado con ellos, ni había esperado que fueran parte de tan particular y pintoresco grupo de rebeldes. Una vez más, el mar había mostrado que sus corrientes son inescrutables y uno solo podía sino aceptar el lugar al que tuvieran a bien llevarte. Nunca era buena idea navegar contracorriente. Quién lo hacía, moría. Y sino que se lo dijeran a los salmones…
Viajaba siguiendo la estela de La Alborada, el barco insignia del grupo con el que habíamos llegado. Con él llegó la esperanza a Oykot y con él zarpó la injusticia. Desde el fondo marino miraba a la embarcación, como el custodio vigilaba a su protegido. Invisible, pero siempre presente. Prefería la profundidad a la superficie. Allí arriba todo era demasiado ruidoso y había demasiada gente y caos. Aquí abajo todo era más estable, más sereno, más yo. Además tras las largas jornadas de fiesta en Oykot después de nuestra arrolladora victoria me había quedado sin algas para fumar, así que necesitaba hacer de nuevo acopio de ellas y ponerlas a secar. El aroma de las algas del East Blue era particular. A decir verdad, cada lugar otorgaba una particularidad única en el aroma, sabor o densidad al humo de sus especies. Incluso aún siendo la misma, no sabía igual al paladar y a los pulmones. Las del East Blue tenían un punto salado que me gustaba. De todas, quizás mis preferidas fueran las algas pardas, pues además tenían un ligero sabor a tostado; seguramente gracias a sus pigmentos.
Disfrutaba de la soledad. Había pasado la mayor parte de mi vida así y, a diferencia de muchos, no me suponía ningún drama. Me permitía pensar y estar a solas conmigo mismo, cosa que no todo el mundo parecía ser capaz de hacer. Era una habilidad que se tenía que entrenar, pero que permitía forjar una fuerte voluntad, tenacidad y tener los objetivos claros. También ayudaba a procesar los cambios en tu vida, los voluntarios y los que el mar imponía. Sin embargo, también sabía apreciar las virtudes que tenían las ciudades, en especial las tabernas. También debía reconocer que con tan pintoresco grupo, me encontraba especialmente cómodo. A cada cual era más raro que el anterior y entre todos formábamos más un circo ambulante que un temible ejército. Desde el fondo vi que se acercaba una gaviota de las que repartían noticias. ¿Diría algo de Oykot? Y entonces se me ocurrió la idea. Me impulsé desde el fondo hasta la superficie, tratando de salir como el fiero depredador que era en ese momento. Mi intención no era otra sino que capturar al ave al vuelo y desayunármela. En apenas unos instantes, mi figura rompió la tranquila superficie marina, elevándome por encima de ella varios metros. Para hacerlo más divertido, traté de capturarla de un mordisco en lugar de capturarla con las manos. El ave, ágil y rápida en reflejos, consiguió esquivar el ataque por dos escamas. Notablemente aterrorizada, aumentó la velocidad y altura de vuelo, creyéndose así a salvo de los peligros marinos. En su huida dejó caer más carteles de esos que llevaba. Muchos más, de hecho, los cuales terminaron yendo al mar. No debía ser el primer intento de ser devorada, al fin y al cabo el mar tenía sus peligros y dudaba que fuera la primera vez que tenía un encuentro con una bestia marina, teniendo en cuenta que debía pasar gran parte del tiempo sobrevolando el mar. Al caer, una enorme ola golpeó a La Alborada, inundando por completo la cubierta con uno o dos palmos de agua. La embarcación que hasta el momento había navegado tranquila, ahora se zarandeaba de un lado al otro bajo los caprichos de las olas que golpeaban desde el lado. No había riesgo de que volcara, pero más de uno tendría que agarrarse o, como poco, hacer gala de un buen equilibrio si no quería acabar tumbado en el suelo de la cubierta o siendo parte del menú de los animales marinos. Tomé varios de los carteles como pude, todavía me costaba lidiar con objetos tamaño humano, y los acerqué mucho a la cara. ¡Eran carteles de recompensa!
Nadé hasta el barco. Seguramente me fuera a caer alguna bronca por parte de mis compañeros, pero me daba igual - ¿Habéis visto-lurk? – agité los carteles. Todos parecían tener un ejemplar de su cártel. Miré el mío y vi que se me había otorgado un apodo. El Naufragio. Me gustó. Me gustó mucho de hecho – Nanbasen Umibozu-lurk. 45.450.000 millones de berries-lurk. Ahora sí que voy a ser toda una pesca-lurk – reí a carcajadas. Y esa frase me dio una idea - ¡Eh, Rag-lurk! ¿Qué te apuestas a que soy capaz de pescar un pez más grande que tú-lurk? – provoqué mientras subía a la cubierta del barco, haciéndolo oscilar todavía más.
Viajaba siguiendo la estela de La Alborada, el barco insignia del grupo con el que habíamos llegado. Con él llegó la esperanza a Oykot y con él zarpó la injusticia. Desde el fondo marino miraba a la embarcación, como el custodio vigilaba a su protegido. Invisible, pero siempre presente. Prefería la profundidad a la superficie. Allí arriba todo era demasiado ruidoso y había demasiada gente y caos. Aquí abajo todo era más estable, más sereno, más yo. Además tras las largas jornadas de fiesta en Oykot después de nuestra arrolladora victoria me había quedado sin algas para fumar, así que necesitaba hacer de nuevo acopio de ellas y ponerlas a secar. El aroma de las algas del East Blue era particular. A decir verdad, cada lugar otorgaba una particularidad única en el aroma, sabor o densidad al humo de sus especies. Incluso aún siendo la misma, no sabía igual al paladar y a los pulmones. Las del East Blue tenían un punto salado que me gustaba. De todas, quizás mis preferidas fueran las algas pardas, pues además tenían un ligero sabor a tostado; seguramente gracias a sus pigmentos.
Disfrutaba de la soledad. Había pasado la mayor parte de mi vida así y, a diferencia de muchos, no me suponía ningún drama. Me permitía pensar y estar a solas conmigo mismo, cosa que no todo el mundo parecía ser capaz de hacer. Era una habilidad que se tenía que entrenar, pero que permitía forjar una fuerte voluntad, tenacidad y tener los objetivos claros. También ayudaba a procesar los cambios en tu vida, los voluntarios y los que el mar imponía. Sin embargo, también sabía apreciar las virtudes que tenían las ciudades, en especial las tabernas. También debía reconocer que con tan pintoresco grupo, me encontraba especialmente cómodo. A cada cual era más raro que el anterior y entre todos formábamos más un circo ambulante que un temible ejército. Desde el fondo vi que se acercaba una gaviota de las que repartían noticias. ¿Diría algo de Oykot? Y entonces se me ocurrió la idea. Me impulsé desde el fondo hasta la superficie, tratando de salir como el fiero depredador que era en ese momento. Mi intención no era otra sino que capturar al ave al vuelo y desayunármela. En apenas unos instantes, mi figura rompió la tranquila superficie marina, elevándome por encima de ella varios metros. Para hacerlo más divertido, traté de capturarla de un mordisco en lugar de capturarla con las manos. El ave, ágil y rápida en reflejos, consiguió esquivar el ataque por dos escamas. Notablemente aterrorizada, aumentó la velocidad y altura de vuelo, creyéndose así a salvo de los peligros marinos. En su huida dejó caer más carteles de esos que llevaba. Muchos más, de hecho, los cuales terminaron yendo al mar. No debía ser el primer intento de ser devorada, al fin y al cabo el mar tenía sus peligros y dudaba que fuera la primera vez que tenía un encuentro con una bestia marina, teniendo en cuenta que debía pasar gran parte del tiempo sobrevolando el mar. Al caer, una enorme ola golpeó a La Alborada, inundando por completo la cubierta con uno o dos palmos de agua. La embarcación que hasta el momento había navegado tranquila, ahora se zarandeaba de un lado al otro bajo los caprichos de las olas que golpeaban desde el lado. No había riesgo de que volcara, pero más de uno tendría que agarrarse o, como poco, hacer gala de un buen equilibrio si no quería acabar tumbado en el suelo de la cubierta o siendo parte del menú de los animales marinos. Tomé varios de los carteles como pude, todavía me costaba lidiar con objetos tamaño humano, y los acerqué mucho a la cara. ¡Eran carteles de recompensa!
Nadé hasta el barco. Seguramente me fuera a caer alguna bronca por parte de mis compañeros, pero me daba igual - ¿Habéis visto-lurk? – agité los carteles. Todos parecían tener un ejemplar de su cártel. Miré el mío y vi que se me había otorgado un apodo. El Naufragio. Me gustó. Me gustó mucho de hecho – Nanbasen Umibozu-lurk. 45.450.000 millones de berries-lurk. Ahora sí que voy a ser toda una pesca-lurk – reí a carcajadas. Y esa frase me dio una idea - ¡Eh, Rag-lurk! ¿Qué te apuestas a que soy capaz de pescar un pez más grande que tú-lurk? – provoqué mientras subía a la cubierta del barco, haciéndolo oscilar todavía más.